FinTech sin dueño

Publicado en El País el 28 de noviembre de 2017

Hace años entablé amistad con uno de los mejores economistas financieros que han gozado del raro privilegio de la admiración conjunta en el mundo profesional y en el académico. Y me decía: “En los servicios financieros se hace siempre lo mismo, lo que cambia es el modo de hacerlo. Y eso, a veces, lo es todo”. Creo que eso es lo que sucede con el fintech. En la tradicional división de un sistema financiero entre instituciones, mercados e instrumentos, el fintech no tiene dueño. Hay entidades de diversa naturaleza que entrarían en esa definición en áreas como pagos, préstamos o comparativas de servicios. Hay mercados donde se negocia con tecnologías de este tipo exclusivamente, como las recientes ofertas iniciales de moneda (ICOs), de tan sorprendente crecimiento.

Lo que esto implica para el sector bancario —tradicional dominador ante la irrupción de cualquier innovación en el mundo financiero— es más competencia pero, sobre todo, modos de aprender y mucha colaboración. Inicialmente, hubo una apresurada identificación del fintech como el leviatán de la banca, cuando en realidad era todo un campo de expansión y de nuevas relaciones en el mundo digital. Pocos se atreven a reconocer que, con estas tecnologías, por ejemplo, podremos saber mejor que nunca hasta ahora cómo se construyen las relaciones de confianza entre oferentes y demandantes de servicios financieros. Ningún banco o consultora que se precie obvia el fintech como vía de colaboración y aprendizaje y, poco a poco, se va usando desde la inteligencia artificial hasta la neurología para dar servicios cada vez más personales, aunque sea con menos presencia física. Este martes, por ejemplo, se presentan en el Observatorio de la Digitalización de Funcas, en colaboración con KPMG, las últimas tendencias y cómo los españoles se enfrentan a ellas.

Hace años era difícil pensar en comprar un traje online o encargar por esa vía el vino que beberíamos durante la Navidad. En poco tiempo, negociar algunos tipos de crédito vía telemática será así de sencillo. Pero con lo financiero hacen falta precauciones adicionales, como con la salud. La estabilidad financiera es un animal delicado cuyas riendas no se pueden perder. Y el negocio fintech no puede ser una vía para sortear jurisdicciones ni abusar de la virtualidad. Mientras que las ventas online de vino suponen unos 350 millones de dólares anuales, las emisiones ICO de este año han superado ya los 3.000 millones de dólares. Y las compras online en Europa superan los 600.000 millones. Y, en China, el billón.

No se trata de poner el cascabel al gato sino de ordenar la gatera. Y tampoco se trata de olvidar el componente humano. Los servicios bancarios, los financieros en general, van a necesitar más que nunca la inteligencia emocional que tan difícil es de simular y la capacidad de abarcar diferentes campos para contar con verdaderos solucionadores de problemas y aportadores de soluciones financieras. Entre otras cosas, como guías y delimitadores de lo digital de nuestras finanzas.

El largo Black Friday

Publicado en El País el 21 de noviembre de 2017

Parece que el comercio ya no tiene que cantar I Dont Like Mondays de The Boomtown Rats y tararea Friday I’m in love de The Cure. En la era digital (cualquiera que sea su principio y fin) parece que cualquier referencia estadounidense para adelantar las compras navideñas ha sido incorporada en Asia y Europa a una velocidad asombrosa. Arrasa con las costumbres de varias generaciones y es norma para otras.

El Black Friday que da el pistoletazo a las compras navideñas en Estados Unidos se ha pegado a este lado del Atlántico como el queso a la pizza. Para estupor de los que vieron cómo el día de Todos los Santos fue eclipsado por Halloween, ahora, la campaña navideña casi comienza antes de quitarnos el bañador. En el caso español se va a extender de forma asombrosa hasta después de Reyes. Una astuta combinación de importaciones de tradiciones internacionales que propician un consumo prolongado y que meses anteriormente flojos para las ventas se conviertan ahora en referencia con gran número de aparentes gangas y rebajas.

Aunque son las grandes superficies las que lideran esta estrategia de alisamiento de ventas que debería reducir la estacionalidad y animar meses tradicionalmente más débiles para el gasto, cualquier comerciante de proximidad saca ya sus propias ofertas prenavideñas para competir con el cúmulo de promociones de gran escala.

