No nos quedará París

Publicado en El País el 30 de mayo de 2017

http://economia.elpais.com/economia/2017/05/29/actualidad/1496072255_250134.html

No parece que Donald Trump y Angela Merkel puedan ser los Rick Blaine e Ilsa Land de Casablanca. En esta ocasión, no nos quedará París. Dos años después del histórico acuerdo para la reducción de emisiones contaminantes alcanzado en la capital francesa, Estados Unidos sugiere que podría dar uno o varios pasos atrás. Se sabrá en unos días. Así se ha revelado en la cumbre del G7 en la siciliana ciudad de Taormina. Las implicaciones de resquebrajar los progresos en la lucha contra el cambio climático son enormes para la economía a largo plazo pero también para la cohesión internacional.

Con sus (numerosos) defectos, el orden económico internacional que siguió a la Segunda Guerra Mundial propició numerosos acuerdos comerciales y la formación de áreas económicas que han generado avances importantes. Ahora se ha hecho patente que no solo es necesario revisar ese orden —entre otras cosas, porque ha habido un cambio sustancial en el peso de los liderazgos— sino que, de hecho, se está rompiendo de forma acelerada por varios frentes. El estilete “anglosajón” es el que más está cuarteando el equilibrio comercial y político, con propuestas rupturistas que apelan al unilateralismo (Brexit, por ejemplo). La era de los grandes acuerdos parece dar paso a la del individualismo, con dosis importantes de proteccionismo. Y Europa, como recuerda Merkel, debe mantener el tipo.

A duras penas, Estados Unidos aceptó incluir en el comunicado de este G7 una declaración a favor del multilateralismo que propicia la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, no es descartable que se tomen medidas proteccionistas, especialmente tras las declaraciones de los delegados estadounidenses de que el superávit que mantiene Alemania con su país les parece inaceptable.

El G7 y el G20 presentan algunas similitudes, como la lista de declaraciones reactivas ante acontecimientos recientes. En esta ocasión, se ha hecho eco del ciberterrorismo como amenaza para la que los líderes mundiales llaman la Próxima Revolución Productiva. Un cambio orientado por la tecnología que estos mandatarios reconocen que tendrá (está teniendo) consecuencias importantes para el empleo. Las llamadas a la cooperación en estos campos (ciberseguridad, planes de formación e innovación para los trabajadores,…) tienen poca credibilidad en un entorno en el que, cuando se desciende al terreno comercial y a rascarse el bolsillo, la tendencia es que cada uno cuide el suyo.

Parte del problema reside también en la resistencia a asumir cambios. La geopolítica ha estado siempre influenciada por factores como la energía y este es un mundo en el que el equilibrio energético está cambiando de forma dramática. Con más o menos intensidad, la tendencia imparable es que se reduzca el peso del petróleo, pero esto casa mal con algunas estrategias proteccionistas. Y, de paso, amenaza con llevarse por delante acuerdos como el de París sobre emisiones.

En un momento en el que la información fluye y crece por todo el mundo como no lo ha hecho nunca antes, otras barreras parecen levantarse.

La geopolítica en los mercados

Publicado en El País el 23 de mayo de 2017

La política ha sido siempre una dimensión relevante en la valoración de escenarios y proyecciones macroeconómicas. Sin embargo, en los últimos años, la influencia potencial de shocks geopolíticos —como resultados electorales inesperados, tensiones diplomáticas y bélicas, terrorismo en diferentes manifestaciones— ocupa un lugar central en el análisis y en los foros de debate sobre coyuntura económica, con un peso que, probablemente, no ha tenido desde la Guerra Fría. El Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial muestra que, en 2017 fenómenos como condiciones climáticas extremas o la inmigración masiva e involuntaria se ven acompañados por otros como ataques terroristas a gran escala o vulneraciones masivas de ciberseguridad como los focos de incertidumbre con mayor probabilidad de ocurrencia.

