Retos económicos locales

Publicado en El País el 28 de mayo de 2019

España ha cerrado un ciclo electoral intenso en los últimos años con las votaciones que se celebraron el pasado domingo. Las municipales fueron quizás la principal referencia y cabe preguntarse qué puede cambiar en nuestros Ayuntamientos. No es España un país donde sean frecuentes transformaciones sorpresivas de los entornos urbanos que lleven las ciudades a otro nivel, al estilo asiático.

Tampoco se suelen observar deterioros notables que conducen a algunas urbes al abandono y la consideración de entornos fantasma, como se observa en algunos casos en Estados Unidos. Sin embargo, sí hay experiencias de proyectos que, con el tiempo, han logrado catapultar la imagen y economía de algunos municipios españoles… para bien. Ha sido posible a pesar de que las competencias de un Ayuntamiento son limitadas y, a menudo, desconocidas por los vecinos.

El urbanismo —con una creciente dificultad de acceso a la vivienda en muchas ciudades y las preocupaciones medioambientales a la cabeza— es la referencia central de la política local. Abundan en campaña electoral las propuestas faraónicas. Ese tiempo ya pasó. Son necesarias acciones más realistas y cotidianas.

Hay dos ejes urbanos donde se están dando progresos sorprendentes en experiencias locales internacionales, que son la combinación de “inteligencia digital” y “ecología”. Las llamadas ciudades ecointeligentes (eco-smart cities), con transporte público de calidad y limpio y con conexión rápida y ubicua de redes. Una fuente extraordinaria de capital social.

En un país como España, estas cuestiones pasan por el filtro de la omnipresencia del turismo. Corresponde a los Ayuntamientos articular su responsabilidad turística, apostando por la calidad en lugar de por el récord año a año. Pedimos a los Gobiernos centrales empleo estable y de calidad, pero no podemos hacerlo fomentando a escala local empleos turísticos que se traducen en mayor agotamiento medioambiental.

He tenido la oportunidad de presidir el Consejo Social de Granada —ciudad con peculiaridades por su historia y cultura— y de comprender que no faltan ideas pero sí liderazgos que trasciendan el partidismo. A los alcaldes no les podemos pedir que sean gurús, sino líderes que, con mayoría o con consenso, impulsen el valor histórico y las potencialidades de su ciudad.

A menudo, sacrificando popularidad a corto plazo. Ha habido ejemplos de Gobiernos municipales que han impulsado y transformado ciudades desde puntos de partida muy oscuros. Un elemento común en las experiencias de éxito es evitar la concepción de la ciudad como un ente aislado o único y arrastrar a toda una provincia en torno a economías de gama y red. Cooperación total y rivalidad cero.

Algo aún más trascendente en un momento en el que se habla de acabar con la España vaciada. Hay otros tres rasgos que definen a las ciudades que triunfan económicamente en el siglo XXI. El primero es no solo apostar por lo nuevo , sino también recuperar o regenerar lo perdido industrialmente o lo deteriorado ecológicamente. Segundo, entender la tecnología como un facilitador, como un modo de hacer las cosas en lugar de un fin. Y tercero, y más complicado, la capacidad para involucrar e ilusionar al ciudadano en el proyecto.

La caja de los truenos tecnológica

Publicado en El País (online) el 20 de mayo de 2019

Lo comentaba en esta tribuna el martes pasado: la guerra comercial entre China y Estados Unidos tiene una puesta en escena industrial pero el trasfondo, ya indisimulado, es la batalla por la supremacía tecnológica. El doble zarpazo de la administración norteamericana a Huawei ha destapado la caja de los truenos. Por un lado, decide vetar la venta de productos de la empresa china —a la que coloca en su «lista negra»— en territorio estadounidense. Por otro lado, prohíbe de forma efectiva que los grandes productores de semiconductores —vitales en la producción de smartphones— de Silicon Valley suministren a Huawei.

La consecuencia más inmediata y comentada es que Google deja de proporcionar servicios a Huawei, que es uno de los mayores productores de smartphone del mundo (en Europa vende uno de cada cinco móviles). Quedan huérfanos los usuarios, que no pueden actualizar el software de sus teléfonos ni acceder a servicios y aplicaciones muy comunes. Los daños colaterales son mucho mayores. Entre otras cuestiones, los grandes productores de chips en Estados Unidos (Qualcomm, Broadcom and Intel) andan asustados no sólo por el negocio que pierden sino porque si confirma la guerra en el terreno tecnológico, los vetos cruzados pueden hacer que el fuego «amigo» cause muchas víctimas.

