Nuevas reglas financieras

Publicado en El País el 26 de febrero de 2019

Obviamos formar parte de cosas que criticamos. Arreamos a los políticos pero son los que votamos. Sabemos que pagamos por los servicios de forma distinta pero lo aceptamos o no según nuestra simpatía por el tipo de negocio, en lugar de por el valor de lo que recibimos. Sería sano ponerse al frente, asumir el papel protagonista. Pensar hasta qué punto las cosas nos pertenecen o nos afectan y, en conformidad, pedir a los legisladores acción.

El del sector financiero es un caso importante de transición desde la crítica a la acción. Claro que hay intereses empresariales pero el dinero es el de nuestros bolsillos. Todos somos parte del sector financiero, queramos o no. Es más constructivo pedir que criticar. Regular que prejuzgar. Con cierto nivel de exigencia, la banca del futuro debe ser más a medida del ciudadano. No solo como servicio sino para responder a la gran demanda poscrisis: que los problemas de estabilidad financiera los paguen los accionistas y bonistas bancarios y no el contribuyente. La bancaria es una industria estratégica: determina gran parte de la inversión, el ahorro y la planificación del ciclo vital y empresarial. Como español cabe preguntarse qué se puede esperar de la banca española y qué pedirle, regulatoriamente hablando.

La confianza es un punto de partida. Encuestas globales como la de Edelman (hay otras con resultados similares) señalan que un 54% confía en otras personas parecidas a ellas tanto como en sí mismas. Sin embargo, un 50% lo haría en un asesor financiero, un 39% en un periodista y un 35% en el gobierno y los reguladores. El castillo de la credibilidad se construye al revés. Aun así, la confianza en el sector financiero está tocada.

En los últimos días se han aprobado disposiciones normativas financieras esenciales, destacando la nueva ley hipotecaria. Aunque su desarrollo reglamentario puede tardar en medio del impasse político, es un capítulo esencial del que, si nos informamos, descubrimos que la mayor colaboración ha venido del propio sector financiero, el más interesado en acabar con tanta incertidumbre en torno a las hipotecas. Un resumen bruto pero tal vez ilustrativo es que no serán posibles cláusulas abusivas pero tampoco hipotecados naif. El margen que un banco obtiene cada año por sus servicios bancarios o una hipoteca es ostensiblemente menor que el de una copa de vino, un taxi o una habitación de hotel, todos ellos servicios de sectores menos regulados.

Resulta también llamativo y trascendental que en un sector tan transversal como el bancario se apruebe un banco de pruebas (sandbox) para que otros actores digitales colaboren y compitan con las entidades financieras. El Gobierno ha aprobado el anteproyecto y aunque las elecciones pueden retrasar su entrada en vigor, existe consenso. Es algo en lo que tecnológicamente Europa va por delante de Estados Unidos (una rara excepción) y en lo que España y su sector financiero se abren como nunca y como pocos sectores lo hacen, teniendo en cuenta la resistencia a la digitalización en un amplio abanico de servicios en nuestro país.

La economía global importa

Publicado en El País el 19 de febrero de 2019

La evolución bursátil, sobre todo tras las subidas del pasado viernes, se presta al análisis facilón, reflejado en distintos medios: “Las Bolsas van al alza tras el adelanto electoral”. En realidad, la subida del Ibex 35 se debió a la expectativa de que China y Estados Unidos limen asperezas comerciales. La realidad hasta el momento es que, como ha recordado la economista jefa del FMI Gita Gopinath, el ciclo ha cambiado más rápido de lo esperado. Esto influye hondamente en España. De nada sirve atribuir demasiados cambios en la economía a los escasos nueve meses que este Gobierno ha estado al mando con las limitaciones que le ha impuesto su representación parlamentaria.