El terreno donde se dirime esta nueva pujanza comercial es, fundamental y crecientemente, online. Noviembre explotó hace dos semanas con la primera réplica del Black Friday estadounidense. Fue en China, donde el llamado Día del Soltero sorprendió a propios y extraños con cifras abrumadoras. Tan sólo el gigante chino del comercio online Alibaba tuvo ventas de 21.763 millones de euros.

Hay aspectos lógicamente positivos en este tipo de iniciativas. Los más naturales se refieren a una anticipación de compras navideñas que podrían suponer menor gasto, al tiempo que proporcionan una planificación más tranquila a los comercios, al reducir su excesiva dependencia de diciembre. En algunos países, ventas minoristas como las de octubre y noviembre —que hasta la fecha se habían considerado de segundo orden— se han convertido recientemente en un importante indicador adelantado del comportamiento de la economía en el último trimestre del año.

De hecho, la facturación comercial en EE UU y Reino Unido en octubre, siendo buena, no ha satisfecho las expectativas. En España, la campaña de tinta negra de viernes se ha desparramado por el calendario y se espera que, tan sólo en comercio online, las ventas superen los 1.370 millones, un 9% más que el pasado año.

Tras tanto tiempo esperando la vuelta de un consumo vigoroso, todas estas campañas suman pero también conviene tener ciertas precauciones. El gasto responsable es algo más que una máxima moralista. Realizar pagos online tiene muchas ventajas y es muy eficiente pero algunos estudios sugieren que, en determinadas circunstancias, también puede exacerbar el consumo más allá de sus niveles de equilibrio y reducir el ahorro. Queda mucho camino aún hasta Reyes.

 

Juego del ultimátum del Brexit

Publicado en El País el 14 de noviembre de 2017

Será antes de Navidad, los días 14 y 15 de diciembre. Los líderes de la UE decidirán qué están realmente dispuestos a negociar con Reino Unido. Antes, los británicos habrán tenido que especificar cuánto y cómo pagarán por compromisos presupuestarios pendientes. De lo contrario, parece que no habrá más que hablar. El Brexit pasaría entonces de ser un tira y afloja a convertirse en un conflicto serio.

Los empresarios británicos temen ese escenario como a una vara verde. Han venido observando y estimando pérdidas actuales y potenciales y saben que cualquier desenlace desorganizado sólo puede multiplicar el desastre. Han seguido con angustia —a pesar de las obvias diferencias en el planteamiento político— la sangría que ha supuesto para la economía catalana una vía de ruptura unilateral y la asemejan a las consecuencias de una salida de la UE fría y sin paliativos diplomáticos.

El Brexit se ha convertido en ultimátum recíproco descabellado. La teoría económica estándar sostenía que quien ostenta el poder de monopolio lo ejercerá en su propio beneficio en la medida que le sea posible. Sin embargo, la economía del comportamiento ha desafiado a la convencional, proponiendo juegos como el del ultimátum. En el mismo, un proponente ofrece una cantidad de dinero a un potencial receptor. Si éste acepta, cada uno recibe lo propuesto por el oferente. Si el receptor no acepta, ninguno de los jugadores recibe cantidad alguna. La evidencia experimental indica que los jugadores tratarán de acercarse más a situaciones altruistas o, al menos, de menor desigualdad ¿Por qué no parece entonces que en las conversaciones sobre el Brexit se busque evitar el peor desenlace?

Parte del problema está en que Reino Unido camina como un rey desnudo. El gobierno británico cree que es el proponente en el juego pero, en realidad, se ha convertido en el receptor. Comenzaron haciendo temblar los cimientos de la UE y eructando prepotencia y supremacía para darse cuenta —con el tiempo y ante el estupor de los empresarios de las islas y desde la evidencia de la mayor parte de datos y previsiones económicas— de que el barco del Brexit no los llevaba a la ruta de la seda ni de las Indias sino a un Helheim nórdico. A morir entre el fuego.

Para evitar resoluciones tan catastróficas se precisa que Reino Unido reconozca el embrollo en el que está. Aunque gran parte de la clase dirigente británica está por la labor, quienes sostienen a Theresa May (cada vez menos) no contemplan humildad alguna. El actual planteamiento político del Brexit parece un caso en el que la teoría clásica económica se cumpliría y el egoísmo se impondría. No habría altruismo ni deseo de reciprocidad por el bien de los ciudadanos. De momento, el ultimátum de la UE —que da dos semanas a Reino Unido para deshojar la margarita presupuestaria— es mucho más creíble que el de Downing Street, desde donde se sugiere que en marzo de 2019 se activa una independencia comercial de color de rosa: strawberry fields forever.

