Alemania: algo más que la guerra comercial

Publicado en Cinco Días el 21 de agosto de 2019

El despabile de la economía europea para abrirse a estímulos fiscales ha comenzado por donde más falta hacía, Alemania. Parece que los aplicados contribuyentes germanos necesitan apreciar la realidad de una (probable) recesión para apoyar medidas de gasto público. Podría haberse hecho antes para tratar de sortear o sobrellevar mejor este tránsito recesivo tan anunciado. Se habla de 50.000 millones de euros en el paquete de medidas. La mayoría de ellas porque emulan a algunas de las que se tomaron en 2009 para tratar de salir de la crisis. Entre ellas, incentivos a la compra de automóviles. También otras destinadas al consumo y a la renovación de equipos duraderos como primar la eficiencia energética y un amplio paquete de subvenciones para la población con menores ingresos.

Una expansión fiscal en Alemania, donde la deuda se encuentra por debajo del 60% del PIB y hay motivos para temer estancamiento duradero, parece razonable. Lo que no cuadra es el diagnóstico, al menos el de largo plazo. Aun así, son llamativos los indicadores que muestran vigor en la economía alemana. El paro apenas se mueve de un envidiable 3% a pesar de las amenazas recesivas. El crédito tiene un vigor inusitado en un sector privado también poco dado al endeudamiento. Las empresas invierten y se comprann más viviendas. La inflación (1,7%) está por encima del promedio europeo, con una subida salarial por encima del 2% interanual en los últimos trimestres. No obstante, las autoridades económicas sugieren que el país se enfrenta a una recesión por la guerra comercial. Esto es cierto pero no se trata del mayor problema de la industria alemana. Puede ser más síntoma que causa.

Se precisa admitir que hay un cambio estructural en la industria que ha pillado Alemania con el pie cambiado. Que uno de los principales estímulos se dirija a las compras de automóviles es sintomático. La industria alemana está dejando de ser puntera en muchos sistemas que requieren mayor digitalización o una nueva relación con el medio ambiente. Es posible que a la vuelta de unos años los automóviles alemanes sigan siendo referencia, pero solo lo serán si son muy distintos. Tensiones arancelarias aparte, está en disputa quién asume mejor el reto de la nueva automoción, de los sistemas de información y el control de los datos, de la computación y de nuevas formas de gestión de la energía. Alemania está en la contienda. También Estados Unidos. Pero es posible que Asia vaya por delante. También porque países como China juegan con dudosos ases en la manga en lo que se refiere a patentes y a costes laborales.

Sea como fuere, la guerra comercial es un problemón pero, hasta la fecha, es solo el tablero de juego aparente (con tiras y aflojas cada cierto tiempo) de una contienda mucho más profunda, la del verdadero cambio hacia la digitalización. En realidad, es difícil creer que en Alemania no se sepa que su imagen de liderazgo industrial está amenazada. Tampoco pueden ocultar mucho tiempo las dificultades de otros grandes gigantes empresariales teutones con dificultades, como sus entidades bancarias. En su conjunto, sorprende que una economía con esa inflación (muy moderada pero considerable para los estándares de control germanos), con ese crédito y con ese desempleo se plantee estímulos. Y más que bienvenidos sean porque en Europa, la única expansión fiscal suficientemente potente (y contablemente responsable) que puede haber tendría que venir de Alemania.

Es Europa un espejo con dos caras donde llevamos diez años mirando solo el lado sur y ahora toca mirar también al norte. Entre Fráncfort y Bruselas debe haber bastantes responsables de la política común y de la monetaria conscientes de que solo con expansiones de liquidez y tipos de interés reducidos no se va a lugar alguno. Ahora bien, los estímulos tal vez deberían orientarse también (en un número amplio de países europeos) no solo a la compra y el consumo que favorezcan a industrias con dificultades de demanda, sino a transformar esos sectores en la medida en que la nueva economía y el medio ambiente lo exige. Este desafío debería ser europeo. Debería existir un programa paneuropeo de transformación industrial y digital que se sumase a los esfuerzos nacionales, manteniendo la responsabilidad fiscal. Sobre todo, porque sobran las excusas para mirar a otro lado y hacer esfuerzos puntuales. Llegarán más oportunidades para usar pretextos y el Brexit será uno particularmente socorrido.

Un mercado de 500 millones de habitantes como el de la UE, donde hay mayores posibilidades de integración y de expansión fiscal que las actuales, no puede perder la oportunidad de esa mencionada transformación, de una agenda reformista común. Ya se observan alarmantes signos de irrelevancia tecnológica (no hay ninguna BigTech europea comparable a las estadounidenses o chinas), pero no es tarde para reorientar aquello que siempre se hizo bien y para encontrar nuevas capacidades.

Parece urgente apostar por la creación de un proyecto paneuropeo de inteligencia artificial, al estilo del consorcio Airbus, que permita contar con algún gigante tecnológico del continente en un razonable espacio de tiempo y de la que, sin duda, se beneficiaría Alemania notablemente. Al fin y al cabo, la UE es un todo donde la falta de cohesión siempre contragolpea. Ahora Alemania sufre y no porque no haya hecho estímulos antes, sino porque no ha orientado su gasto a modernizarse y a invertir donde lo requiere su demanda internacional. Guerra comercial aparte.

