El mercado tras la Covid

Publicado en El País el 16 de febrero de 2021

Como ha ocurrido en todos los sectores y mercados, el de la vivienda también ha sufrido el impacto de la pandemia. Los datos de compraventa que ayer publicó el INE revelan que en 2020 las compraventas de vivienda disminuyeron un 17,7 por cien, aunque en los últimos meses del año cogieron algo de tono. El mercado inmobiliario español no se ha derrumbado -ni en actividad ni en precios- en esta ocasión, como ocurrió hace una década con la crisis financiera. Antes de la pandemia se había revalorizado a buen ritmo, pero no con la virulencia del comienzo del milenio. Aquello, junto al fuerte crecimiento de la deuda asociada a estos activos y la desmedida apuesta por la promoción inmobiliaria, dieron lugar a una gran burbuja. 

La vivienda ha resistido mejor este último año quizás gracias a los “colchones” de las ayudas temporales al empleo (ERTEs) y a las empresas. Habrá que ver qué pasa con el desempleo cuando se retiren esos estímulos y será importante, como señaló Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, evitar una fuerte caída de los precios inmobiliarios. Traería consecuencias financieras imprevisibles. Un aumento fuerte del paro podría llevar a la depreciación de algunos activos financieros e inmobiliarios si las familias deben enajenarlos para poder hacer frente a una crisis de empleo. Como contraste, un caso interesante y positivo ha sido Australia, con control ejemplar de la crisis sanitaria, escaso impacto en el empleo y donde los activos financieros e inmobiliarios apenas se han resentido. Desafortunadamente, la gestión sanitaria y económica de la crisis en nuestro país y en otros occidentales está en las antípodas geográficas y conceptuales de esas “buenas prácticas”. Eso se termina reflejando en las cifras de la pandemia, incluidas las del mercado inmobiliario. 

En 2021 y quizás más allá aún se esperan caídas de precios inmobiliarios. Afectan las dudas sobre cuándo será la vuelta al crecimiento económico intenso, a pesar de las esperanzadoras noticias sobre vacunación. Crucial también que vuelva el turismo este verano -tan importante en el mercado inmobiliario costero-, aunque sea de forma moderada. Esta incertidumbre no favorece la estrategia de los vendedores. Pierden terreno en la negociación. Desgraciado efecto pandémico es también el aumento de herencias de vivienda. También suben las ventas de británicos jubilados en zonas costeras tras el Brexit. Y, en el mercado de oficinas, habrá que reinventar el uso de espacios comerciales en centros y barrios periféricos de ciudades, muy afectados por el fuerte incremento de las compras online.

            La accesibilidad a la vivienda, sobre todo entre las generaciones más jóvenes y en las principales ciudades, sigue siendo un serio problema. Los precios suben más que los salarios (aunque 2020 y 2021 sean una excepción) y la seguridad del empleo es excesivamente volátil. Es importante reforzar políticas de vivienda activas que favorezcan la accesibilidad. No se trata de intervenir los precios -una medida política pero estéril- sino por una colaboración público-privada imaginativa. En particular, programas de accesibilidad, incluido el alquiler, que movilicen promociones desocupadas, adquiridas por fondos y otros inversores institucionales. 

Los tiempos de la banca

Publicado en El País el 9 de febrero de 2021

La pandemia va dejando un reguero de impactos y noticias desde marzo de 2020. En las últimas dos semanas hemos podido comprobar los efectos, hasta la fecha, sobre los resultados del sector bancario español. El conjunto del año ha ofrecido pérdidas por más de 5.500 millones para los seis grandes bancos españoles explicadas fundamentalmente por los números rojos del Santander pero en un contexto generalizado de malos resultados.  Aún así, debieron ser bastante mejores de lo esperado por la alegría con la que se lo ha tomado la bolsa de valores que ha llevado sus cotizaciones al alza. 

 No sé cuanto durarán las alegrías -con pocas certezas sobre futuros dividendos-, pero, al menos, se ha ganado tiempo. El sector ha podido reforzar su protección ante lo que pueda venir, aumentando notablemente provisiones y recursos propios. Aún así, los próximos trimestres son pura incertidumbre. La morosidad bancaria hasta ahora apenas ha reflejado el deterioro empresarial gracias a la liquidez de los créditos ICO, cierta flexibilidad temporal de la regulación prudencial y las moratorias junto a otras medidas no financieras como los ERTEs. Sin embargo, los datos más recientes demuestran la vulnerabilidad y dificultades crecientes sobre todo de PYMES y autónomos que pronto se reflejarán en la mora empresarial y el deterioro de activos. Por eso, en estas semanas se habla tanto de apoyos adicionales a las empresas para seguir capeando el temporal. Hasta ahora, las medidas del gobierno también han permitido ganar tiempo, confiando que lo peor de la Covid-19 quedara atrás en 2020. Sin embargo, aún queda al menos un semestre muy complicado y eso ya hace temer daños estructurales en sociedades y negocios, que no se resuelven solamente con más crédito y liquidez. Las ayudas directas y de apoyo a la solvencia, ya presentes en otros países desde la primavera pasada, parecen necesarias y urgentes en nuestro país. Sin duda, habrá dificultades operativas y administrativas que habrá que superar para llevarlas a cabo porque no hay más opciones si se desea mantener, en gran medida, el tejido productivo viable y evitar una nueva crisis financiera.