Controversia para liderar la Fed

Publicado en El País el 7 de noviembre de 2017

Jerome H. Powell ha sido el elegido por Donald Trump para sustituir a Janet Yellen al frente de la Reserva Federal de EE UU (Fed). Que Yellen no haya sido reelegida es ya noticia, puesto que ser nominado para un segundo mandato es lo habitual, incluso aunque cambie el perfil político de los inquilinos de la Casa Blanca. Ben Bernanke, por ejemplo, fue elegido por Bush y nominado a la reelección por Obama.

Parece que Powell ofrecerá una transición tranquila —sus primeras declaraciones apuntan a la continuidad de la senda establecida por su predecesora— pero, a medio plazo, pueden surgir dudas si la evolución económica y monetaria se torna desafiante y se hace necesario sacar galones de prestigio y credibilidad académica.

Powell no es economista. El último precedente de tal caso no parece comparable, pero es inquietante. Fue William Miller en 1978, quien apenas duró un año en el cargo cuando tuvo que lidiar con la elevada inflación de la crisis energética. Para los irónicos, su legado se limita a la intención (fallida) de intentar prohibir fumar en las reuniones de la Junta de Gobernadores de la Fed.

Powell presenta credenciales que son deseables en cualquier banquero central, como su capacidad de construir consensos, su perfil austero y poco dado a protagonismos y una cierta experiencia en el seno de la autoridad monetaria americana. Delegará mucho en los economistas con peso específico en la Fed. No obstante, su primer handicap es la salida de Yellen, que le supera en currículum y cuya labor es difícilmente reprobable. Lo que ha suscitado que no renovara su mandato es, simplemente, haber sido elegida por Obama, algo que para Trump es motivo suficiente y para el resto del mundo no lo es.

Jay Powell —como se le conoce popularmente— es un abogado republicano con reputación de trabajador duro y de aprendiz constante. Comparte con Trump y el ala más conservadora norteamericana la voluntad de reducir la presión regulatoria sobre el sector financiero. La cuestión es hasta qué punto podrá liderar al banco central más importante del mundo en la odisea que representa la lucha contra una peligrosa trilogía económica en el entorno post-crisis: la inflación perdida, el escaso o negativo crecimiento de los salarios reales y la caída de la participación en el mercado de trabajo. Fenómenos preocupantes e interrelacionados. El carácter de los presidentes de la Fed se hace patente en las encrucijadas. Bernanke tuvo la suya y optó por la mayor expansión cuantitativa que se recuerda. Yellen emprendió la delicada deconstrucción del experimento monetario y a Powell podría tocar darle parte de defunción.

Como en otros ámbitos de la administración económica de Estados Unidos, una de las garantías con la que se cuenta es la existencia de una Junta de Gobernadores, donde cada voz tiene una independencia y presencia. Un sistema de control importante en el que, no obstante, Trump va a acabar reeligiendo hasta cuatro de sus siete miembros. El tono de la política monetaria no parece que vaya a sufrir sobresaltos de momento, pero la regulación financiera irá a buen seguro a la baja.

El sector bancario exhibe su fortaleza

Publicado en Cinco Días el 1 de noviembre de 2017

La industria bancaria española ha presentado estos días sus resultados en un clima político y económico difícil. Tras días de dudas y de oportunas decisiones y reacciones en el sector, se aprecia sensación de alivio. Parece que la solidez adquirida tras años de reestructuración, saneamiento y reforzamiento de solvencia ha permitido capear temporales tan delicados como los que han acaecido. A menudo cuesta entender la importancia de la banca para la estabilidad económica y financiera pero en las últimas semanas hemos visto no solo esa relevancia, sino su potencial de arrastre para motivar importantes cambios más allá del ámbito financiero.

Los resultados cosechados hasta septiembre parecen un buen punto de partida para afrontar el esperado pero un tanto inquietante cambio del entorno monetario. Poco a poco se va a entrar en la fase post-QE, algo que aún nos parece lejano pero cuya fecha de caducidad, aunque no es fija, podría llegar antes de lo que se había pensado.

