Ciberseguridad para la nueva economía

Publicado en El País el 25 de octubre de 2016

En Mr. Robot —una serie para la televisión de cierto éxito en la actualidad, con más oscura ficción que ciencia contrastada— un conjunto de hackers borran los registros electrónicos de deuda de millones de estadounidenses, supuestamente para liberarlos y, finalmente, para abocarlos al caos. La realidad está aún lejos de situaciones similares pero la ciberseguridad es un tema de creciente interés. El viernes de la semana pasada, varios ataques coordinados inutilizaron el acceso a múltiples webs de uso común en todo el mundo. Según los expertos, se trató del incidente de este tipo más grave de la última década, que afectó a más de 1.000 millones de usuarios. Más que manipular esas webs, lo que se hizo es bloquear a la empresa que traduce sus datos para que sean visibles por todos. Además, para darle más enjundia y siniestralidad al asunto, la ofensiva se apoyó en lo que se conoce como el “internet de las cosas” puesto que su magnitud se logró haciendo uso de la conectividad de aparatos de uso generalizado hoy en día, en particular de cámaras con conectividad a la Red.

Sería absurdo pensar que estos incidentes son aislados y que irán a menos. Lo importante es determinar hasta qué punto los Gobiernos, las empresas y el común de los mortales estaremos protegidos ante ellos en el futuro. Más aún cuando avanzamos de forma acelerada en esta autopista de cambio económico y social a la que se ha convenido en llamar digitalización.

Esta nueva economía precisa de soportes, de su propia seguridad. En el siglo XX los hombres libraron las guerras y los grandes avances tuvieron nombres y apellidos. En el siglo XXI casi todo queda reducido a datos, las batallas se instrumentan en la Red y somos, más que nunca, unidades de información: nuestra identidad, nuestro dinero y nuestras relaciones sociales son registros electrónicos. Las enormes ventajas que puede conllevar la digitalización entrañan también el riesgo intrínseco de la dificultad de que sus usuarios últimos controlemos y, lo que es más importante aún, entendamos cómo se gestiona y preserva esa información. Tecnologías de registro distribuido como el blockchain aportan seguridad pero también un anonimato y una vía de escape para usos menos edificantes. Además, se trata de procesos en constante perfeccionamiento para evitar, precisamente, ataques como el de la semana pasada.

La industria financiera es una de las más sensibles a estas cuestiones. En mayo de este año, Wall Street acogió la primera conferencia mundial sobre inversión en ciberseguridad. Una inversión que superó el medio billón de dólares en 2015 y que se espera que esté por encima de los dos billones de dólares en 2019. En unos años de incertidumbre en los mercados, la ciberseguridad es uno de los pocos activos que no para de crecer. La propia Unión Europea coordina desde el pasado mes de julio una iniciativa público-privada de 450 millones de euros sobre investigación en seguridad en la red. Que comprendamos en qué consiste la protección de nuestra propia información también merece una inversión.

 

Comienza «Me suena un poco» Una iniciativa de educación financiera

Gustoso de participar con Macarena Gómez, Carlos (MasterChef) y Juana Cordero

 

 

La orilla de la inflación

Publicado en El País el 18 de octubre de 2016

La provisión de extraordinarias cantidades de liquidez oficial desde los bancos centrales ha marcado el paso en la salida de la crisis pero se aprecia igualmente una extraordinaria dificultad actual y potencial para desmantelar ese enorme laboratorio monetario. Tanto el BCE como la Fed tienen en la inflación una referencia para articular sus acciones pero, en el caso del banco central estadounidense el mandato no es solo el control de precios sino promover el empleo. Esta doble capacidad resulta especialmente útil cuando la política fiscal está agarrotada y permite contemplar una política monetaria con más sentido y más comprensible por los ciudadanos y empresas.

Esta semana es un nuevo turno para revalidar el compromiso de apoyo monetario en ausencia de coordinación fiscal en la eurozona. En casi todas las intervenciones de Mario Draghi encontramos una llamada (casi súplica) a los Gobiernos europeos para mover ficha, con la advertencia de que la política monetaria por sí sola no es suficiente, al menos no eternamente. La baja o negativa inflación ha servido de excusa porque las expectativas de que esta subiera han debido posponerse en varias ocasiones. Los bajos precios del petróleo han sido una espoleta para el cañón monetario. Muy probablemente, el BCE ha excedido implícitamente su mandato porque esa baja inflación no explicaba el estancamiento y la extraordinaria situación de tipos negativos reales de la economía europea. El problema es que ahora la orilla de la inflación deseada ya no es tan lejana. Ayer se produjo una confirmación de crecimiento de precios, aún moderado pero al alza, en la eurozona.

