Un año desigual en los mercados

Publicado en El País el 27 de diciembre de 2017

A dos días para cerrar el año en los mercados, se ha observado un comportamiento muy desigual internacionalmente. No es ya que en EE UU —donde el Dow Jones sigue batiendo récords— las ganancias hayan sido considerablemente mayores que en los índices europeos en los últimos doce meses, es que las perspectivas y los condicionamientos institucionales son también muy diferentes a ambos lados del Atlántico. En Europa se viene observando, además, cierto decaimiento desde verano mientras que en EE UU la efervescencia continúa.

Más recelo existe aún respecto a Europa, donde los reportes de fin de año encuentran las cada vez más evidentemente desastrosas consecuencias del Brexit para Reino Unido y el no resuelto problema de Cataluña como las dos principales y más inminentes amenazas. El ambiente monetario es, además, extraño, porque conforme la inflación sube, el margen para la política monetaria expansiva se estrecha. Y aún es muy necesaria. Existe un foco adicional de inestabilidad europea en Italia, donde el maltrecho sector bancario guarda los juguetes rotos bajo una alfombra cada vez más abultada y las elecciones generales del próximo mes de marzo no apuntan a equilibrio estable alguno.

La tipología de empresas que conforman los mercados también son muy ilustrativas de un desigual dinamismo corporativo. Empresas como Intel, Microsoft, Apple, o Cisco Systems dominan la capitalización en Estados Unidos y el Nasdaq es —casi por definición— un reguero de éxitos tecnológicos (como Facebook, Amazon o Alphabet). En Europa, algunas de estas empresas cuentan ahora con dificultades para ofrecer sus servicios por las crecientes trabas regulatorias, que ahora se extienden a la economía colaborativa. Resulta lógico establecer controles en aspectos como la fiscalidad y las relaciones laborales pero algunas restricciones relativas a los servicios compartidos o la mismísima inteligencia artificial están pudiendo ser excesivas y limitando seriamente la competitividad futura de una economía europea ya de por sí fragmentada y necesitada de un proceso mucho más intenso de innovación.

En España, donde apenas hay dos o tres empresas con marcado carácter tecnológico en el Ibex y bolsas como la alternativa MAB tienen un marcado carácter inmobiliario (con casi medio centenar de socimis) también hay que reflexionar sobre la capacidad para transformar la economía. La clasificación “materiales básicos, industria y construcción” sigue dominando el parqué. Y resulta preocupante que sea así cuando las capacitaciones tecnológicas de España en capital humano son bastante considerables —y muchos marchan fuera— y, desde luego, no se ven reflejadas ni en una decidida apuesta en innovación en los presupuestos públicos ni en su encaje en el mercado de trabajo.

La reducción del riesgo bancario

Publicado en El País el 19 de diciembre de 2017

El Banco de España ha señalado este lunes que la tasa de morosidad del crédito en España cayó un 8,2% en octubre, una décima menos que en septiembre. En toda Europa, la reducción de los activos deteriorados heredados de la crisis, los famosos legacy assets, es tema de debate. En el trasfondo está el futuro de la unión bancaria. Para avanzar hacia un cortafuegos de espectro más amplio y hacia un seguro de depósitos único hará falta seguir corrigiendo esa herencia, especialmente en países como Italia. Si se consigue, una unión bancaria completa —que ya ha realizado progresos considerables— podrá alcanzar mayor poder aún para frenar episodios de inestabilidad financiera.

Lo que los países centroeuropeos pretenden —con Alemania a la cabeza— es que antes de avanzar hacia una mutualización más explícita de los riesgos, estos se reduzcan. El propio BCE baraja propuestas para exigir sacar esos riesgos de balance y dotar provisiones para pérdidas más cuantiosas. Estos planes son ahora estudiados por el Parlamento Europeo, que sería finalmente el que tendría la última palabra. La presión supervisora y política está ahí, y tiene su lógica. Para convencer al votante alemán de las bondades de un proyecto común de protección bancaria, hay que asegurar un punto de partida equilibrado.

