La cuestión del capital

Publicado en El País el 27 de marzo de 2018

Cuanto menos socialmente apreciado es el objetivo, más sencillo es el castigo sin rigor. Las entidades financieras son, en este juego, un objetivo fácil. No parece que se estén aprendiendo todas las lecciones de la crisis bancaria. Hacer evitables los rescates, proteger a los depositantes o recuperar la estabilidad financiera son labores que quedan a medias si no se explica bien qué es un rescate, qué responsabilidad tenemos los clientes o que hay intereses de todos en juego.

Las apreciaciones que me parecen equivocadas han sido, de forma particular, dos. Una, que los 19.000 millones de euros de capital solicitados para Bankia fueron excesivos. La otra —ligada a la primera en algunos comentarios— es que se pidió de más para garantizar el éxito de la gestión de esa entidad. Parece quijotería financiera llevada al extremo por varios motivos. El primero es que parece no entenderse que ya son muchos años en los cuales el mercado pide bastante más capital de lo que exige la regulación. Los colchones de capital son necesarios, más aún cuando la desconfianza e incertidumbre son grandes.

España está haciendo razonablemente bien sus deberes bancarios y el sector ha recuperado una posición competitiva pujante en Europa. Pero los niveles de capitalización, aún siendo holgados, están en promedio aún por debajo de los de otros países europeos de referencia. Lo estaban aún más en 2012. En aquel momento, el pánico solo lo podía frenar una inyección de capital contundente en la que no hubo percepción alguna de que fuera excesiva. Lo de ahora son claros sesgos retrospectivos, una clase de posverdad, tan típica de estos días. Con una menor aportación, muy probablemente el temor no se hubiera marchado. De hecho, —no solo en España, sino en toda Europa— la desconfianza en el sector bancario fue un problema hasta anteayer, excepto en Italia, donde continúa. Hay dos máximas en los rescates bancarios más eficientes: deben llegar pronto y ser contundentes. En España llegó bastante tarde y cubrió las expectativas del momento, nada más.

En cuanto a la garantía de éxito de la gestión, dudo que hubiera cola de directivos dispuestos a asumir el timón de la principal entidad rescatada en 2012, a devolver buena parte de valor a los accionistas o a los preferentistas sus ahorros. A retener a depositantes frente a lo que, en otros casos, hubiera sido una huida masiva. A realizar desinversiones duras y poner el dividendo, en pocos años, en el radar de sus accionistas. Todo muy sencillo. Ya, ya…

A vueltas con la morosidad

Publicado en El País el 20 de marzo de 2018

La herencia de activos deteriorados bancarios (legacy assets) sigue siendo una losa pesada en Europa. Todo a pesar de que en países como España la limpieza ya realizada ha sido ingente. Ayer, los datos ofrecidos por el Banco de España corroboraron que la tasa de morosidad de cierre de 2017 fue del 7,9% y que desde los máximos de 2013, la morosidad ha caído en 99.507 millones de euros para quedarse en 97.691. Solamente en actividades de construcción e inmobiliarias, los créditos deteriorados han caído en 59.562 millones de euros.

En otro grupo de socios comunitarios, como Grecia la tasa de activos no productivos alcanza al 47,7% de los préstamos y en Chipre e Italia está en el entorno del 15%. El caso italiano es el más preocupante porque aglutina casi un tercio de los 910.000 millones de créditos dudosos de la Eurozona.

La cuestión fundamental es que, aunque la herencia de préstamos deteriorados pueda resolverse, el modo y el tiempo en que puede hacerse está poniendo en serias dificultades avanzar en la unión bancaria. A esa estructura le falta, entre otras cosas, un pilar esencial, el fondo de garantía de depósitos común. Alemania sigue mostrando abiertamente su reticencia a un seguro paneuropeo. No está dispuesta a mutualizar riesgos bancarios por varias razones.

