Demanda y balas de plata

Publicado en El País el 28 de julio de 2020

Llegó la covid-19 y el confinamiento obligó a cerrar la mayor parte de la oferta. Persianas abajo y a esperar. La demanda se hundió en paralelo. Con la vuelta de la actividad hemos comprendido, sin embargo, que es el virus -y no nosotros- el que marca el paso de la economía. Todos los propietarios de negocios saben que es importante permanecer abiertos ya que otro cierre sería catastrófico. Son conscientes también, no obstante, que si los rebrotes y el miedo se extiende, la demanda permanecerá muy retraída y sus ventas no les llegarán para cubrir gastos. A muchos ya les sucede. La esperanza común es que llegue la bala de plata que acabe con el virus. Hay motivos para la esperanza. También peligros que evitar y gestionar.

La situación actual la marca un número reproductivo básico (número de terceros infectados que puede generar una personada afectada por el virus) que ya viene buena parte del mes de julio superando la unidad. Traducción: el virus se extiende a ritmos similares a los de finales de marzo y abril. Aparentemente con menor fuerza y menos incidencia hospitalaria. De momento. La bala de plata soñada es la vacuna. Llegan noticias alentadoras. En todo caso, la comunidad científica prefiere tentarse la ropa antes de asegurar que pueda acabarse con el coronavirus en un solo golpe. Es más realista pensar en vacunas de incidencia temporal variable y en tratamientos efectivos que permitan una convivencia social e interacción económica más normalizadas. Incluso si llega la vacuna o tratamientos más avanzados habrá una polémica importante sobre dónde, cuándo o cómo implementarlos prioritariamente. Esto puede dar a paso a situaciones sociológicamente lamentables y a desigualdades sociales de consideración.

Hoy por hoy es crucial seguir actuando de manera local. En España, hay muchas balas de plomo propias de cierta efectividad pero no infinitas (ERTEs, créditos con garantía pública, moratorias de préstamos y otras) y otra importante munición que llegará -ojalá unida a reformas consensuadas y potentes- desde la UE.  Hablar de reconstrucción futura no nos da licencia para dejar que la destrucción se abra paso estos meses. En este punto, cómo se cuentan las cosas es trascendental para actuar. Si cada cual tiene (o cree tener) una información distinta, actuará de forma distinta. Esto pasa hoy en día entre comunidades autónomas y dentro de las mismas. Diferente capacidad de detección, diferente procesamiento de la información, diferente celeridad en la actuación. Umberto Eco, que sabía un poco del valor de la palabra, lo resumía tajantemente: “Toda información es importante si está conectada a otra.” En España, hoy parece estar más desconectada que hace dos meses.

Para la economía, la elección del modelo de gestión de la pandemia sigue siendo tan simple como dura. Sigue habiendo dos modelos, el de controlar y el de confinar. Se quiere encontrar un balance entre economía y salud mientras llega un certero disparo del plateado proyectil. Confiar en la buena voluntad y responsabilidad individual no funciona. Ejercer diferentes grados de control en territorios que se interconectan, tampoco. Demasiados problemas antes del otoño.

Números grandes, letra pequeña

Publicado en Cinco Días el 22 de julio de 2020

Me recordaba ayer un amigo una cita del Macbeth de Shakespeare que inspira lo sucedido durante la cumbre europea: “Aquí las sonrisas son puñales, y derraman sangre los que por la sangre están unidos”. Los grandes números del acuerdo presupuestario son incontestables y suponen un cambio importante respecto al pasado en términos de solidaridad entre estados de la UE. La letra pequeña, sin embargo, invita a pensar que ese cambio ha estado motivado por la covid-19 pero que no necesariamente implica una transformación permanente en las actitudes y cohesión europea. Se han dicho muchas cosas. Palabras que no se llevará el viento porque ilustran posturas muy enconadas.

No se puede negar lo histórico de las cifras. 750.000 millones de euros para los países más afectados por la pandemia, 390.000 de los cuales se instrumentan como transferencias directas. Los países del sur, con cierto apoyo latente de Francia y Alemania, querían un importe algo mayor a fondo perdido, pero se trata de unos fondos, finalmente, considerables. Opino que hay matices de orden temporal que son muy relevantes. En primer lugar, se trata de un fondo presupuestario para tres años. Esto implica que se luchará más con los efectos de la pandemia a medio y largo plazo que con carácter inmediato. Se piensa en la reconstrucción (palabra que inspiró el acuerdo) más que en la contención. En segundo lugar, el fondo se integra como parte de un presupuesto comunitario que ha menguado, tanto porque Reino Unido ya no participa como porque algunas partidas van a la baja. Entre ellas, las de la Política Agraria Común (PAC) y las de fondos de cohesión. Tal vez echaremos de menos algunas de ellas, sobre todo las referidas a agricultura, algo que una Europa que quiere ser más verde y sostenible no puede dejar de lado sino, tal vez, reforzar.