En la eurozona, el supervisor único estima que aún quedan 800.000 millones de euros en activos deteriorados con los que lidiar. Ya existen regulaciones que ejercen su propia presión, como la normativa contable internacional IFRS9, que exige dotar provisiones conforme a pérdidas esperadas y no sólo incurridas. Se trata de anticipar cambios en el ciclo económico para evitar cambios súbitos en el riesgo. España la implementará desde enero de 2018.

Pero la cuestión es en qué medida cabe valorar el esfuerzo ya realizado. En España ha sido muy significativo. Los créditos morosos se han reducido en más de 94.000 millones sólo en los últimos tres años. Más que deshacerse de activos deteriorados, se gestionan eficientemente. En las últimas semanas se han anunciado ventas de carteras de activos deteriorados día sí, día no, por miles de millones.

Como ya sucedió con la austeridad presupuestaria, ha sido conveniente hacerlo de forma paulatina. En materia fiscal, sólo cuando se implementó un calendario de consolidación más realista se apreció la compatibilidad de ajuste presupuestario y crecimiento económico. Con los legacy assets pasa lo mismo. En España el esfuerzo más importante ya se hizo y ahora se manejan los restos con el tempo adecuado. El conflicto más significativo parece estar en Italia, donde una buena parte del trabajo está por hacer y el meollo de su crisis bancaria permanece congelado por una falta de reconocimiento suficiente del problema.

Solo con ese último esfuerzo, con la adecuada presión en los países donde queda más por hacer, otros como Alemania podrían aceptar avanzar en un esquema de protección de depósitos común e, incluso, en el llamado «cuarto pilar» de la unión bancaria, una agencia de gestión de activos (banco malo) paneuropea.

¿Brexit es Brexit?

Publicado en El País el 12 de diciembre de 2017

Fue el 11 de julio de 2016 cuando Theresa May dijo aquello de “Brexit significa Brexit”. La frase ha perseguido a la primera ministra británica hasta volverse en su contra. Me recuerda al también tautológico Black is Black de Los Bravos que grabaron en Londres. Solo pudo participar en el estudio el cantante Mike Kennedy porque el convenio laboral británico solo permitía grabar en inglés a nativos. Típica controversia anglosajona que no impidió el primer éxito internacional del pop español.

La intención inicial de la expresión de Theresa May permanece, porque Gran Bretaña dejará la UE, pero el significado es distinto ya. Por mucho que parte de la prensa británica —no exenta de un comprensible orgullo patrio— quiera establecer que el Gobierno conservador ha conseguido fijar los primeros términos del divorcio, lo cierto es que la UE es la que ha llevado y va a llevar el timón. Así será en la segunda ronda de negociaciones, con las guías que la UE va a fijar para posibles acuerdos comerciales.

Las consecuencias de cada anuncio son malas para Gran Bretaña. Bastante menos negativas para la UE. Y esa es la dinámica. La misma que ha generado un tétrico espejo en el que Londres y Barcelona se miran. Los inversores y empresas se van. Y no vuelven fácilmente. A distintos ritmos pero sin remisión. Cualquier intento de levantar la cabeza desde Reino Unido genera indiferencia desde Bruselas. Y al mínimo episodio de inestabilidad financiera, el Gobierno de las islas reculará y confirmará por enésima vez que no lleva la mano en esta partida. Se estima que si no hay un acuerdo de base entre las partes sobre temas comerciales para marzo del próximo año, la angustia crecerá en Whitehall. Lo más patético para los intereses comerciales británicos es que Reino Unido no tiene aún un plan porque el Parlamento no se ha puesto de acuerdo. Comenzará a debatirlo el día 19.

