La urgencia de la desescalada

Publicado en El País el 28 de abril de 2020

 

El Gobierno presenta este martes su plan para la progresiva vuelta a la normalidad que repetidamente se nos avisa de que ya no será la misma. Se afronta con dejes quijotescos. Ciudadanos, empresarios, economistas o psicólogos tratamos de medir los graves impactos de la forzada paralización, como quien intenta predecir el resultado de una batalla contra un gigante sin terminar de ver que, en realidad, lo primero que hay enfrente son molinos. Aquellos cuyas aspas son sanitarias. La única forma de que todo vuelva a girar. Ningún plan económico de reactivación va a funcionar si el pilar de la salud falla. Hasta la fecha, me temo que no sabemos lo suficiente.

Para calibrar el plan, tres hechos parecen incontestables. El primero es que, como en otros países, las cifras reflejan lo que se es capaz de diagnosticar, pero que probablemente no concuerda con la cifra de los casos o fallecidos reales. El segundo, que solo con un número de pruebas de diagnóstico abrumador y bien distribuido puede decidirse qué y dónde reactivar y, sobre todo, cómo actuar ante cualquier amago de rebrote. Tenemos modelos de éxito (Corea del Sur, por ejemplo), con sus peculiaridades, pero con sus posibilidades de aprendizaje. El tercero, hay algo de prueba y error en lo que ha trascendido hasta ahora de este tipo de planes en España y otros países de nuestro entorno. El problema es que, con este virus, si algo falla el error se detecta muchos días después.

Solo una capacidad tecnológica de diagnóstico y tratamiento precoz ofrece mínimas garantías. Hasta la fecha, parece que no la tengamos. Si el plan que este martes se presenta ofrece un mecanismo de detección con suficiente capacidad, podemos empezar a hablar de relanzar la economía con garantías. De lo contrario, habrá un riesgo importante latente y todas las acciones de apoyo financiero y fiscal se quedarán cortas.

La realidad es que el tejido y la capacidad productiva en materia de salud confrontan un buen capital humano con una limitada dotación tecnológica. Aunque es preciso reconocer la enorme dificultad de cubrir todos los escenarios y contingencias posibles, la economía y la sociedad precisan algunas certezas sobre el plan para las próximas semanas y meses. Con las previsiones actuales, el confinamiento total o parcial (según el encaje de cada uno en el plan) será de entre ocho y doce semanas.

Las estimaciones (Banco de España, FMI, Funcas) apuntan a un impacto muy grave en la economía por cada semana de parálisis, sobre todo en sectores muy sensibles y de gran importancia como los asociados al turismo. Hay que evitar una posible salida en falso. Por eso, el plan de este martes debe mirarse con lupa. Aunque lógicamente no cabe esperar que cubra todas las contingencias, debería al menos ofrecer controles y garantías sanitarias mucho mayores de las que hasta ahora se han evidenciado. Sabemos demasiado poco aún sobre el virus como para jugar a los dados.

Todo lo que no sea aportar velocidad de detección y control de contagios supone un riesgo para la salud, la economía y la moral difícilmente aceptable.

¿Qué deuda queremos?

Publicado en El País el 21 de abril de 2020

El Banco de España pronosticó este lunes que el PIB caerá este año entre el 6,6% y el 13,6% y colocó al turismo como sector particularmente afectado. El Estado parece la única tabla de salvación. Hay que sacar la artillería fiscal sí o sí. La resolución es compleja, pero la pregunta es simple: ¿qué uso de la deuda pública queremos? En la crisis de 2008, la financiera, los que salieron antes (Estados Unidos y Reino Unido) fueron los que optaron por ayudas rápidas y contundentes. Eso sí, orientadas al centro de los problemas tanto de los bancos como de la economía real.

En España, gastar genera dudas. Una inquietud que transpira en la coalición de gobierno. Dilemas varios entre incentivos, financiación o ayudas. Entre temporalidad o permanencia. La regla en momentos de urgencia es que lo que se gaste sirva para eso, para lo urgente. Y reducir su incidencia temporal.