En tercer lugar, hay condicionalidad. Tiene su lógica. Que hay que hacer transformaciones estructurales es una obligación. Esta vez no habrá troika ni memorandos que pongan negro sobre blanco. Ni siquiera hay un poder de veto claro de país alguno. Pero algunos como Holanda van a dar mucha batalla para una responsabilidad fiscal más completa. Además, tras su papel en este acuerdo histórico como prestatarios netos, va a ser difícil convencerlos para que modifiquen su tratamiento fiscal a empresas de naturaleza muy anticompetitiva. En cuarto lugar, habrá que ver qué papel juegan Alemania y Francia a la hora de liberar los fondos y de hacer efectiva esa condicionalidad. En la cumbre han sido un importante pegamento. No obstante, la despedida de Merkel está cercana. Durante un tiempo se le acusó de imponer una austeridad que tuvo mucho más de responsabilidad que otra cosa. Ahora, cada vez son más los que saben cuánto la vamos a echar de menos.

En términos prácticos, hay que tener en cuenta que la UE va a financiar las ayudas directas financiándose muy a largo plazo en los mercados, con un calendario de pagos que se prolongará desde 2026 hasta 2058. Más deuda, aunque estirada para no comprometer demasiado futuros presupuestos. Pero con un calendario que ilustra que, si vuelven a venir mal dadas, va a ser difícil volver a articular en mucho tiempo un esquema de solidaridad del calibre del aprobado ahora.

Quedan detalles por pulir sobre las cantidades finales, pero España recibirá unos 140.000 millones, de los que 72.700 serán en transferencias. Esto no implica una elección libre del destino de los fondos. Cuestiones como la digitalización o la transición medioambiental hacia un modelo más verde serán importantes. Habrá que andar avispados porque muchos de los que ahora han jugado el papel de solidarios más al norte, llevan algún terreno ganado al sur. Han aprovechado la ventana de gasto que ha abierto la Comisión Europea para combatir la covid-19 para dar cuantiosas ayudas directas a gran parte de su tejido empresarial, lo que repercutirá artificial pero considerablemente en su competitividad dentro de la UE.

Quedan grandes preguntas sobre cómo debe actuar España. Considero que hay varias cuestiones esenciales para que los fondos tengan efectos significativos en los próximos años. En primer lugar, no tienen aplicación inmediata por lo que sería un error jugar a una estrategia de “esperar al maná”. Hay cuestiones muy urgentes que la UE no va a suplir y en las que cada estado miembro está combatiendo como puede. España necesita prorrogar algunos de sus programas de financiación y de asistencia a autónomos, empresas y hogares. Pero, por encima de ello, debe retomar una acción coordinada a escala estatal contra una pandemia que vuelve a arreciar. Demasiadas asimetrías en medidas preventivas, en detección y en información entre comunidades autónomas. Diferencias de afectación de la pandemia poco creíbles y una cierta pérdida de rumbo. Todo lo que no se haga ahora, reducirá el papel de cualquier ayuda después.

Por otro lado, cuando lleguen los fondos -y, aunque su destino esté en parte, condicionado y orientado- deben enmarcarse en una estrategia de reforma integral que ahora no existe. De hecho, que no existe hace mucho tiempo más allá de las buenas intenciones de varios gobiernos en materias como energía, digitalización o mercado de trabajo. Si no hay planes, el dinero se perderá en subvenciones y gastos poco coordinados. La Europa más agria (y, en parte, más responsable aparentemente) estará vigilando y habrá que llegar con los deberes muy bien hechos.

 

 

 

Lazos rotos

Publicado en El País el 21 de julio de 2020

Nunca una cumbre europea había generado tanta expectación en lo cuantitativo y, sin embargo, deja un amargo gusto en lo cualitativo. Una UE que menosprecia a sus clásicos parece no tener en cuenta la máxima de Horacio: la palabra dicha no vuelve atrás. En Bruselas se ha dicho mucho y muy feo. Con un nivel de descalificación entre países que deja dos cuestiones claras. La primera, no hay una idea común sobre el proyecto comunitario, ni siquiera parece que existan percepciones compatibles. La segunda, hay una fragmentación manifiesta en materia fiscal, tanto en lo que se refiere a qué es frugalidad como en cuestiones impositivas.