También resulta revelador que aunque Gran Bretaña ha pedido a la UE que fije sus guías de negociación cuanto antes, ha solicitado que no sean demasiado elaboradas, no sea que se les atraganten de partida. Theresa May puede haber aprendido a estas alturas que habrá un Brexit blando con más costes para su país que para la UE o no habrá acuerdo, lo que le dejará en una posición aún más desesperada. Cada paso atrás será una nueva oleada de huidas corporativas por el Canal de la Mancha.

Los defensores un Brexit duro en el partido conservador siguen pensando que en la parte comercial llega su turno de palabra. Hasta la fecha han cedido y ahora reclaman acción. Será complicado. La UE, entre tanto, a lo suyo, cerrando grandes acuerdos comerciales con Canadá y Japón. Theresa May también intentó estas alianzas pero volvió con las manos vacías. Eso es lo que significa el Brexit hoy: la UE es la favorita y la dominante. Pasito a pasito (hacia atrás) el Reino Unido irá caminando hasta el inevitable retorno al acceso al Mercado Único.

No esperar al gran anuncio

Artículo publicado en El País el 5 de diciembre de 2017

 

Los caminos de vuelta de las grandes crisis financieras son heterogéneos internacionalmente. Los patrones históricos se repiten y, aunque los ciclos de recuperación económica puedan acortarse, persisten las diferencias entre países. El «gran anuncio» se produce cuando un determinado gobierno proclama la vuelta a las tasas de paro precrisis. Más aún si se entiende que esas cifras corresponden a pleno empleo.

Sin embargo, tras la salida de la Gran Recesión, países como Estados Unidos o Reino Unido observan con estupor cómo se llega a ese deseado momento en medio de un profundo descontento social. Aunque es importante recuperar empleo, lo es también cómo hacerlo. Y en estos países se ha hecho con salarios significativamente peores que antes de la crisis y con niveles de participación en el mercado de trabajo en mínimos históricos. Cunden los desanimados que no tienen empleo, pero tampoco lo buscan ya.

En España, esa deseada «anunciación» de recuperación laboral completa está aún por llegar. Lo positivo es que puede producirse en un plazo algo más corto que en la experiencia histórica porque con la actual estructura del mercado se generan puestos de trabajo a más velocidad y desde tasas de crecimiento económico más modestas. Pero se comparte la desgracia de otros países en cuanto a caída de la participación, calidad del empleo y salarios.

Los datos del Ministerio de Empleo de este lunes se resumen en un noviembre malo como siempre, pero menos malo que el año anterior. De hecho, en términos desestacionalizados (que pocas veces llegan al titular del momento) el paro ha bajado en 22.744 personas. Del mismo modo, corregida de efectos estacionales, la afiliación a la Seguridad Social aumentó en 43.437 ocupados, lo que reafirma el vigor del crecimiento de la actividad económica. Los datos no fueron buenos en Cataluña, con 7.391 registrados más en las listas de desempleo en noviembre, pero, aunque seguramente tenga que ver con la incertidumbre económica en este territorio, resulta difícil delimitar hasta qué punto. En todo caso, si las cosas siguen igual para Cataluña, es previsible que los datos del mercado de trabajo sigan siendo desfavorables o, en todo caso, menos positivos que en el promedio del territorio nacional.

Lo que sí que resulta inaplazable es una apuesta más decidida por la calidad del empleo. Del lado del diálogo queda pendiente un pacto de rentas. España asumió un ajuste necesario e importante en salarios, pero, a todas luces, parece que ha habido una pasada de frenada. En algunas dimensiones, salarios y formación están vergonzosamente desacompasados.

Tampoco parece conveniente seguir dejando de lado una mayor inversión en innovación, ciencia y tecnología porque los mercados de trabajo más sólidos en la era de transformación digital serán los que cuenten con más empleados en esas áreas. En este capítulo, también entra una regulación más seria de la estructura laboral de la llamada economía colaborativa, donde la innovación no puede confundirse con condiciones laborales precarias. Será fantástico anunciar caídas reiteradas del paro pero, más aún, si van acompañadas de bienestar social.