El BCE anhela que se alcance la orilla de la inflación en un momento en el que su particular desmantelamiento de la expansión cuantitativa sea posible. Surge la duda de si la magnitud de la liquidez oficial y la dependencia de la misma no es demasiado abrumadora como para prescindir de ella en poco tiempo. A ambos lados del Atlántico la dinámica económica es la de “ante el susto, liquidez”. Cualquier fallo en las expectativas o shock de mercado es correspondido con una prolongación del riego monetario. De hecho, falta mucho para que el tapering —retirada de los programas de compra de deuda— esté culminado en Estados Unidos. La oscura realidad, más pesada aún en algunos países europeos, es que hay niveles de deuda pública y privada muy importantes a los que tipos más altos harían mucho daño. Y el sector financiero sigue en transformación.

En lo que respecta al BCE, es posible que en su Consejo de Gobierno de este jueves se oficialice la extensión de los programas de compra de deuda más allá de marzo de 2017. ¿Será Draghi capaz de aventurar cuándo está previsto el tapering en la eurozona? ¿Se acabarán los argumentos para la expansión cuantitativa con la llegada de la inflación? El dilema para estos banqueros centrales es que estirar el calendario de la expansión cuantitativa calma a los mercados pero, al mismo tiempo, prolonga demasiado un conjunto de incentivos financieros “oficiales” hasta el punto de que casi nos olvidamos que una vez hubo un mercado de liquidez privado.

La vida como un pacto entre partes

Publicado en El País el 11 de Octubre de 2016

Decir que la vida es un contrato es una simplificación que seguramente le resta trascendencia y mística, pero nuestro quehacer está plagado de esos pactos entre partes que se obligan mutuamente. Y el cumplimiento de los contratos determina en buena medida nuestra credibilidad como personas, empresas o países. La capacidad para negociarlos bien dirige nuestro destino. El Nobel a Oliver Hart y Bengt Holmström ilustra muchas de estas realidades. En mi experiencia docente, las cuestiones relativas a la teoría de los contratos —a la que estos dos economistas han contribuido profundamente— están entre las que suscitan más atención. Porque son parte de la vida misma y revelan conflictos y desafíos a todos los niveles de la realidad política, económica, laboral e incluso conyugal y familiar.

La dimensión probablemente más amplia es la política y su actualidad es innegable: en el más puro espíritu de Rousseau, los hombres tratamos de organizarnos en un compromiso social con el Estado para lograr la igualdad y preservar las libertades. En esta dimensión amplia, desde un programa político hasta una Constitución, hay un conjunto de estructuras institucionales y legales que nos obligan contractualmente y que muchas veces no se conocen o respetan en la dimensión que correspondería. La obra de Holmström, por ejemplo, está repleta de avenidas que explican conceptos como los incentivos, el riesgo moral, los seguros, los salarios o las relaciones laborales, que precisan de una transparencia y conocimiento que no siempre están ahí. Con diferentes niveles de capacidad negociadora y estratégica, muchos contratos se definen como una relación entre un principal (por ejemplo, un empleador, un propietario de una empresa) y un agente (un trabajador, un gerente) y las poderosas y muchas veces oscuras estructuras que determinan los incentivos en esos contratos. Hoy, por ejemplo, en España, se discute sobre las indemnizaciones por despido entre trabajadores a tiempo completo y parcial o sobre los salarios que deben cobrar los ejecutivos en relación a otros empleados.

Hart cuenta con grandes aportaciones que ilustran que buena parte de los problemas que pueden suscitarse en torno a los contratos suceden precisamente porque estos son incompletos: no es posible incluir en ellos todas las vicisitudes posibles que pueden acontecer. Esta circunstancia da ventaja a las partes más informadas (entiéndase, poderosas) en situaciones tan desgraciadas y complejas como, por ejemplo, la manera de decidir quién asume las pérdidas en una quiebra empresarial, o quién asume el coste de un desahucio o quiénes tienen derecho a la asistencia sanitaria y a cuál. Precisamente, entre las cuestiones favoritas en este terreno: qué servicios deben ser privados y cuáles públicos.

Por sentido práctico y fallos de formación, los ciudadanos nos encontramos con situaciones contractuales indeseables en determinados momentos de nuestra vida. También a veces con beneficios que asumimos como naturales sin conocer su coste y nuestras obligaciones (como muchos servicios públicos).

El test del Deutsche

Publicado en El País el 4 de Oct de 2016

Durante 2016 los mercados están mostrando que persisten las dudas sobre el sector bancario europeo. Es un problema solo de una parte pero afecta al todo por los riesgos de contagio y de reputación. A esa resolución blanda, jurídicamente extraña y seguramente en falso de la crisis bancaria italiana, se une ahora, de nuevo, la sospecha sobre la salud del sector bancario alemán, que nunca he llegado a disiparse. Deutsche Bank es una especie de Frankenstein que viene y va escondiendo sus costuras.

El último descosido vino propiciado por la reclamación del Departamento de Justicia de Estados Unidos de 14.000 millones de dólares por mala praxis en la venta de activos. La rebaja posterior de esa multa a algo más de 5.000 millones y la posible venta de una participación del banco alemán en el chino Huaxia pueden frenar esta nueva hemorragia pero, de ningún modo, disiparán las dudas. Las acciones graduales y “arrastrando los pies” no suelen resolver los problemas de confianza bancaria.

