Covid-19 y desigualdad

Publicado en El País el 29 de septiembre de 2020

La pandemia empieza a dejar su terrible impronta en la sociedad con un incremento de la desigualdad y de la pobreza y graves consecuencias para colectivos vulnerables, sobre todo para jóvenes y niños. Hay una emergencia social en ciernes. Ya se venía argumentando que la globalización y relativa pérdida de fuelle de las políticas fiscales frente a las monetarias estaba propiciando un aumento de las brechas sociales. Todo ello a pesar de que la evidencia empírica de los últimos setenta años había puesto de relieve una importante reducción de la desigualdad entre países. Dentro de cada país, es otra historia. Paradójicamente, dos grandes cambios orientados por la acción pública estén amenazando, si no se corrigen, con revertir tendencias y aumentar las desigualdades, tanto entre países como dentro de ellos. Me refiero a la digitalización y a la prevalencia de tipos de interés muy reducidos.

Es fácil pensar en un entorno digital como una respuesta efectiva a los problemas que el confinamiento y distancia social impone para las relaciones laborales y educativas. Sin embargo, también expone la realidad de la brecha digital, de los que no pueden acceder a determinados medios, no cuentan con formación para ello o no pueden trabajar desde casa. La Covid-19 ha acelerado la transición del trabajo analógico al digital, haciéndola menos orgánica y más traumática. Algunos empresarios y trabajadores han podido verse obligados a «espabilar» digitalmente pero otros, simplemente, no han podido adaptarse y han cerrado su actividad. La respuesta de acción pública a estos problemas oculta incentivos perversos. Por ejemplo, casi nadie puede poner en duda que un esquema como el de los ERTEs es una herramienta útil para evitar un desplome mayor del mercado de trabajo, que debe mantenerse. Sin embargo, ¿se están aprovechando los ERTEs para formar y reciclar digitalmente a sus destinatarios? Si no es así, la brecha digital entre trabajadores habrá aumentado al final de la crisis.

El entorno de tipos de interés reducidos -reforzado por la pandemia- también comienza a ser un caldo de cultivo preocupante para la desigualdad. Resulta demasiado sencillo pensar que muchas empresas y ciudadanos se benefician de tipos muy bajos porque reduce la carga de su deuda. La realidad, según muchos estudios, es que hay poca diferencia entre un 1% o un 0,5%. El denominado “límite inferior efectivo de la política” monetaria (effective lower bound) -a partir del cual deja de tener efectividad- pudo haberse alcanzado hace tiempo. Familias y empresas no piden más crédito porque su endeudamiento es elevado y sus expectativas de rentabilidad por invertir o ahorrar son escasas. Muchos hogares ven con frustración no poder extraer rentas de su ahorro para jubilación o, simplemente, para prosperar generacionalmente. No hay alicientes para ahorrar. Para buena parte de las nuevas generaciones este problema se une al de bajos salarios, con lo que es un grupo especialmente vulnerable. Con este panorama, lo peor de la pandemia en lo social puede estar por llegar, si no se actúa para corregirlo. No bastará con más medidas económicas y financieras. Son urgentes también más acciones de corte social.

Dimensión tecnológica

Publicado en El País el 22 de septiembre de 2020

En un tiempo en el que el concepto mismo de dinero está en plena revolución es absurdo pensar en los bancos como instituciones del siglo pasado. Las fusiones son también diferentes. La de Caixabank y Bankia ha sido la gran noticia de la vuelta del verano. Operaciones de este calibre han sido siempre señal de otros cambios en ciernes. Toque militar de “rompan filas”. La banca ya es de todo menos estática o lineal. En 1999, cuando se produjeron las fusiones entre Santander y Central Hispano y de Banco Bilbao Vizcaya y Argentaria, se cimentaron los denominados “campeones nacionales”. En España y en los países que iban a constituir la Eurozona. Los bancos actuaron proactivamente ante la moneda única.

