Desestabilización hipotecaria

Publicado en El País el 30 de octubre de 2018

Imaginemos que, en el mundo del fútbol, se generara una progresiva animadversión hacia los delanteros (motivos se podrían buscar). Pensemos por un momento en que ese movimiento captara adeptos y calara en las autoridades futbolísticas. Y así, en un momento dado, decidieran que en los partidos de balompié cada parada de un portero valiera como un gol de un delantero. Y que tomaran esta decisión incluso después de que diferentes comités y otras autoridades consideraran tal medida no solo injustificada, sino también dañina para ese deporte. Supongamos incluso que se llegara más allá y se quisieran revisar retroactivamente los últimos campeonatos de liga y dárselos a aquellos equipos que más puntos obtuvieran con el nuevo sistema. Esto podría causar un malestar importante y, sin duda, se generaría inseguridad sobre las reglas del juego.

La banca no es el fútbol —el ejemplo anterior era evidentemente una metáfora— pero, en los últimos tiempos, vive una inseguridad jurídica que la puede dejar en fuera de juego. Cambios de reglas a mitad del partido.

Los bancos siempre cumplen con las decisiones judiciales y la legislación vigente. Incluso frecuentemente se adelantan a ellas normalmente para favorecer su implantación. En el mercado minorista más importante, el hipotecario, ha habido muchos cambios de reglas en los últimos tiempos. Se sigue a la espera de una normativa fiable, que será una nueva ley hipotecaria que adapte las últimas directivas europeas. Se ha hecho un esfuerzo notable desde diferentes partes (regulador, consumidores y banca) para avanzar hacia su borrador. Pero en mitad de ese proceso de cambio los tribunales están adoptando medidas controvertidas. Entre otras cosas, porque unos fallan en contra de otros. La inseguridad jurídica ha ido a más.

En este punto, una nueva ley hipotecaria parece urgente. Sobre todo, tras la última decisión —pendiente de resolución final en unos días— sobre quién deberá pagar el impuesto de actos jurídicos documentados y, sobre todo, si —en caso de hacerlo la banca— será aplicable retroactivamente y en qué medida.

La justificación de la última sentencia del Supremo que ha motivado esta polémica es que los bancos deben ser considerados sujetos pasivos en el impuesto vinculado al préstamo con garantía hipotecaria. Esta consideración es llamativa tanto en la tradición legal y práctica como desde el punto de vista económico de proveedor-comprador. Se cambia, además, un criterio judicial consolidado: el cliente demuestra su condición pasiva y capacidad económica al endeudarse. Esto explica, por ejemplo, que quienes se subrogan no paguen —según la legislación vigente— este impuesto porque ya lo hicieron los prestatarios iniciales en la hipoteca.

Lo que hasta ahora ha sido norma no es un capricho español. En los otros países europeos con tributos similares (Francia, Portugal, Italia o Austria) el pago lo asume el prestatario.

La inseguridad jurídica está penalizando a un sector fundamental para consolidar la inversión y la recuperación económica. Obliga a uno de los mercados hipotecarios más competitivos de Europa a revisar productos y, como mínimo, a recalibrar sus costes, cuando los márgenes son ya muy ajustados. La retroactividad no parece justificada y añadiría, además, un golpe comparativo a nuestras entidades respecto a competidoras europeas.

El ‘conundrum’ europeo

Publicado en El País el 23 de octubre de 2018

La etimología de la palabra conundrum no está claramente definida, pero se trata de un término cada vez más usado internacionalmente para ilustrar algo difícil o imposible de resolver. Va frecuentemente asociado a la economía y organización política europea, en la que la sensación de puzle irresuelto es constante. Hay un sentimiento creciente de ansiedad, de orfandad de liderazgos e insuficiencia en los mecanismos de prevención. Tal vez no hemos aprendido suficiente de la crisis. Esta Europa está algo más atada en compromisos importantes como la unión bancaria (que sigue incompleta), pero menos interconectada financieramente. Cada uno queda con su riesgo soberano. Por no hablar del Brexit.

Tratar de situarse en algún lugar independiente para debatir sobre los desafíos económicos y financieros europeos sigue siendo esencial. Esa es la misión con la que funcionan —también en otros lugares del mundo— los comités de regulación financiera en la sombra. El europeo (European Shadow Financial Regulatory Committee o ESFRC), del que formo parte, se reunió ayer en la fundación de las cajas de ahorro (Funcas) en Madrid y pronto quedó claro que Italia fue, es y seguirá siendo la gran preocupación. El riesgo soberano acecha. En un ambiente monetario cambiante, los escudos protectores van a la baja. La declaración de ayer del ESFRC sugería, precisamente, que la ansiada reforma del Mecanismo Europeo de Estabilidad debería convertirlo en un instrumento para coger el toro por los cuernos. Que sirva para establecer mecanismos de reforma que introduzcan en una senda de estabilidad a las economías en dificultades y permita el apoyo financiero directo a sus bancos.