Bolsas de hoy y mañana

Publicado en El País el 20 de agosto de 2019

No hay un agosto tranquilo. Los mercados se han dado la vuelta y las ganancias de comienzos de año han sido barridas. Se anticipa una recesión internacional. Puede que, entre la autocomplacencia y la voluntad de que no parase la fiesta, se haya retrasado lo inevitable. Puede que las Bolsas estén diciendo cosas nuevas. Casi sin querer, porque tal vez se enfrentan a un cambio de modelo conceptual. Se prodigaron antes de la crisis las investigaciones académicas que trataban de establecer la magnitud de la relación entre el desarrollo de los mercados financieros y el crecimiento económico. Los índices bursátiles siempre se han considerado predictores adelantados de la evolución de la economía. Pero ¿qué ocurre cuando es la propia economía la que está cambiando su composición productiva y sus mecanismos de financiación?

Hay una forma menos común de ver la crisis, aunque compatible con las teorías al uso sobre sus causas y consecuencias: la Gran Recesión fue una interrupción en la evolución hacia la digitalización. Una vez pasado el vendaval, esa transformación se ha acelerado, pero la comprensión sobre los mecanismos de ajuste se ha quedado atrás. Aparecen paradojas. Por ejemplo, algunas de las empresas que más han apostado por la digitalización (los bancos) han sido las que más castigo bursátil han recibido, pero también están entre aquellas de las que más recuperación de valor se espera a largo plazo. Calvario en el presente, oportunidad en el futuro. Árboles que se han desprendido de muchas ramas (puede que aún quede poda), pero parecen contar con un tronco renovado y raíces más fuertes. En el otro lado están las tecnológicas. Sustento de los índices que ahora pierden fuelle. Tienen un gran potencial de ganancia, pero el futuro es más plano. Pasado efervescente, presente dubitativo, futuro acomodaticio. En cuanto las grandes tecnológicas pasen por las fases de regulación, tributación y escrutinio antimonopolio a que han sido sometidos los bancos —al igual que otras industrias convencionales— se les verá de otro modo. La estabilidad financiera es sistémica. La información y la privacidad, también.

En el entresuelo del edificio bursátil, multitud de sectores sometidos a un fuerte revolcón, hasta el punto de poner en tela de juicio la solidez y el liderazgo de economías hasta ahora referentes. Pasa con el cierto declive de la industria automovilística y Alemania. Pasa con el turismo y los hábitos de viajar, con el entretenimiento y con la educación. La distancia y lo tangible importan cada vez menos. La Bolsa es un terreno de indefinición, pero, en unos años, tendrá una composición distinta.

Creación y destrucción schumpeteriana. Transformarse o ser sustituido. En 10 años, la composición de los índices bursátiles o tendrá otros nombres o tendrá los mismos, pero su estructura será diferente. La duda es si entretanto habrá una Gran Moderación (crecimiento sostenido, pero reducido), una Gran Transformación (asunción de nuevas estructuras laborales y de relación con la industria y el medio ambiente) o una Gran Distorsión (un periodo de indefinición como el actual, entre subidas y bajadas y con la brújula rota).

¿Qué será diferente en la próxima recesión?

Publicado en El País el 13 de agosto de 2019

Se lleva mucho tiempo hablando de la próxima recesión a las dos orillas del Atlántico. Lo que siempre ha sido un momento duro pero asumido cíclicamente se observa ahora con un temor demasiado inquietante. La última crisis ha dejado una huella tan profunda, que parece que una interrupción de la recuperación económica traería demasiados recuerdos. Traducido en lenguaje económico: un paso atrás en la recuperación de capital social, más desconfianza en las instituciones y desánimo para las generaciones más tocadas por la gran debacle de hace una década. Parece incluso que los bancos centrales, lejos de asumir con todas sus consecuencias el inevitable comportamiento cíclico de la economía, siguen en primera línea del frente dándolo todo para que el reloj no se pare. Con suerte, hará falta otro período de recuperación posterior a la corrección que ahora se espera, para completar el necesario desenganche del chorro de facilidades monetarias y de la liquidez inmensa. Si no funcionan como se esperan las medidas monetarias, lo único que se logrará es postergar esa recesión o desaceleración intensa.

Así que lo primero que parece diferente en la corrección que ahora se aproxima es un recelo excesivo ante la misma, tal vez porque se pensaba que se llegaría aquí después de una época expansiva acompañada de inflación y de mayores índices de cohesión social. Esto supondría que antes de afrontar una proceso recesivo ortodoxo se habría pasado por uno expansivo ortodoxo. No ha sido así. Habrá diferentes calificativos según la geografía, pasando por lugares donde habrá recesión técnica (dos trimestres de variación negativa del PIB), otros donde será más prolongada y otros donde la producción agregada se estanque o corrija significativamente. El momento también será variable. Por ejemplo, un país como Reino Unido se podría ver en recesión en el tercer trimestre y otros podrán entrar más adelante.

La duración de este tránsito negativo va a depender mucho más que en otras ocasiones de cuestiones de índole política. Como muestra, será la diplomacia la que determine cuánto afectará el Brexit. También si la contienda entre EE UU y Chinadeviene en guerra total, situación en la cual todos perderemos, incluidos los dos gigantes. Asimismo, podría coincidir con una corrección financiera y una cambiaria. Todo esto ha sucedido en el pasado pero no con un entorno monetario desconocido, donde los tenedores de deuda son legión y los vaivenes en la misma parecen asegurados. De hecho, la excepcionalidad de la recesión que viene puede tener que ver con que se vuelve a poner a prueba cuán elástica es la política monetaria del siglo XXI y qué papel jugarán otras políticas como la fiscal y las reformas. La ortodoxia señalaría que allí donde la deuda es reducida y hay capacidad de gasto (Alemania) tendría que haber estímulos fiscales. Que allí donde hay posibilidades de cerrar acuerdos ante retos políticos, territoriales y reformistas se hiciera (España) y que conviene huir del juego populista destructivo (Italia). En teoría debería ser así, pero no es lo que estamos observando.