Más de 20 años más tarde, los procesos de integración son mucho más defensivos. La crisis de la Covid-19 va a tener seguramente un impacto en las cuentas bancarias, fundamentalmente un incremento de la morosidad. Si desembocará en un episodio de inestabilidad financiera -que nos recuerde la crisis del 2008- está por ver. Los reguladores imponen otro toque, el de retreta y silencio. Los bancos españoles y europeos están mejor capitalizados y más saneados que hace una década. Nadie está a verlas venir. Todos tratan de aminorar los impactos negativos de la recesión y lo que las dificultades empresariales suponen para el sistema financiero. Esta vez la crisis no ha partido de la industria bancaria, pero el sector no es inmune.

Siempre que se respeten los principios de una competencia intensa, como parece ser el caso, el aumento de dimensión parece el mecanismo más a mano para hacer frente a una crisis de estas características. A corto plazo, aumentan los ingresos, vía cantidades, en un contexto de tipos de interés negativos y de creciente morosidad. Asimismo, cuando las fusiones son domésticas, se puede lograr una significativa disminución de costes. Parecen particularmente oportunos los procesos de concentración dentro de un mismo país en estos momentos, por mejoras de rentabilidad y solvencia. Mi pronóstico es que, tal y como ocurrió en anteriores olas de fusiones -como la de 1999 ante la llegada del euro y la de después de la crisis financiera de 2008- esto solamente ha comenzado. Veremos más integraciones en el sector financiero español y europeo los próximos meses. Ser grande aporta fortaleza para nuevos procesos de reestructuración.

La dimensión también es estrategia clave a medio plazo para competir con los nuevos operadores tecnológicos. Estas empresas están erosionando el “statu quo” de las entidades financieras. Los bancos cuentan aún -probablemente será así durante mucho tiempo- con la mayor parte del negocio financiero. Sin embargo, la amenaza competitiva de las grandes tecnológicas y Fintech de cierto tamaño está ahí. Aumentar la dimensión parece necesario para competir tecnológicamente. Un tú a tú con los gigantes como Google o Amazon, que ganan a la banca en inteligencia artificial, pero pierden, hoy en día, en gestión financiera y conocimiento del cliente. Cuando pase esta crisis, las alianzas de cualquier tipo entre grandes bancos y gigantes tecnológicos serán la norma en la industria financiera.

Salvar el invierno

Publicado en El País el 15 de septiembre de 2020

Las últimas noticias sanitarias y económicas sobre el impacto del Covid-19 en nuestro país son crecientemente preocupantes. Pocas dudas hay de que España se encuentra entre los países con mayor incidencia de la pandemia. En contagiados, hospitalizados, UCIs y fallecidos, tanto en la primera ola en primavera como en lo que ya parece ser un segundo rebrote desde hace semanas. Es cierto que no parecen comparables ambos períodos. Se realizan muchos más PCR y esfuerzos de rastreo ahora y hay tratamientos -aunque incompletos- más exitosos, y se protege a los grupos poblacionales más vulnerables. Sin embargo, los datos van empeorando paulatinamente. Las próximas semanas alumbrarán cifras cada vez más negativas. La desazón crecerá. La esperanza de una vacuna próxima puede ayudar a cambiar percepciones hacia finales de año, pero esa fecha a día de hoy parece quedar muy lejos. La mayor incidencia de esas dos olas en España pone de manifiesto una gestión de la pandemia comparativamente más deficiente que los países de nuestro entorno. Algo habremos hecho mal. Hoy día, ni se ofrecen cifras coherentes ni hojas de ruta -ni sanitarias, ni educativas ni en relaciones sociales- con credibilidad suficiente. Y, desde luego, la idea de que nuestro país contaba con el mejor sistema de salud del mundo -algo repetido por muchos políticos durante años- se ha desvanecido rápidamente. Tenemos magníficos profesionales en la sanidad, con gran capacidad de sacrificio y resiliencia, pero nuestro sistema sanitario ha hecho agua en recursos, planificación y adecuada preparación para pandemias y emergencias.