Aparentemente, la principal se basa en que consideran que los activos deteriorados aún son muy elevados en otros países del euro y no se puede compartir un seguro cuando algunos socios presentan una incertidumbre considerable. El ahorrador —y votante— alemán asume ya con dificultad la escasa rentabilidad que le ofrece el entorno monetario como para asumir más cargas. Pero puede que aquí no acabe la cosa.

Si se lograra reducir los legacy assets lo suficiente y en tiempo récord, los países del “núcleo duro” probablemente exigirían otras referencias de disciplina más allá de la dimensión bancaria. La fiscal sin ir más lejos. Sigue existiendo una brecha en contención de déficit y deuda entre norte y sur que establece un muro casi infranqueable.

La Comisión Europea y el BCE conviven en la incomodidad de una unión bancaria incompleta y hacen frente común para avanzar en dos fases. La primera es presionar para barrer los activos dañados. La semana pasada, la Comisión anunció que baraja propuestas para aumentar progresivamente las provisiones de los créditos nuevos.

El supervisor único, por su parte, respalda estas medidas y ejerce su propia cruzada para lograr un mercado paneuropeo de activos tóxicos más líquido, que reduzca la negra herencia a mayor velocidad. Pero aquí no encaja el dicho popular de que siempre hay un roto para un descosido. Nadie está contento. Italia se siente presionada. Y los países con menor morosidad se quejan de tener que provisionar más cuando ellos mantienen la calidad crediticia en niveles elevados. Estimaciones recientes sugieren que la nueva normativa se “comerá” el 2% del capital bancario de la Eurozona a largo plazo. Más presión regulatoria. En Europa cuesta cambiar algunas cosas, todos siguen queriendo reglas a medida y esto impide un frente verdaderamente común.

Economía en el impasse político

Publicado en El País el 13 de marzo de 2018

Hay dos formas de mirar la situación de la economía española. Una es sentarse a contemplar la coyuntura favorable. Otra es preocuparse a largo plazo por la sostenibilidad del crecimiento y del empleo ante un entorno político de impasse. No hay iniciativas legislativas que impliquen reformas. Se traspone alguna directiva comunitaria y poco más. No hay Presupuestos. Y no es solo cuestión de Gobierno: la falta de compromiso es generalizada en las facciones políticas. Habría que entonar un “¡políticos, pónganse las pilas!” generalizado.

Hacer reformas en tiempos favorables genera una estructura antisísmica más sólida cuando llegan los terremotos. Sobra complacencia con la bonanza económica y las discusiones irreales para problemas que necesitan soluciones reales. Como sucede con la teatralidad que inunda el problema territorial en Cataluña. O la esterilidad de las propuestas para corregir la insostenibilidad a largo plazo de las pensiones. Debates de cara a la galería con propuestas que no van a mejorar el bienestar de todos. Convendría sortear la trampa electoral y apostar por transformar aquello que sabemos que no funciona. Pero también sería preciso hacer cambios de los que mueven al país a otro nivel, de los que sitúan en posiciones de liderazgo en algún campo crítico (educación, tecnología, energía,…). Requeriría pactos de Estado, aparentemente una utopía hoy.

Se confirma que en nuestro país solo se emprenden cambios estructurales —los que determinan el bienestar de las futuras generaciones— cuando se tiene el agua al cuello. Cuando la exigencia del exterior es abrumadora. Ni siquiera (caso, otra vez, de las pensiones) cuando los números no salen. Las minorías son un problema. Pero ahí tenemos a Alemania en su equilibrismo de coaliciones cada vez más delicado pero con el liderazgo europeo como premisa de todos sus integrantes. O a Macron en Francia logrando, desde minorías aún más incómodas, reformas impensables hace un año en ese país.