De hecho, Deutsche Bank es un test en sí mismo, una prueba de varias partes. La primera parte se refiere a la naturaleza del negocio bancario en el mundo de hoy. El conglomerado germano hace tiempo que dejó de ser el banco minorista e industrial que ha navegado por la historia contemporánea alemana para desnaturalizarse introduciéndose en la banca de inversión sin aparentemente demasiado control estructural y, a todas luces, quizás sin una ponderación de riesgos asumidos.

El segundo ejercicio del test es sobre transparencia. Tal es el apalancamiento y exposición a derivados de Deutsche que solamente medirlo y estimar sus riesgos es ya un ejercicio muy complicado. En otros territorios europeos, los grandes bancos han optado por reestructuraciones progresivas, por volver la vista hacia la banca minorista y por propiciar su diversificación geográfica. En Deutsche los incendios parecen multiplicarse y las provisiones para cubrir litigios legales por mala praxis son enormes y arrastran su valor de mercado. La solvencia vive al filo de la navaja.

El test tiene una tercera dimensión relativa a la respuesta supervisora y regulatoria. Desde el Gobierno alemán se dice que el rescate no está sobre la mesa. Sin embargo, la ayuda implícita pública es muy significativa. Baste pensar que Deutsche estuviera en cualquier otro país europeo… O recordemos los furibundos ataques desde Berlín al Departamento de Justicia de EE UU por su “intolerable injerencia”. Algunos hablan de una posible opción (con evidentes riesgos) para el Ejecutivo germano que sería promover la fusión de Deutsche con Commerzbank — ninguna está para tirar cohetes— y así vender como solución privada su particular rescate. ¿O tal vez en Alemania se prefiere que quien decida sea el BCE, a quien corresponde mucho que decir como supervisor único? Para rematar el examen, la cuarta parte es el riesgo de contagio. En Italia han disfrutado de unos días en los que el foco se ha trasladado más al norte pero, al tiempo, se teme que cualquier problema de Alemania le afecte.

Elecciones e inestabilidad financiera

Publicado en El País 26 SEP 2016

La larga salida de la crisis está coincidiendo con cambios sociales inspirados por una intensa dialéctica. La política se discute desde extremos, la sociedad se divide entre oprimidos y opresores. Se extiende la sensación de que el orden económico y social al uso no tiene respuestas suficientes ni creíbles para propiciar una mejora del bienestar o, al menos, para preservar los logros del esfuerzo común en sociedades supuestamente avanzadas. Cunde incluso, un cierto rechazo al intelectualismo y una creciente popularidad de las ideas gruesas y poco contrastadas. Este ambiente enconado se alimenta de diferentes fuentes de inestabilidad y hay dos muy preocupantes y recurrentes: la política y la financiera. Entre las dos principales fuentes de inestabilidad financiera para Europa dominan, en mi opinión, la crisis de la banca italiana y la posibilidad de que el Brexit se active de forma desordenada. Son fenómenos que no van a encontrar el mejor ambiente político para su resolución. En España, ayer se celebraron dos elecciones regionales a las que se ha querido exprimir una utilidad nacional que está por ver que finalmente tengan. En Alemania y Francia los tremendos problemas de cohesión y confianza que afronta Europa van a quedar en un segundo plano por las citas electorales del año próximo. En Italia, hay una crisis bancaria de manual (uno aparentemente muy gordo, además) que se pretende mantener en una falsa espera hasta que se aprueba la reforma constitucional tan de largo anunciada. En el mundo en que vivimos hemos debido aprender que hay que temer casi tanto a las epidemias financieras como a las emergencias sanitarias. Para fastidio de tantos esfuerzos acumulados en muchos países y en torno a la unión bancaria, persisten las dudas sobre la banca europea, con Italia y Alemania a la cabeza de los rumores. En el primer caso, la fase de negación continúa. En el segundo, cada día escuchamos una noticia que sitúa a alguna entidad germana entre las que presentan más riesgo en todo el mundo. En esta situación, la política económica de sostenimiento y estabilidad sigue en manos del Banco Central Europeo. Los reducidos niveles de inflación son aún la mejor excusa para que el BCE ejerza su papel de excepcional proveedor de liquidez y comprador de deuda. Pero tal vez esa excusa se vaya agotando —además de que parece que va a hacer falta otras acciones públicas más allá de una política monetaria expansiva— y habrá que revelar la verdad de un mandato que implícitamente ya sobrepasa desde hace tiempo el control de la inflación. Como además vivimos en la era de lo impensable, no podemos descartar hoy en día la concurrencia más pronto que tarde de factores que agraven la situación. Entre ellos, la posibilidad de ver a Trump en la Casa Blanca o una nueva vuelta de tuerca al Brexit: cuando parecía que Theresa May volvió con las orejas gachas del último G-20 y que la radicalización del proceso se había frenado, las huestes más duras pro-Brexit vuelven a apretar