Todo esto ha tenido terribles consecuencias sobre la actividad económica y el empleo. Nuestro país depende de sectores muy afectados por la Covid-19, como todo lo relacionado con la hostelería. En junio, se quiso “salvar el verano” para el turismo y el fiasco han sido considerables con efectos devastadores para el turismo. El descontrol de cifras de la incidencia sanitaria a escala nacional y por Comunidades Autónomas -y una gestión francamente mejorable en prevención- ha echado al traste el verano. La imposición de cuarentenas a los que visitaran nuestro país por parte de nuestros socios europeos ha hecho el resto.

Lo peor de las cifras económicas parece que está por llegar. Es probable que veamos un número creciente de empresas que cierran, un aumento notable del desempleo -a pesar del mantenimiento de buena parte de los ERTEs-, y un incremento de morosidad y otros indicadores de tensión financiera. Ojalá me equivoque. En todo caso, es prioritario “salvar el invierno”, primero mejorando notablemente España todo lo relacionado con la incidencia, prevención e información de la pandemia para generar credibilidad y confianza en nuestro entorno. Y, en segundo lugar, convenciendo a nuestros socios europeos que el cierre de fronteras e imposición de cuarentenas a visitantes no impide la expansión de la pandemia entre países, y lo único que logra en la práctica es el desastre económico de todos. Si logramos solamente esas dos cosas, se podrá evitar lo peor en términos económicos· en los próximos meses, tanto para el turismo invernal -importante en nuestro país- como para el resto de la actividad económica.

Inspiraciones de una fusión

Publicado el 8 de septiembre de 2020

La integración que están emprendiendo Caixabank y Bankia es catalizadora en la medida en que se inspira en un proceso de cambio más amplio en el sector bancario y lo alimenta. La estructura del mercado financiero ha cambiado aceleradamente. Los elementos que podían motivar una fusión diez o veinte años atrás son muy distintos a los actuales por varios motivos. El primero es que las ganancias de eficiencia con el tamaño han vuelto a aparecer. En un entorno más digital, se puede funcionar con una dimensión operativa más elevada sin necesidad de multiplicar infraestructuras. Es más, éstas pueden reducirse. Lo que se gana es una mejor gestión del factor esencial para competir en intermediación financiera, la información. Incluso los bancos de inversión más señeros en el mundo están girando hacia la banca minorista en el entorno digital, incluyendo alianzas con grandes tecnológicas para hacerlo. Entre los dos bancos españoles pueden generar un nuevo competidor para aprovechar las ventajas informativas porque, además, hay “química” entre ellos y los equipos gestores, ya que surgen de modelos de negocio minoristas de ahorro y con culturas corporativas muy arraigadas y compatibles.

En segundo lugar, el sentido geográfico de las integraciones ha cambiado. Pasó ya el tiempo en el que la discusión era casi exclusivamente cómo crecer con adquisiciones internacionales. Estando esa opción abierta para el futuro tras la fusión que ahora se está cerniendo, la ventaja más apreciable es la posibilidad de ganar balance en euros, una divisa fuerte comparada con las emergentes, en años en los que la estabilidad cambiaria está siendo un gran desafío.

El tercer elemento inspirador es la propia presión del supervisor y el mercado. Nunca se habían lanzado tantas opiniones favorables desde múltiples instancias públicas para instar a fusiones. En el sector hay sobrecapacidad, sobre todo en estructuras. Hay que ser más alto, pero no más ancho. Y hay que crecer con un mayor acceso a los mercados de capital y deuda para reforzar la solvencia y liquidez. En todo caso, sigue siendo muy difícil generar márgenes cuando la política monetaria impone tipos de interés negativos. Esto ha afectado, sin duda, también a las valoraciones bursátiles de la banca en los últimos tiempos. De forma dramática.