En la crisis financiera había un sector especialmente afectado, la construcción, intensiva en mano de obra, lo que disparó el desempleo. En la crisis actual hay temores por sectores estratégicos, como el turismo, primera industria del país. Podría verse negativamente afectada hasta bien entrado 2021. También ocurrirá en otros países con una menor incidencia de la covid-19, pero con las mismas dependencias, como Grecia.

El dinero no abunda. La semana pasada se vieron las primeras tensiones apreciables en la subasta de Letras del Tesoro a 12 meses. El mercado ya parece descontar la falta de suficiente apoyo europeo, las desviaciones fiscales acumuladas y las vulnerabilidades del modelo productivo ante esta pandemia. Vienen tensiones de riesgo soberano nuevamente. Sin apoyo europeo, habrá que acometer gasto con toda la fuerza que induzca a apoyar el turismo, mejorar el sistema productivo y propiciar mejoras de productividad.

Las transferencias a las familias son urgentes ahora, pero deben ser temporales y centradas en quien realmente lo necesita. Me preocupa el actual enfoque del ingreso mínimo vital. Por ejemplo, deberían permanecer los incentivos para incorporarse al mercado de trabajo y dinamizarlo cuando pase el efecto de la covid-19. Que, además, es como una pescadilla que se muerde la cola, porque si no aplicamos bien el gasto ahora, su efecto será más duradero y traerá más deuda poco productiva. Este virus puede ser de ida y vuelta, pero la economía no puede permitirse vivir en la intermitencia.

El gasto más urgente es el que apuntala la base sanitaria, el que permitiría prevenir o lidiar adecuadamente con nuevas oleadas. Junto a él, el “puente” de financiación y subsidios temporales para los colectivos desfavorecidos, así como autónomos y empresas paralizadas. En cuanto al turismo, son meses en los que vamos a vivir en una economía cuasi cerrada de facto.

Necesitaremos ideas y apoyo del sector privado también. Por ejemplo, como los bonos vacacionales que se manejan en Italia, para gasto con descuento o crédito con ventajas fiscales en el sector hostelero patrio. Tampoco puede olvidarse el transporte aéreo y otros sectores estratégicos sensiblemente afectados. Asistirlos para que vuelvan a transitar solos después. ¿Más deuda pública, entonces? Sí, pero bien usada.

 

La V está en la solvencia

La economía es un conjunto de plantas que hay que regar. Los regantes desaparecieron con la Covid-19 y el confinamiento. Las plantas más vulnerables ya dan señales de debilidad extrema. Hay que evitar dos escenarios para que el jardín no muera en este shock. La primera, que no llegue agua. La segunda, que las raíces se pudran. En la economía, el agua es la financiación y las raíces son la solvencia. Lograr una recuperación económica en V no va a ser nada sencillo. Más aún en un contexto imposible para hacer predicciones sobre la forma de la recuperación. Aparte del necesario control sanitario, es necesario mantener la salud del sistema productivo, en particular de los sectores más afectados.

Esa salud empresarial implica recuperar la oferta productiva, el empleo, el consumo y la inversión, con la necesaria concurrencia de los Gobiernos. Ganan sentido —extraordinario ahora mismo— financiaciones mixtas, que implican agua de riego en forma de crédito avalado y participación en el capital para salvar raíces. Sin olvidarse que el acceso a algunos programas de financiación públicos extraordinarios es solo posible superados unos umbrales mínimos de solvencia, que cubran riesgos y eviten quiebras.

En materia de liquidez, el Gobierno ha actuado hasta con un programa de financiación privada mediante avales públicos del ICO, aunque paulatinamente en tramos de 20.000 millones. Gradualismo que no genera la suficiente estabilidad y confianza, por lo que hace falta sacar ya toda la artillería. Asimismo, se ha pedido una respuesta europea y así el Eurogrupo aprobó la semana pasada un programa que, entre otros elementos, implica financiación para empresas desde el Banco Europeo de Inversiones. Incluso el BCE, especialista destacado en riego por inundación, tiene aún la posibilidad de activar mecanismos de financiación para pymes y autónomos, como abogué desde esta tribuna. Todo ayuda, pero tampoco parece suficiente para conectar raíces y ramas.