La cuestión es peliaguda porque la actual decisión de la Casa Blanca es aún confusa porque prohíbe la importación o uso de tecnología que «amenace a su seguridad nacional» y empresas como Google han dado por supuesto que Huawei es la primera en esa lista. Sin embargo, en los próximos 80 días, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos va a hacer una lista exhaustiva de empresas y productos que suponen esa «amenaza». Y 70 días después el Departamento de Comercio hará una lista exhaustiva de «empresas y países» vetados. Por lo tanto, cinco meses por delante para desatar un conflicto tecnológico geoestratégico de primera magnitud.

Es necesario señalar que las precauciones sobre la seguridad de la expansión internacional de algunas empresas tecnológica no es preocupación exhaustiva de Estados Unidos. Otros países como Japón o Australia ya han establecido vetos a Huawei entre sospechas de espionaje. Tal vez, el freno más inmediato al desarrollo de la digitalización sea el temor a la pérdida de control sobre la información. Hay que tener en cuenta que Huawei es la empresa líder mundial en las comunicaciones 5G, la próxima generación de comunicaciones.

En las circunstancias actuales, las restricciones y prohibiciones limitan esa expansión. Algunos expertos en seguridad cibernética internacional aseguraron este fin de semana que las acciones contra Huawei pueden ser una equivalente tecnológico a presionar un botón nuclear en conflictos militares. Tal vez estemos ante el comienzo de una guerra por la información en la que los gobiernos se ponen por delante, por primera vez un mucho tiempo, de las grandes BigTechprivadas. No está claro hasta qué punto estas restricciones aumentarán la seguridad y reducirán el espionaje pero lo que parece cada vez más evidente es que frenarán el avance tecnológico y harán temblar a los mercados.

Estados Unidos y China

Publicado en El País el 14 de mayo de 2019

Se lleva tiempo hablando de la nueva pugna por el liderazgo económico mundial entre Estados Unidos y China. Las capas de esta disputa van, sin embargo, mucho más allá de una tensión comercial en bienes y servicios industriales. Esa es la parte visible en la que se esperaba alcanzar un acuerdo a corto plazo. La expectativa había impulsado a los mercados hasta que todo se ha torcido. EE UU acusó a China de echarse atrás en algunos compromisos y, en consecuencia, anunció una subida sustancial de los aranceles (del 10% al 25%) a exportaciones del gigante asiático cuantificadas en 200.000 millones de dólares. Desde Pekín se aseguró que la Administración americana malinterpretó sus intenciones, pero este lunes respondió con una subida arancelaria a las exportaciones estadounidenses Los mercados sufren estos vaivenes. Ahora más con la desaceleración económica mundial y la evidencia de que el dinero lo siguen moviendo principalmente los bancos centrales.

La bola geoestratégica tiene mucha más profundidad bajo la superficie de la hostilidad proteccionista. En los años que vienen, la vía de pugna por la dominancia será la tecnológica. En ella, los principios competitivos son distintos y las implicaciones globales aún mayores. La cuarta revolución industrial es más de exhibicionismo y control tecnológico que de proteccionismo y guerra comercial. Se trata de dos países que, desde órdenes políticos y sociales bastante distintos, cuentan con los principales avances y grandes empresas de la era digital. Con sus propios mercados, estas bigtech tienen de por sí un poder casi omnímodo. Las estadounidenses (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) extienden además sus redes de forma amplia a otras jurisdicciones. Las chinas (Alibaba, Baidu, Tencent) tienen una penetración y capacidad de crecimiento brutal dentro de su propio mercado de origen, aunque también, poco a poco, llegan a otros países.

La gran baza de la nueva economía global es el control de la información. Hay dos jugadores perfectamente colocados en la tecnología antigua (industria pesada, energía) y que, además, dominan la nueva (información a gran escala). Si se toma como referencia la punta de lanza con mayor potencialidad futura, la inteligencia artificial, tanto EE UU como China van muy por delante en estos desarrollos, pero las limitaciones que puedan establecerse en el caso americano tienen poco que ver con el exhaustivo control de los ciudadanos que se plantea en el caso asiático. Con una sola aplicación de smartphone en China se hace casi de todo (pagar, hablar, enviar mensajes, registros…) y el acceso del Gobierno chino a esa información le otorga un control sin precedentes.
Asimismo, las empresas herederas de la potencia industrial del siglo pasado pueden transformarse en China y EE UU con alianzas con las bigtech. Esto ha propiciado, por ejemplo, que una aplicación de Alibaba como Ant Financial se haya convertido en una fintech con un valor de mercado mayor que el de Goldman Sachs.