Si atendemos a los estados contables de las seis primeras entidades –Santander, BBVA, CaixaBank, Bankia, Sabadell y Bankinter– es necesario tener en cuenta que se ha producido un redimensionamiento importante tras la adquisición de Popular por parte de Santander y de BPI por parte de Caixabank. En todo caso, los beneficios netos conjuntos de 11.783 millones de euros en los primeros nueve meses de 2017 suponen un incremento del 16,1% respecto al mismo período del año anterior. Los buenos resultados se extienden por el continente, donde los grandes bancos europeos están sorprendiendo al mercado batiendo provisiones y superando las restricciones que el aún deprimido clima de tipos impone sobre los márgenes de negocio. Tan solo en Reino Unido, esta positiva evolución se ve empañada por las dudas que algunas entidades (junto a otros operadores y fondos) mantienen sobre dónde situar su sede y el incierto impacto de un brexit cuya histeria se apaga o enciende con demasiada frecuencia.

Si se analiza la composición de los ingresos, se encuentra la ya repetitiva evidencia del estancamiento del margen de intereses. Su contribución está estabilizada en la misma medida en que los tipos de interés aún permanecen en el largo invierno de la expansión cuantitativa. Las instituciones bancarias españolas han generado negocio con otras operaciones financieras, con actividades de desinversión o adquisición y con un notable esfuerzo de mejora de la eficiencia. Este último aspecto resulta esencial porque refleja dos ejercicios preparatorios para lo que ha de venir en el entorno bancario minorista de los próximos años: una competencia en la que el control de los costes va a ser determinante y un cambio tecnológico que va a transformar las relaciones con el cliente.

En lo que se refiere a la relación entre el rendimiento de los márgenes y la evolución de los tipos de interés de mercado, estamos presenciando, probablemente, un cambio de tendencia de los tipos interbancarios en 2018. No es preciso que el BCE suba los tipos para que el euribor emprenda una lenta pero progresiva subida. Que la expansión cuantitativa vaya reduciendo su dimensión puede ser suficiente. Y aportará normalidad financiera, sobre todo cuando los tipos abandonen el terreno negativo, incluso en los plazos más bajos. Las curvas de rendimiento a las que se han enfrentado los intermediarios financieros en los años de la crisis y posteriores han presentado toda suerte de anormalidades o, al menos, de excepcionalidades. Lejos de lo que muchas veces se ha argumentado, esto ha sido más beneficioso para los prestatarios que para los bancos. La posibilidad de generar márgenes ha sido escasa cuando el riesgo estaba esterilizado. La liquidez ha sido abundante pero las opciones para apalancarse y adoptar posiciones razonables de riesgo en el activo han sido bastante reducidas. Que el ambiente monetario recupere cierta tradicionalidad parece razonable pero los bancos son conscientes también de que debe transitarse con precaución por ese camino. Aunque los hogares y empresas españolas han realizado un sobresaliente esfuerzo de reducción de deuda –devolviendo 474.000 millones de euros desde 2010– un aumento de sus costes de financiación puede ser delicado para muchos prestatarios actuales y potenciales. Asimismo, la expansión cuantitativa ha sido un efectivo (pero, en parte, artificial) sistema de retención de las primas de riesgo que ha permitido a las empresas (bancos incluidos) acudir a los mercados de bonos en condiciones favorables.

Sin ánimo de sacar demasiado jugo a los números de las cuentas de resultados bancarias, es también apreciable el hecho de que las entidades financieras han de moverse en un entorno de cumplimiento normativo cuasi-ubicuo. La presión regulatoria afecta a su liquidez, apalancamiento y capital pero, trasversalmente, a una operativa en la que el compliance impone importantes costes operativos. En su dimensión más minorista, la regulación se une a la tecnología para propiciar un cambio en la relación entre entidad y cliente con diferentes connotaciones. Por un lado, las exigencias regulatorias son necesarias pero una excesiva estandarización no parece conveniente. La actividad bancaria no debe ser un rígido manual. Por otro lado, la digitalización va a ser la que aporte flexibilidad e, incluso, creatividad. Pero con una exigencia de eficiencia muy elevada. Si se presta atención a la relación entre penetración de banca online e ingresos se aprecia que la aportación es de reducción de costes y captación de negocio pero que las comisiones caen, como resulta propio de un negocio con menor coste de inmovilizado.

Sea por la situación monetaria, por la regulación, por la tecnología o por este clima económico imprevisible, parece que la banca entra en una nueva fase, con resiliencia pero con los ojos bien abiertos.