Sería interesante que España pudiera dar un paso al frente, no solo para satisfacer la obligación de cumplir con Europa, sino para situarse en el grupo que la lidera. El mundo no para, no espera. Trump pone el equilibrio comercial patas arriba. El entorno monetario se mueve cada vez más rápido hacia mayores tipos de interés e inestabilidad financiera creciente. Europa se abre a una realidad de diferentes velocidades. Y, sobre todo, la nueva economía está ahí. Teniendo nuestro país uno de los mejores capitales humanos en formación tecnológica, no hay propuesta alguna más allá de la de permanecer en posiciones medias en la ya de por sí globalmente retrasada agenda digital europea.

Se escucha también bastante poco sobre las políticas de promoción de los vehículos eléctricos que en países vecinos cuentan con plazos y decisiones firmes. Subir la imposición al diésel es solo un paso previo, aunque sea en la dirección correcta. En todo caso, en política energética se lleva demasiado tiempo sin una estrategia definida. En educación, que es la base más transversal y que determina el éxito de una sociedad, la confusión es considerable. ¿Hay alguien que ofrezca el liderazgo para cambiar todo esto?

Avances en digitalización financiera

Publicado en El País el 6 de marzo de 2018

La revolución tecnológica que presenciamos hace que casi cada dato sea relevante. Sofisticados algoritmos sacan partido a combinaciones de bytes en múltiples dimensiones. La financiera es una de las principales. La digitalización en los servicios bancarios puede suponer ventajas como menores costes, mayor competencia, productos más personalizados e inmediatos e, incluso, mayor inclusión financiera de colectivos desfavorecidos.

 

Paradójicamente, una de las dificultades para conocer cómo avanza la digitalización financiera es que no existen estadísticas recurrentes y sistematizadas. No obstante, algunas iniciativas recientes están permitiendo tomar el pulso a la realidad financiera digital española. La semana pasada se presentó el Barómetro de Innovación Financiera del Observatorio de la Digitalización Financiera (ODF) de Funcas, un proyecto en colaboración con Finnovating, que ofrece datos sobre la ya palpable transición hacia una nueva industria financiera en España. Algunos de los avances se producen a tal velocidad que bastantes usuarios, sin saber que es el FinTech, el blockchain o un iniciador de pagos, los están usando ya casi a diario.

El barómetro muestra que aunque es habitual que los españoles trabajen con más de un banco, el 80% realiza tres de cada cuatro operaciones con su entidad principal. Además, el 87% considera que su banco le proporciona alternativas digitales a los servicios tradicionales. Y parece también que esa percepción negativa de los bancos arrastrada por la crisis se ha relativizado. La nota media que el español concede a su entidad principal es 7,3 sobre 10. Aún así, los cimientos competitivos del mercado se mueven. El 55,7% de los clientes estarían dispuestos a cambiar de banco si otro le ofreciera alternativas más convenientes y señalan a las entidades estrictamente digitales como principal opción de cambio. En todo caso, queda terreno por delante para la transformación de la demanda porque, de momento, solo el 41% de los clientes está dispuesto a realizar una operativa íntegramente digital.

¿Están los bancos respondiendo a ese cambio en la demanda? ¿Se pasará de la banca relacional física a una interacción algorítmica? El barómetro de ODF sugiere que parte de ese cambio está en ciernes pero algunos detalles de la nueva relación banca-cliente están por definirse. Más de la mitad de los directivos encuestados sugieren que dentro de un año la situación del sector bancario español será mejor que la actual y que, a diferencia de lo que podría pensarse, no es la rentabilidad, ni la abrumadora regulación el mayor reto de su banco, sino la transformación digital. Del 1 al 10, consideran que la digitalización de su entidad es aún de un 6. Tal vez lo más relevante es que ya no consideran que otros bancos tradicionales sean sus mayores competidores a un año vista. El 38% apunta a las BigTech como Google, Facebook o Amazon y el 32% a otras FinTech y a bancos estrictamente digitales.

Si esta transformación no se produce más rápido es porque demanda y oferta deben ir de la mano y porque el componente relacional entre un cliente y su entidad financiera debe reprogramarse pero nunca perderse.