La UE parece precisar una combinación de realismo y cohesión. Determinar los compromisos fiscales precisos para aumentar la solidaridad financiera y la protección común. Es el aro por donde Alemania y otros acreedores netos tendrán que pasar para superar sus reticencias. Pretender una unión fiscal radical es utópico y poco práctico. Se podría avanzar por el camino de estándares de cumplimiento mínimo y de mayor presupuesto común. Esa puerta fiscal abriría el cerrojo para completar una unión bancaria, fundamentalmente con un seguro de depósitos común.

El problema es que, hoy por hoy, Italia rompe los dos esfuerzos: el de avanzar en materia de credibilidad fiscal y el de hacer razonable mutualizar riesgos en mayor medida. No valen las trampas al solitario en cada Estado miembro. Bruselas y Fráncfort retienen el capital político necesario, pero en ambas plazas se aprecia continuismo en muchos Estados miembros. Observan Gobiernos con cierta inestabilidad que alientan la especulación y Roma es la principal hoguera de esas vanidades.

En la gobernanza europea, no hay tanta percepción de que los planes presupuestarios de España o Portugal hayan supuesto un cambio cuantitativo radical. Tampoco hay sensación de peligro porque el termómetro del PIB sigue siendo cálido. Pero cuando llegue el frío monetario será la medida de la credibilidad fiscal la que permita avanzar en la cohesión fiscal y financiera europea. Al sur de los Alpes no parecen dispuestos a deshacer el conundrum.

La señal de un digno SMI

Publicado en El País el 16 de octubre de 2018

El reciente acuerdo por los presupuestos entre el Gobierno y Unidos Podemos ha dado lugar a un airado debate político y público en los últimos días. Independientemente de que no hay presupuestos perfectos, y estos no lo son. Estoy en desacuerdo con buena parte de la subida impositiva que en gran parte recae en los de siempre y además no se hace “pedagogía” de los enormes retos fiscales y económicos del país. Pero me han parecido excesivas algunas críticas —con considerable carga política relacionada con el asunto o no— , como si estos presupuestos fueran muy distintos de los aprobados en años anteriores.

Alguna novedad hay, por supuesto, pero mantiene las líneas generales de los presupuestos anteriores, a saber, “cumplir sin más” con los objetivos de Bruselas, preocuparse poco por el crecimiento económico y por la situación financiera a medio plazo y hacer las concesiones necesarias para lograr la aprobación parlamentaria. Pura inercia. En los últimos años ni se ha hecho una verdadera reforma de la Administración —a pesar del margen que daba el crecimiento económico desde 2014— que permitiera ahorros permanentes. Ni se ha garantizado la sostenibilidad financiera del conjunto del presupuesto, o de algunas partidas importantes —como las pensiones— o de la deuda pública acumulada. Veremos qué opina Bruselas, pero viendo lo de Italia, dudo que haya excesivo ruido exterior.

Me parece más interesante analizar otra de las medidas del acuerdo: la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) de 735 a 900 euros mensuales. Creo que es una noticia que puede venir bien a la sociedad española. No arregla todo, desde luego, pero satisface una aspiración social relevante. Si bien los economistas defendemos vincular salarios a productividad y la medida acordada no vendrá bien a todos, creo que hay razones que pesan más y fundamentan la subida.

En primer lugar, la crisis financiera ha traído más desigualdad y más pobreza. Por ello, parece oportuno —cada vez más voces autorizadas abogan por ello—, que si bien la intervención del gobierno en el proceso general de negociación de salarios en el sector privado debe ser mínima, las autoridades en economías avanzadas que así lo decidan deben tener un papel en la fijación de la remuneración de los menos privilegiados, donde un nivel digno puede suponer una solución más satisfactoria para la sociedad en un sentido amplio que la de mercado puro. Más aún, cuando en los últimos años ha caído el peso de la remuneración de asalariados en el PIB, lo que apunta a la existencia de cierto margen para subir salarios, especialmente los más bajos.

Por si fuera poco, un país como España que siempre se compara con los países del entorno —si bien es cierto que el desempleo es mucho mayor y el mercado de trabajo, más disfuncional— tiene un SMI sustancialmente inferior al de otros como Reino Unido, Irlanda, Alemania y Francia (todos por encima de 1.400 euros). En suma, una convergencia y una dignificación necesarias, probablemente, además, con efectos positivos sobre el consumo.

La economía encuentra a la naturaleza

Publicado en El País el 9 de octubre de 2018

La concesión del Premio Nobel de Economía de 2018 a William Nordhaus (Universidad de Yale) y Paul Romer (Universidad de Nueva York) es poco discutible. Es una buena noticia —en cuanto a lo que tiene este galardón de señalización— para volver a llamar la atención sobre el impacto de los modelos de crecimiento económico en el medio ambiente y los retos que impone la tecnología para lograr sociedades más equilibradas en términos de bienestar.

Hay dos cuestiones en común que parecen justificar la concesión al alimón del premio. La primera es que ambos proporcionan marcos conceptuales para hacer las preguntas adecuadas. Una cuestión que ayer se recalcó durante el anuncio y que es metodológicamente determinante porque ha inspirado el desarrollo científico de innumerables investigaciones sobre economía, desarrollo y tecnología desde hace 40 años. El segundo elemento compartido es el carácter rupturista y crítico que esos marcos conceptuales conceden. Un componente dialéctico que, además, se ha reflejado de forma nítida en algunos momentos en la discusión académica sobre la oportunidad de determinados modelos para guiar la política económica y la respuesta a las disrupciones y crisis.