Por supuesto, también hay retos propios de la operación. En muchos servicios se están produciendo pérdidas de peso del factor trabajo o cambios hacia otros más innovadores o digitalizados, así como reciclaje de capacidades. Los ajustes laborales llevan años produciéndose en el contexto de la reestructuración bancaria con acuerdos amplios y es previsible que se intensifique. En el caso de esta fusión también aparece el debate de la participación accionarial del FROB en Bankia. Si este capítulo se cierra ahora o lo hace más tarde debería ser en beneficio tanto de la entidad resultante como de la participación pública porque lo que el mercado acoja positivamente se reflejará en todas las acciones.

Todo sucede rápido porque así son las cosas ahora y porque las ventanas de oportunidad del mercado para lanzar una operación de estas características son cada vez más estrechas.

 

 

 

 

Despiértame cuando todo esto termine

Publicado en El País el 1 de septiembre de 2020

Era la canción más popular del malogrado DJ sueco Avicii: “Wake me up when it’s all over”. Es lo que parecen decir ahora la economía y los ciudadanos. Los mensajes de los observatorios más reputados apuntan a que las dificultades se prolongan. Al afirmar el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, que «tolerará» más inflación y que habrá tipos de interés ultra-reducidos para unos cuantos años, parece que la política monetaria súperexpansiva se “cuasi eterniza”, con sus efectos positivos, pero también con las numerosas distorsiones que genera. Un sueño anestésico demasiado largo y profundo.

Powell hizo estas potentes declaraciones la semana pasada en una de las grandes citas económicas anuales, el simposio de Jackson Hole que, como cabía esperar, se celebró de forma virtual. Los mercados están aún ajustando la incidencia potencial de este redoble de tambores monetario. Por si fuera poco el somnífero que supone la pandemia, los banqueros centrales siguen anticipando la necesidad de anestesia.  El anuncio de la Fed muestra a las claras que se espera una recuperación más lenta y con más problemas de los que se creían hace unos meses. La política monetaria está haciendo todo lo posible por ayudar a evitar lo peor. Sin embargo, debido a la situación estructural de incertidumbre económica desde hace 12 años, agravada y mucho por la pandemia, las distorsiones (que se han eternizado) que genera esta política monetaria pueden acabar suponiendo más componentes de pesadilla que de sueño. Se prefiere recalibrar el modelo a cambiarlo. No faltaron las voces críticas en el simposio, dentro de la pulcritud académica, pero con acidez. Con una doble interpretación, en mi opinión. La primera, que la política monetaria y estos tipos de interés tan reducidos no permiten los “ajustes empresariales dinámicos” (creación, innovación, destrucción) que en otros tiempos favorecieron el crecimiento económico. Me referí a ellos en esta tribuna la pasada semana. La segunda, que, aunque controlemos la Covid-19, es muy probable que persista en los consumidores y empresas una importante retracción porque crean que fenómenos antes considerados extremos e improbables son ahora amenazas de ocurrencia frecuente.

Parte del problema está en los mercados. Sobre todo, los de bonos, que están muy «desnaturalizados». Esta política monetaria ayuda a sobrellevar la situación y reducir el coste de la deuda y sus vaivenes, pero también revela la dificultad de revertir la situación. Se están viendo también las tensiones euro/dólar, muy relacionadas con las estrategias monetarias, pero también las incertidumbres a ambos lados del Atlántico. La debilidad del dólar -más ligada a debilidades coyunturales y temores institucionales que a un cambio en la primacía de la divisa- está siendo la comidilla del verano.

Este es el terreno macroeconómico por el que va a discurrir la lucha de la economía por superar la pandemia. Comienza septiembre con demasiada incertidumbre, con la esperanza de que la incidencia hospitalaria sea menor, pero con demasiadas incógnitas sobre la salud pública y la economía en todo el mundo. Aunque hiciéramos caso al canto de la banda Green Day (“Despiértame cuando termine septiembre”), aún faltaría mucha luz.