La inestabilidad política ocupa un papel destacado en la indigestión que sufren mercados y divisas con frecuencia. No son necesarios desastres naturales, los riesgos geopolíticos se están convirtiendo en una incómoda constante. La falta de liderazgos sólidos y los devastadores efectos de la corrupción hacen temblar los cimientos del orden económico internacional. La semana pasada fueron la perspectiva de una moción de censura al gobierno brasileño o los mensajes diplomáticamente mejorables emitidos desde el gobierno estadounidense. El “índice del miedo” VIX registró varios repuntes. La ruptura del bipartidismo y la previsión de gobiernos u oposiciones inestables también ocupa un lugar destacado en muchas localizaciones. La mayor parte de los medios especializados colocó ayer a España nuevamente en un terreno político deslizante tras este fin de semana.

Hay, incluso, mercados como PredictIt en los que se invierte en la probabilidad de que Trump afronte un impeachment. En tan sólo dos semanas la probabilidad de que ocurriera en 2016 pasó del 16% al 26% en ese mercado, y todo apunta que para 2017 podría ser superior al 60%. Y un gran número de estimaciones valora el efecto de los conflictos. En países como Corea del Sur se demuestra que la proliferación nuclear en su vecino del norte tiene un impacto significativo y duradero en la bolsa y la inversión internacional. Muchas de estas tendencias proceden de la generación de un nuevo orden político-económico y de la constatación de la escasa resistencia de éste a fenómenos de elevado estrés como la última crisis financiera. Algunos fenómenos como la rapidez del cambio tecnológico o la polarización social y cultura van a complicar aún más las cosas. Incluso el tratamiento de la información en la era de la posverdad —donde pesa más una mentira sonada y acelerada que un sosegado y contrastado análisis— tiene una incidencia económica que debería estimarse. La receta para gobiernos estables y economías resistentes sigue siendo impulsar un crecimiento inclusivo, que reduzca la desigualdad y favorezca las oportunidades. Un entorno en el que las reformas permitan salarios acordes con la recuperación y donde las nuevas generaciones, aunque se enfrenten a un mundo más complejo, puedan pensar en un futuro igual o mejor que el de sus padres.

 

Ciberataques y la nueva economía

Publicado en El País el 16 de mayo de 2017

Hay que reconocer que los que pusieron nombre al virus que está causando tanto daño y preocupación (Wannacry, “Quiero llorar/gritar”) dieron en el clavo. La información es una de esas cosas de las que realmente no podemos decir que valoramos suficientemente hasta que la perdemos o su privacidad es violentada. La cuestión es potencialmente aterradora y con consecuencias económicas muy considerables.

Con el respeto y precauciones oportunas, me gusta a veces comparar el carácter sistémico del riesgo de epidemias con el de las crisis financieras. No obstante, lo que ocurre con los ciberataques es aún más tenebroso porque afecta a cualquier ámbito de nuestra vida. Hemos optado por las ventajas de la nueva economía colaborativa pero esta cuenta con dos riesgos importantes: la candidez y vulnerabilidad de buena parte de los usuarios y la ferocidad y habitual anonimato de los ciberterroristas.

Tal vez parte de la solución esté en comprender y asumir todas las implicaciones de la economía de la información y de la digitalización. El año pasado se detectaron hasta 4.149 vulnerabilidades en sistemas de información (data breaches) que afectaron a 4.200 millones de registros informativos en todo el mundo, según Breach Live. Cada minuto se ven afectados más de 3.000 registros. Más de la mitad de estos problemas de seguridad se producen en las empresas. Vivimos abrumados y enganchados a cantidades ingentes de datos (big data) y ello no implica, necesariamente, inteligencia empresarial. Desgraciada y casi inevitablemente los ciberterroristas parecen haber entendido más rápido los beneficios de la economía colaborativa que las empresas. Comparten sistemas de forma mucho más rápida y abierta de lo que las corporaciones comparten sus mecanismos de seguridad. Invertir en protección tiene un coste pero, si no se generaliza el aprendizaje, se produce un aislacionismo económico inútil.

El sistema financiero, por ejemplo, trata desde hace ya algún tiempo de prevenir estos problemas para poder generar confianza en nuevos sistemas de pago y en digitalización financiera. No es sencillo cuando partes del sistema de seguridad dependen necesariamente del propio usuario (claves de acceso, por ejemplo). Y, a mayor escala, se está generalizando el uso de ciberseguros. Porque, aunque no se comente mucho, este tipo de eventos sucede con frecuencia. Así, algunos ciberataques lograron colapsar algunas fundiciones de acero en Alemania o la conducción de algunos oleoductos en Turquía.