Son todas ellas extensiones de la relación digital entre empresas y demanda con nuevas implicaciones y modelos de negocio en la que Europa, de momento, parece no tener mucho que decir o con lo que negociar.

 

Líneas interpretativas del empleo

Publicado en El País el 7 de mayo de 2019

En las artes y muchas disciplinas científicas se prodigan las líneas interpretativas. Contribuyen a la discusión y, en algunos casos, a crear escuela. También generan vicios que solo nuevas líneas interpretativas pueden superar. Con el empleo ocurre que la interpretación de los datos es en ocasiones volátil y poco sustentada. Hace unos días se dijo que la EPA del primer trimestre había sido mala. Sin embargo, si se analizaban los datos desestacionalizados (corregidos de factores que no tienen que ver con la tendencia), el paro no solo no subía, sino que descendía. Sería conveniente que para este tipo de información los institutos de estadística ofrecieran los titulares con cifras desestacionalizadas. Siempre habrá tiempo para que las mentes interesadas traten de sacar convenientes análisis de datos menos filtrados.

Con los datos de paro registrado del lunes conviene hacer el mismo ejercicio. Se hablaba de cifras históricas para un mes de abril en el que los afiliados a la Seguridad Social alcanzaron los 19,23 millones. El aumento de cotizantes en abril fue de 186.785. Corregido de efectos estacionales, el incremento también fue considerable (52.192 nuevos afiliados). El paro disminuyó (con efecto Semana Santa incluido) en 91.518 personas y, de nuevo, con la corrección estacional, también cayó, en 19.136. Así, la tendencia parece positiva. España poco a poco recupera los niveles de desempleo precrisis. Queda faena, no obstante.

La reducción del desempleo no obvia preocupaciones sobre las instituciones laborales. Unas compartidas internacionalmente y otras más específicas de España. Entre las primeras son muchas las jurisdicciones donde el paro no es que baje, sino que se encuentra en mínimos, pero en las que los datos ofrecen, recurrentemente, una inquietante dualidad: cae el desempleo y los salarios permanecen estables. Esto permite a estas economías, entre otras cosas, crecer sin crear excesiva inflación (frecuentemente, al menos, por debajo de la esperada), pero con proliferación de salarios modestos o precarios. Tiene que ver con cambios de paradigma productivo (digitalización), pero también con modelos de gestión del mercado de trabajo que tendrían que revisarse. Todo esto genera inquietud entre los bancos centrales, atrapados en su experimento monetario. Es parte inequívoca del descontento social que no parece compatible con un paro tan bajo.

Entre los debates propios, el de las remuneraciones en España. Aun siendo fundamental apostar por la productividad como referencia salarial básica, los niveles del salario mínimo deben responder también a una base digna de sustento social. No he terminado de entender las críticas a la subida del SMI. Resulta poco creíble, además, que en otros países con un SMI mayor los salarios se expliquen solo por productividad. También en nuestro país vuelven peticiones que no parecen tener mucho sentido, como derogar la reforma laboral. Los cambios son necesarios, pero solo en las partes que no funcionan. Queda por ver cómo resiste este nuevo edificio de empleo cuando las cosas se vuelvan a poner mal.

Resultados bancarios: la misma guerra, distintas trincheras

Publicado en Cinco Días el 4 de mayo de 2019

Los bancos españoles han ido publicando en los últimos días sus resultados del primer trimestre de 2019. Los beneficios atribuidos de las seis mayores entidades (Santander, BBVA, Caixabank, Bankia, Sabadell y Bankinter) han ascendido a 4.145 millones de euros. Se trata de un 12% menos de lo obtenido en los tres primeros meses del año anterior. Esta caída del beneficio se esperaba, porque no ha sido un trimestre fácil. Se han afrontado dificultades compartidas con otros bancos europeos e internacionales. Un entorno persistente de bajos tipos de interés, la ralentización del crecimiento económico e incertidumbres geopolíticas con distinta incidencia en actividad económica y tipos de cambio. Entre ellas, un giro progresivo en las expectativas monetarias (retraso en el desmantelamiento de la expansión cuantitativa), las tensiones comerciales o el Brexit.