En esta tensa espera hasta el verano se encuentra la banca, que mantiene los mismos retos que hace un año. Ahora acrecentados por el coronavirus. En el corto plazo, parece que ha podido gestionar razonablemente el tsunami económico de la pandemia. Sin embargo, los riesgos de largo plazo permanecen, con un entorno endiablado de tipos de interés y unos operadores tecnológicos que le erosionan aún más su actividad e ingresos. Hace 20 años, el sector se reinventó promoviendo una expansión internacional admirada por muchos y que le ha permitido, entre otros factores, una rentabilidad saneada hasta hace poco. No obstante, hoy en día parece necesaria otra reinvención, que necesariamente pasará por una apuesta tecnológica muy valiente e imaginativa, más allá de aumentar tamaño, eficiencia o de gestionar riesgos. Sus capacidades como agentes financieros nadie las pone en duda y por eso resisten. Crear valor suficiente a partir de esos sólidos conocimientos financieros con innovadores vehículos tecnológicos es el gran desafío del futuro.

Curva de aprendizaje

Publicado en El País el 2 de febrero de 2021

Los últimos datos de empleo y PIB mostraron que el cuarto trimestre de 2020 fue algo mejor de lo esperado y, sobre todo, que la gestión de la segunda ola de la pandemia ha generado menos destrozos en la economía que la primera. Nada para sentirse satisfechos porque lo que debería importar fundamentalmente son las vidas humanas. Además, sanitariamente se doblegó bastante menos la curva de contagios y eso permitió, junto a la Navidad y la aparición de nuevas mutaciones del virus, que la tercera ola llegara de manera inusitada y muy virulenta. Esos datos económicos menos malos —no exclusivos de España— parecen poner de manifiesto que se va aprendiendo y afinando las decisiones, dando lugar a una estrategia de restricciones a la movilidad y vida social menos dañina para el aparato productivo. Es como si existiera una especie de curva de aprendizaje por la que experiencias anteriores permiten ejecutar algo mejor episodios posteriores. Eso sí, con todo tipo de matices y muchísima incertidumbre para los próximos meses.

Comparar la gestión de las dos olas anteriores no es fácil. Cierto es que la segunda no ha obligado a confinar completamente todo el país varios meses, sino más bien se han aplicado una serie de medidas específicas —más o menos afortunadas— por zonas afectadas, pero que no han supuesto un cierre del comercio y la hostelería tan intenso y generalizado. Esos confinamientos selectivos, quirúrgicos y certeros pueden ser la clave, en el corto plazo, para impedir que se vuelva explosiva esa tercera ola, donde las variantes británica y sudafricana del virus generan tanta preocupación. La economía se debería resentir menos, pero lo sanitario sería lo que primaría.

Asimismo, es el momento adecuado también para planificar mucho mejor la aceleración de la vacunación, donde nuestro país tanto se juega cara al turismo del verano (con perspectivas crecientemente pesimistas). En este caso, más que de aprendizaje, estaríamos hablando de curva de adopción de una tecnología de inmunización que debe producirse con mayor rapidez y efectividad. Aún estamos a tiempo de planificar un proceso masivo de vacunación a partir de marzo o abril, cuando tengamos varias vacunas disponibles y con cierta abundancia. ¿Por qué no se planifica una estrategia 24/7 para vacunar a todo el país a partir de primavera y alcanzar el 70% de la población no en cualquier momento del verano (término temporal sobreutilizado últimamente pero muy impreciso) sino en junio? ¿Qué lo impide? En pocos meses ya no se podrá decir que faltan vacunas, pero podríamos adolecer de insuficientes medios y organización para administrarlas con agilidad.

Por último, la incertidumbre reinará más allá de 2021. Existe preocupación de que las nuevas cepas reduzcan la capacidad de control de las vacunas, que nuevamente habrá que aprender a gestionar, así como otro riesgo de final de 2021 y de 2022: si no se controla el virus mundialmente, el miedo seguirá con nosotros. Cuando los países ricos nos hayamos vacunado, habrá que recuperar el sentido de la solidaridad con terceros países. Por ahora ni se menciona, pero todo llegará.