Dicho esto, una buena noticia para el reforzamiento de la solvencia es que ya existen los mecanismos legales para activar la financiación participativa del sector público, entrando en el capital de empresas si fuera necesario. Todo ello por tiempo limitado porque no se trata de intervenir empresas sino de hacer puente y, lógicamente, con condicionalidad sobre bonuses y reparto de beneficios. La Comisión Europea está aprobando entre marzo y abril un nuevo Marco Temporal para las ayudas estatales, que incluye la recapitalización de empresas. Aumenta el montante financiable, reduce la burocracia y permite compartir riesgos con más flexibilidad. Muchos de esos cambios europeos están partiendo de Alemania, que demuestra anticipación y visión estratégica y que ya ha creado un fondo de estabilización nacional que permite la entrada en el capital empresarial. Echo de menos en este asunto, como en otros desde hace muchos años, una visión española propia para dar forma a lo que se cocina en Bruselas. En todo caso, esta normativa europea daría oportunidad para actuar rápido en España y abriría aún más las posibilidades ya existentes para que Gobierno central y agencias autonómicas dinamicen los préstamos participativos a empresas. Ojalá se aproveche con eficacia.

La economía poscoronavirus

Publicado en El País el 7 de abril de 2020

Cómo y cuándo acabará esta pesadilla. La gran cuestión para la salud y la economía. La respuesta vive a medias entre el atrevimiento y la necesidad de referencias. Sin una capacidad tecnológica de primer nivel, no hay estimación. Es necesario intentar estimar pero, en países como España o Italia, es también grande el margen de error, a pesar de la capacidad o astucia de cada cual. En Corea del Sur, donde los medios y la capacidad institucional son técnicamente evolucionados, la contención que ha permitido la tecnología capacita para hacer previsiones suficientemente fiables. Sin freno de corto plazo a la Covid-19 y sin datos públicos fiables no hay previsiones a medio plazo creíbles. Y, con esos parámetros, tecnología y fiabilidad, sólo se me ocurre el caso coreano.

Las previsiones que los economistas lanzamos sobre PIB, desempleo y recuperación en países con medios limitados y donde los recursos sanitarios y la investigación han sido secularmente despreciados no pueden ser más que provisionales y sometidas a considerables márgenes de error. Independientemente de la confesión y la religiosidad, juntamos las manos para rezar al realizarlas. Como esperanza, queda la idea de Victor Hugo de que la conciencia es muestra de la presencia de Dios en el hombre. Conviene ser conscientes, por tanto, de que se puede evitar lo peor pero hay dos referencias innegables que mueven los plazos. La primera, los especialistas médicos más reputados reconocen que la Covid-19 es, todavía hoy, una enfermedad bastante desconocida, lo que hace que su tratamiento sea variado y no concluyente y la vacuna una incógnita en eficacia y plazos. La segunda, se intenta que la economía reaccione para una recuperación rápida pero la necesaria progresividad de las medidas y la incertidumbre sobre cómo podría ser la esperada segunda ola de propagación en otoño-invierno hacen que se conserve mucha inquietud.

El mundo será distinto. Aunque no necesariamente en los parámetros experimentales que hoy se manejan. Seguiremos yendo a bares y restaurantes. Seguiremos pagando con la misma disponibilidad y referencias que antes de esta crisis porque nuestras formas de pago (en efectivo u otros medios) dependen estructuralmente de estructuras tecnológicas, derechos individuales y de demanda que esta crisis puede interrumpir pero difícilmente cambiar de forma radical. Sí que variará la disponibilidad de medios higiénicos a la entrada y salida de establecimientos (como los ubicuos geles hidroalcohólicos) y se reducirá el gusto por la aglomeración. Lo que más nos inquieta, en todo caso, es cuándo se recuperará la actividad. La mayor parte de los modelos asumen que lo malo del primer trimestre se trasladará en buena medida al segundo. Lo que pase en el tercero dependerá que hasta qué punto habremos entendido en verano la lección. Si el verano se medio normaliza, no invertir en respiradores y test y en aumentar los medios sanitarios seguirá implicando tener un sistema de salud de primer nivel en medios humanos y mediocre en dotaciones. Una segunda ola sin suficiente preparación podría ser demoledora moral, económica e institucionalmente. La investigación y la capacitación tecnológica tienen que ponerse al frente. Esa es la única referencia que aporta certeza.