El problema de estos episodios está en que no solo tienen un potencial desestabilizador sistémico sino que pueden también erosionar la confianza y retrasar o dañar considerablemente los avances de la nueva economía. Cuando los ciudadanos observan que grandes corporaciones son atacadas, es difícil convencerlos de que ellos están a salvo. Las crisis de confianza son el germen de grandes crisis económicas. La solución parece pasar por la colaboración y la educación y por mantener registros personales y un margen de nuestra vida sin compartir, que tampoco pasa nada. También debe haber responsabilidad de las grandes agencias de seguridad, como la NSA americana, en el centro de la polémica por haber usado variantes de wannacry para sus propios propósitos en lugar de volcarse en la protección de los usuarios. Colaborativo significa “hecho en colaboración”. Cosa de todos.

Suflé francés para la economía

Publicado en El País el 9 de mayo de 2017

Alice Roosevelt Longworth, hija mayor del vigesimosexto presidente de los Estados Unidos hizo célebre la frase “no se puede hacer crecer un suflé dos veces”. Aunque por motivos bien distintos de los de la celebridad norteamericana del siglo pasado —que se refería a la relación entre el vigor sexual y la edad— la economía francesa parece un suflé que puede crecer y quedar consistente pero que corre también el riesgo de desmoronarse si Macron no puede poner en práctica su receta. Pero la oportunidad está ahí.

Los mercados europeos le dan la bienvenida desde que se adivinaba su victoria porque esperan que la economía de la eurozona se vea fortalecida, tanto en su gobernanza como en su estructura. A pesar de las diferencias que pueden persistir entre Francia y Alemania en temas como las políticas de inversión de la Unión Europea (UE) o el papel del Banco Central Europeo, hay una oportunidad de oro para fortalecer el eje París-Berlín y que toda la UE se beneficie.

En lo que se refiere al futuro económico de la Unión Europea, Francia ha pasado de ser un motivo de preocupación a una esperanza. Es, tras Italia, uno de los grandes países europeos donde más difícil era esperar que se produjeran reformas. Ahora, siendo complicado, lo es algo menos. Europa vive anclada en el recuerdo y la experiencia de dos fenómenos seguramente malinterpretados: la sostenibilidad de los estados de bienestar y la vigencia del liderazgo y dominio de las viejas economías occidentales en las décadas que siguieron a las postguerras desde mediados del siglo pasado. En Francia se reúnen ambas percepciones.

Le Pen ha echado la culpa de la pérdida de ese liderazgo a Europa y a la inmigración, ignorando que las consecuencias de la ausencia de reformas y la evidencia de que el mundo es hoy distinto son realidades abrumadoras. Algo parecido suceden en Reino Unido, donde los partidarios del Brexitvenden irresponsablemente una vuelta al poderío imperialista del pasado.

En cuanto al futuro del estado del bienestar, las reformas son la única respuesta pero sus sacrificios tienen poca venta electoral a corto plazo. No puede decirse que una reforma laboral que flexibilice algunos aspectos del mercado de trabajo francés vaya contra la calidad del mismo.

Con el sistema actual, el 60% de los contratos realizados a jóvenes en Francia son temporales frente al 12% de Reino Unido, a pesar de que este último cuenta con un sistema más flexible. También es un mito que la inmigración tiene “demasiado peso en Francia”, ya que llega al 12%, por debajo del 13% que se mantiene en Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos. Son, sin embargo, los inmigrantes, a los que no llega buena parte de un sistema educativo de calidad considerable, que hace que la productividad se mantenga entre las mayores de Europa.

La desigualdad aumenta porque las oportunidades no son las mismas. Y porque fallan los incentivos para la generación de la crisis: el 17,2% de los franceses que tienen entre 15 y 29 años ni estudian, ni trabajan, ni siguen programas de formación y reciclaje. Ellos son la base del suflé que Macron quieren cambiar. Es un centro político y económico prometedor pero débil.