Algunas de esas fuentes de debilidad ya estaban ahí en 2018, pero se hicieron especialmente patentes en un mal mes de diciembre en el que los bancos europeos se vieron negativamente afectados. La valoración bancaria seguía deprimida. Ahora, a pesar de que se esperaba una caída de beneficios en este primer trimestre, los registros bursátiles han mejorado para las entidades financieras españolas y europeas. Aunque se trata de un sector no exento de incertidumbres, la valoración a largo plazo está mejorando. Tal vez porque en años como 2018 el castigo bursátil a la banca europea fue excesivamente duro. A un año vista, el índice sintético del sector en Europa –el Stoxx Europe 600 Banks– muestra un descenso del 16,2%. Sin embargo, en lo que va de 2019, sube un 15,1%. En el caso de los bancos españoles, la recuperación bursátil desde enero es del 10,5%. Claro que, con una perspectiva de 12 meses atrás, se ha perdido un 21,5%. El castigo había sido mayor para la banca española.

Cada cual pelea en sus trincheras de diversificación internacional y de fortaleza relativa de los distintos márgenes. Pero la guerra común es la rentabilidad. El margen de intereses muestra el resultado del negocio principal de financiar y tomar fondos. En España, aumentó un 2,3% en el primer trimestre de 2019 respecto al mismo período del año anterior.

El negocio recurrente está ahí y sigue funcionando pero los tipos de interés reducidos no dan más aire. Es un margen de intereses que, en porcentaje de activos totales, se encuentra alrededor del 2% en España, mientras que en el promedio de la eurozona es del 1,3%. Además, no hay un entorno regulatorio ni competitivo que permita compensar con ingresos por comisiones. Avanzaron, de hecho, un exiguo 0,52% en tasa interanual en España.

El resto del tránsito hacia un resultado menor que hace un año varía según el diseño de las trincheras de cada cual. Así, por ejemplo, la conocida diversificación internacional de los bancos españoles dio buenas noticias en algunas jurisdicciones y no tan buenas en otras pero, en general, es una estrategia que sigue produciendo beneficios netos a largo plazo. Asimismo, el análisis detallado de las cuentas de pérdidas y ganancias permite observar que los costes de explotación aumentaron ligeramente (un 0,88% interanual). Esto puede llamar la atención en un entorno en el que las entidades financieras en España parecen redoblar su apuesta por la digitalización. Lo que ocurre es que la reestructuración de los canales de negocio puede incorporar costes iniciales más elevados de corto plazo (ajustes de personal, cambios en los servicios y acceso a productos, cierre o rediseño de oficinas) antes de que se produzcan los ahorros en gastos de explotación a medio y largo plazo. También se han acelerado –aunque, de nuevo, cada cual según su modelo- las ventas de activos deteriorados, con resultados dispares.

Como en cualquier ámbito empresarial, la rentabilidad se compara con la “frontera” de quien más gana. La Autoridad Bancaria Europea señaló recientemente que la rentabilidad sobre recursos propios (RoE) de los bancos de la UE estaba en el 6,5% al cierre de 2018, mientras que en los bancos de Estados Unidos se situaba en el 10%. Resulta difícil atribuir las diferencias a los modelos de negocio. Los bancos estadounidenses dejaron la crisis atrás (incluida parte de la reputacional) antes que los europeos y recientemente han visto cómo la Fed subió los tipos de interés en varias ocasiones.

En Europa ha habido esfuerzos de transparencia dispares y no ha habido aún margen para elevar tipos. Recientemente, Draghi ha señalado que “la reducida rentabilidad bancaria no es una consecuencia inevitable de los tipos de interés oficiales reducidos” aunque ha admitido que puede tener efectos colaterales dañinos para la banca. Por eso, gran parte del debate actual en el entorno bancario se centra en discernir hasta qué punto esa facilidad de depósito podría aumentar su remuneración para propiciar una mayor rentabilidad bancaria. Se estima que los bancos de la zona del euro están pagando 7.500 millones de euros en concepto de intereses de la facilidad de depósito. Las entidades financieras estadounidenses no solo no pagan sino que son remuneradas. Se estima que en 2019 podrán obtener unos ingresos de 40.000 millones de dólares por ello.

Los bancos no niegan que los tipos no son todo y cavan zanjas para la guerra de la digitalización, cada vez con menos complejos. Pero la guerra común sigue siendo la rentabilidad cuando el motor que tira de la misma tiene poca gasolina (tipos de interés bajos) y mucha presión para reducir sus emisiones (regulación al alza).