Hace dos años, en esta tribuna, me refería precisamente al debate que abrió Paul Romer poco tiempo después de dejar su puesto de economista jefe en el Banco Mundial. Su crítica y sátira a la obsesión por los modelos matemáticos basados en listas de suposiciones —cuyo tamaño consideraba inverso a su realismo— puso en solfa a la profesión. Los consideraba demasiado rígidos para aprehender la compleja realidad actual.

No es que a los modelos de Nordhaus y Romer les falte estructura. En realidad, lo que proporcionan es precisamente un armazón para relacionar causas y consecuencias de forma ordenada y empíricamente contrastable. Y con utilidad pasada, presente y futura. En el caso de Nordhaus, su modelo dinámico integrado de la economía y el clima (DICE, por sus siglas en inglés) proporcionó desde la década de 1970 un soporte para el análisis coste-beneficio de las emisiones de CO2 de incalculable valor para abrir el debate sobre los efectos del cambio climático y su prevención.

En el caso de Romer, destaca su contribución a los modelos de cambio tecnológico endógeno. Observó la existencia de tremendas diferencias en la capacidad de crecimiento entre países que asoció, primordialmente, a la capacidad de insertar en las mismas el cambio tecnológico. Y, en este punto, concede especial relevancia a las ideas como mecanismo de progreso siempre que puedan ser aprovechadas de forma colectiva y sin excesiva exclusión. Lo cual nos hace reflexionar sobre el mundo que vivimos y la enorme concentración de información —el combustible de las ideas— en pocas manos y las consecuencias para lograr un desarrollo más amplio y sostenible.

La economía encuentra a la naturaleza en las consecuencias del crecimiento, pero la tecnología determina cómo interactuamos con ella. Es una de esas ocasiones en las que el Nobel viene respaldado por un impacto indudable de la contribución científica a la política económica. Un impacto que aún tiene mucho desarrollo pendiente.

Atentos a la educación financiera

Publicado en El País el 2 de octubre de 2018

Una educación mal planificada es un lastre para varias décadas. La dimensión financiera es una de las más relevantes. La última crisis lo ha reiterado. Los problemas pueden surgir de combinación de imperfecciones de oferta y demanda. Una regulación apropiada de protección del consumidor será siempre incompleta si no va acompañada de una mejora del nivel de instrucción económica de los ciudadanos.

Este lunes se celebra el día de la educación financiera. Tal vez lo primero que se precise es resolver un sesgo de percepción respecto del concepto mismo. Se tiende a concebirla como la capacidad de entender los productos y servicios (principalmente bancarios) a los que los clientes suelen acceder. Sin embargo, es algo más amplio: entender las finanzas a lo largo del ciclo vital. Por eso, reviste importancia procurar que los parámetros de una hipoteca sean inteligibles para un demandante de crédito. Pero también hacer comprender que actualizar sin más las pensiones conforme al IPC podría romper un contrato intergeneracional que compromete seriamente las prestaciones futuras. O, por ejemplo, también debe ser cultura financiera entender que la deuda pública no es algo ajeno y que acabaremos pagándola entre todos.

Las finanzas están en muchos aspectos del catálogo de derechos y obligaciones que rige nuestra vida. De la suma de su comprensión individual se puede acabar componiendo una sociedad financieramente responsable. En particular, en un momento que tiene muchos elementos de excepcionalidad. Se están produciendo cambios muy relevantes para nuestros bolsillos. Está finalizando el gran experimento monetario y es tiempo para recordar que los tipos de interés también suben. Es una primera lección simple para los tiempos que vienen: precaución si usted tiene deuda variable y oportunidad para su ahorro.

El euríbor, supimos ayer, subió muy ligeramente en agosto, hasta el -0,166% desde el -0,168% del mismo mes del año anterior. Para las hipotecas que ahora se revisan supondrá un aumento casi imperceptible (unos céntimos) pero es el comienzo del camino de subida. Cuan rápido se escale la cuesta va a depender del Banco Central Europeo. La expectativa es que se elevaran los tipos oficiales hacia el final del verano de 2019. Pero Draghi ha señalado que la inflación parece crecer ahora más rápido (incluso descontada la energía), por lo que no es descartable que se adelante un poco la primera elevación de tipos. Y no es que el crédito esté muy animado. Sigue predominando la devolución de deuda, la cautela. El Banco de España ofrecía datos este lunes que refrendaban el exiguo crecimiento interanual de la financiación a hogares —0,3% en agosto, debido principalmente a un crédito al consumo que hay que vigilar—, pero una caída de la de empresas del 0,5%.

Conviene estar informados financieramente, en las buenas y en las malas. Para estar preparados para cambios. Como ahora, que la Bolsa tampoco anda para muchas alegrías, con una Italia díscola en disciplina fiscal que renueva las dudas sobre la cohesión de la eurozona. De una manera u otra, todo esto afecta a sus finanzas. Atentos.