La economía española ha seguido creciendo desde 2015 casi ajena a los distintos avatares electorales. Y ha habido unos cuantos. Los impulsos para el crecimiento han venido de tres fuentes. Una casi agotada y dos en pleno declive. Las reformas estructurales que la economía española acometió en 2012 y 2013 fueron impulsadas por la UE como exigencia por la ayuda financiera. Sin ser perfectas, permitieron acelerar los ritmos de creación de empleo y, sobre todo, recuperar buena parte de la credibilidad fiscal. Tras esos impulsos, las reformas se han ido difuminando. Una vez más no las hacemos creciendo, que es cuando verdaderamente tocan. Los otros dos factores —que ahora están en cuestión— son la coyuntura favorable de la economía mundial y los vientos de cola (petróleo barato y liquidez a chorro del BCE con tipos de interés por los suelos).

Lo que ahora se afronta es una desaceleración porque los motores externos parecen perder fuerza. Es lo que realmente pesa. Eso sí, la coyuntura hoy es distinta a la de 2015 y 2016. No es lo mismo que un país afronte elecciones sin Presupuestos que con ellos. O con desequilibrios presupuestarios sin resolver que encauzados. Aun así, en estos meses hasta la formación de gobiernos a diferentes escalas territoriales, pesarán mucho más factores como el verdadero impulso de economías como la alemana (ahora en cuestión), la capacidad de resolución de un Brexit que huele a larga prórroga (o a caos) o, por último, a la posibilidad de que se resuelvan las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos. España tiene una cuota importante de afectación en algunas de estas materias. Es uno de los países con mayor conexión comercial, turística y financiera con Reino Unido. También es uno de los que mantiene más la atención en los problemas de varios emergentes, en particular (a diferentes niveles) de Venezuela, Argentina y Brasil.

Lo que ocurra en el mundo importa mucho pero hace tiempo que parece que no fuera así. Internacionalmente, 2019 parece un partido con dos tiempos. El de la primera parte del año parece una prórroga de ganancias empresariales en Estados Unidos y de cierto impulso bursátil, sobre todo si el proteccionismo se reduce. Pero los análisis apuntan a una segunda parte del año más sombría si no hay nuevos impulsos. Justo cuando, seguramente, España alumbre un nuevo Gobierno… que debe mirar al exterior.

Apuntalar la economía

 Publicado en El País el 12 de febrero de 2019

A la política económica española quizás le ha faltado bastante sinceridad desde hace años. Honestidad para librarse de la propiedad intelectual o temporal de las ideas y reconocer los puntos de encuentro. Es difícil identificar políticas de izquierdas y derechas cuando la realidad nos ha vinculado, desde la transición, a un entorno de responsabilidad fiscal y apertura europea en el que no se pueden etiquetar ideológicamente determinadas propuestas. Pisamos un terreno en el que lo que llamamos Estado de bienestar ha intentado madurar sin la necesaria solidez.

Cada vez que se acerca una cita electoral, cada vez que son precisos acuerdos para sumar mayorías de gobierno (o de censura), aparecen conjuntos de intersección en las propuestas económicas de partidos de casi todo el espectro político. Resulta incluso ilusionante comprobar que tocan aspectos estructurales que hacen mucha falta en este país, desde el tratamiento de la corrupción hasta la reforma educativa o la sostenibilidad de las pensiones. Cuando llega el momento de pasar a la acción, sin embargo, los conjuntos se alejan y desaparece el espacio común para entregarse a una doble misión destructiva. Por un lado, renegar de las ideas comunes para apropiárselas de forma individual, casi siempre sin mayoría suficiente para implementarlas. Por otro lado, aceptar visiones más populistas con los brazos abiertos, dejando de lado la necesaria reforma de largo plazo en pos de un rédito electoral de corto plazo. Los últimos acuerdos para vincular pensiones al IPC son el ejemplo más claro.