Con la emergencia del Covid-19 -que lejos de desaparecer sigue arreciando- parecía que existía un espacio para una nueva percepción de solidaridad. Se ha roto el buen rollo. No se debió llegar a lo sucedido estos últimos días. De un posible plan conjunto -incluso con una suerte de eurobonos- se ha pasado a los cuchillos y a que cada cual saque lo peor de sí. Que exista algo de desconfianza es comprensible. Es un argumento válido para negociar. El problema es que hasta ahora se había mantenido en un plano muy corto: austeros frente a gastosos. Y ese corto alcance ha hecho que países como Holanda fagociten la cumbre y tengan excesivo protagonismo y cerrazón. Sobre todo, porque si se abre la perspectiva, su fiscalidad también es ampliamente criticable. Junto con otros como Irlanda o Luxemburgo, se trata de estados miembros con un tratamiento impositivo demasiado generoso a las empresas allí residentes y poco compatible con un mercado único competitivo. Muchos lo entienden como deslealtad fiscal, aunque estos países lo definen como libre mercado. La reciente sentencia del Tribunal General de la UE liberando a Apple del pago de 13.000 millones en impuestos en Irlanda terminó por destapar las vergüenzas. Tal vez haya sido también motivo de que estos países defiendan su terreno como gato panza arriba.

El irrespirable clima de la cumbre dejaba claro que, con acuerdo o sin él, se habían causado heridas que van a supurar durante mucho tiempo. En un contexto de pandemia y dificultades para el movimiento transfronterizo en la UE, la desconfianza generada lo empeora todo. Hubo posiciones demasiado enfrentadas desde el inicio de la cumbre. Todos saben que mantener niveles y estructuras fiscales tan distintas es insostenible, pero nadie estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

El orden causa-efecto también se ha adulterado. No se tenía que haber dado pie a que se exigiera tan bruscamente que países como España emprendieran reformas para poder contar con los fondos de recuperación. De acuerdo que es obligación española y de otros países haber planteado reformas hace tiempo. Desde la última crisis -y también obligados- no se han realizado transformaciones de calado para aumentar la competitividad y suficiencia fiscal. Sin embargo, también es necesario que el eje franco-alemán -cuya firmeza es voluble- se plantee cerrar un compromiso fiscal de sostenibilidad para unos y de reglas competitivas fiscales para otros. Y, sobre todo, mucho más respeto entre todos.

Equilibrar salud y economía

Publicado en El País el 14 de julio de 2020

Con diferente grado de comprensión y tolerancia, en la mente de todos está una regla no escrita hoy: equilibrar salud y economía. La salud es lo primero. Vivir para preguntarse luego cómo. La estrategia de tratar de controlar brotes es probablemente la única disponible, pero no está exenta de riesgos. Las cifras de contagios (con más de 100 brotes declarados) indican que en muchos lugares se está peor que cuando se decretó el fin del estado de alarma e incluso en algún caso, peor que a principios de marzo. Ahora se hacen muchos más test PCR, por lo que es difícil comparar cifras, pero ninguna autoridad sanitaria lo está aclarando adecuadamente. Parece que algunos territorios hacen test y detectan de forma más rápida y eficaz que otros lo que, paradójicamente, les puede estar acercando a mayores restricciones a la movilidad o incluso confinamientos.

Por otro lado, parece que la covid-19 ha perdido virulencia, al menos, en términos de ingresos hospitalarios y uso de las UCI, pero el contagio aumenta. Parece preocupar el papel de los asintomáticos pero se enfatiza insuficientemente, con lo que siguen los comportamientos irresponsables de algunos. Los números reproductivos —a cuántos casos secundarios puede llegar a infectar un sujeto ya infectado— han vuelto a situarse por encima de 1, como en el mes de marzo. La OMS reconoce que ningún país puede erradicar el coronavirus de momento.

Se precisa información más contrastada y transparente. Entre comunidades autónomas —y dentro de las mismas— hay discrepancias con poco sentido, que generan confusión y pueden empeorar la incertidumbre económica. Parece necesario el uso obligatorio de mascarilla y otras medidas de distancia social y preventivas. El buen funcionamiento de la asistencia primaria y de los sistemas de rastreo, asimismo, serán de vital importancia. Parece que en plena campaña turística (que será mala, sin paliativos) haya miedo a asustar, a tener que cerrar o a ahuyentar al turista con la obligatoriedad de la mascarilla. Estamos solo al principio de la temporada alta y, tal y como van las cosas y si no se actúa desde ya (aunque vamos tarde), todo puede ponerse muy feo en términos de brotes a finales de julio o en agosto. Volvemos a ir por detrás de la curva.

En breve llegarán muchos más turistas extranjeros (por ejemplo, del Reino Unido) y todo puede complicarse aún más si no se exigen tests en origen y tampoco se observan nuestras normas. La paradoja del verano de la covid-19 en España es el corazón operativo —el centro de Madrid— en cuasiparálisis y algunas playas a reventar. También destaca lo poco que se sabe de los planes para el otoño, tanto sanitariamente (vacunación de la gripe, prevención, profilaxis) como en otros términos con mayor impacto económico (enseñanza presencial o virtual en la educación secundaria, universidad…). Parece que hay miedo a ser transparente sobre esos planes.

Si se explican bien los escenarios posibles, nos podemos preparar mejor y con más confianza. Las dudas, la falta de transparencia y actuar con prisa cuando se compliquen las cosas sanitariamente, solamente traerá problemas. Y de los grandes.