Hoy se debaten los presupuestos en el Parlamento. Una vez más pero ahora suena a definitiva. Si no se aprueban, se esperan acontecimientos de naturaleza política de calado. Lo que le falta a este país es apuntalar la economía en un momento en el que la desaceleración económica europea e internacional aprieta. Curiosamente, ahora que es posible que a la legislatura le puede quedar poco tiempo para emprender grandes reformas, se presenta una nueva agenda reformista. Es, sin duda, un punto de referencia que los ciudadanos no deberían perder de vista. La Agenda del Cambio presentada por la Ministra de Economíaintroduce propuestas estructurales tanto o más importantes que las que se debaten en torno a los Presupuestos del Estado. Pero no es esa Agenda la que parece concentrar la batalla política y el escenario mediático, por lo que lamentablemente podría terminar diluyéndose. Dejando al margen aspectos formales (importantes pero salvables), medidas como la «mochila austriaca» o reformas en materia de ciencia, investigación o energía tienen mucho que ver con propuestas y programas electorales anteriores de otros ejecutivos con distintos signos políticos. Si hubiera la suficiente madurez política se encontrarían muchas posibilidades de avanzar. Sin embargo, el populismo parece un virus demasiado contagioso. Y con frecuencia acaban tomándose medidas completamente contrarias a la lógica anteriormente planteada.

No parece existir un ambiente de solidez institucional y territorial que propicie mirar a lo estructural. La última vez que se abordaron reformas profundas en España, fue obligados por la UE ante la crisis. Sin puntales, el próximo vaivén puede llevarse demasiados cimientos de la economía española por delante.

 

La difícil rentabilidad bancaria

Publicado en El País el 5 de febrero de 2019

Los resultados para 2018 de los bancos españoles se han conocido en la última semana. En su conjunto, han mejorado significativamente respecto a 2017. Paradójicamente, tras unas primeras semanas de enero de evolución bursátil positiva del sector, la reacción del mercado tras conocer los datos de beneficios fue negativa. No se deben sacar lecturas exageradas de un dato coyuntural bursátil, pero parece oportuna una reflexión respecto a la tensión sobre las acciones bancarias desde hace algún tiempo. A pesar de la fuerte reestructuración del sector desde 2012, el mercado sigue entendiendo que hay notables desafíos y amenazas por delante.

Apremia un análisis metodológico. Aunque los resultados totales del sector han mejorado, cuando se emplean indicadores de rentabilidad relativos, que son de más interés para los inversores —como, por ejemplo, el ROE (beneficios sobre recursos propios)—, se observa que la imagen que se obtiene no es tan feliz, ya que no se llega en muchos casos a cubrir el coste del capital. Algo que no es un fenómeno nuevo. La fuerte regulación es determinante en este contexto. Hay buena masa, pero es muy difícil levantar un suflé así. Además, hay una sensibilidad de las Bolsas —con cierta ponderación a corto plazo— a cuestiones corporativas y reputacionales muy puntuales.

El bancario es uno de los sectores económicos más transversales, si no es el que más. Conectado con otras actividades productivas a través de los flujos financieros. Cualquier desaceleración del PIB se hace sentir inmediatamente en el negocio bancario. Es la voz de la banca. Si falla algún instrumento o está mal acompañada, se escucha menos. Es el sector que recibe más impactos cuando la economía muestra debilidades en su crecimiento —entiéndase, ahora— o cuando hay amenazas externas. En este último caso, cualquier duda (o suma de ellas) sobre aspectos institucionales como la resolución del Brexit, la integración europea, la Unión Bancaria o la resiliencia económica y financiera de un país cercano (véase, Italia) repercute en las entidades financieras de todo el continente. Más aún cuando se trata de una banca como la española, con tanta presencia europea y mundial. Los emergentes han hecho también mella más de una vez.

Otros dos factores importantes. Uno, dada la desaceleración de la economía de la eurozona, un número creciente de analistas cree que, aunque el Banco Central Europeo inicialmente podría mantener la subida de tipos de interés hasta final de verano, es probable que, como poco, deba alargar los plazos de la hoja de ruta para sucesivos aumentos de tipos o retiradas de estímulos. Los márgenes financieros se mantendrían muy estrechos. Se prolongaría la presión estructural a la baja sobre los ingresos bancarios. Segundo desafío: la sempiterna digitalización. La competencia de nuevos operadores más tecnológicos, con mucha menos estructura y actividad mucho más “desregulada”, pueden erosionar aún más el negocio y el valor de las acciones bancarias. Curiosamente, no cabe otra respuesta que continuar apostando por más digitalización, pero también demandar una equiparación de la regulación con los nuevos competidores.