Solvencia bancaria tras la pandemia

Publicado en El País el 31 de julio de 2021

            En 2020 se decidió posponer los Juegos Olímpicos por la pandemia. Se esperaba que en el verano de 2021 la Covid-19 ya no sería un obstáculo para celebrarlos. En cierto modo, lo ha seguido siendo, imponiendo unas pruebas deportivas sin público. También la Autoridad Bancaria Europea (ABE) optó por postergar la realización de los test de estrés a la banca hasta 2021, algo inicialmente paradójico para unas pruebas que están diseñadas para responder a escenarios adversos. La decisión parecía razonable por la dificultad que entrañaba dilucidar a qué escenarios había que enfrentarse y además los bancos de la Eurozona mantienen niveles cómodos de capitalización en general.

Las pruebas de esfuerzo simulan que pasaría con los niveles de solvencia bancaria en determinados escenarios. En el muy adverso, por ejemplo, para el caso de España, se ha considerado una caída simulada del PIB del 0,9% en 2021, del 2,8% en 2022 y un crecimiento del 0,5% en 2023, con niveles hipotéticos de desempleo de hasta 21,9%. Improbable, pero en lo que vamos de siglo ya hemos tenido grandes golpes. Sin olvidar, como apuntó el Banco de España esta misma semana, empieza a haber indicios de posibles aumentos de la morosidad. 

Las pruebas que ya hizo la Reserva Federal y que incluían a varios bancos europeos ya fueron positivas. Pasaron todos. Buen precedente que se confirmó este viernes con los test de resistencia de la ABE para cuatro bancos españoles (Santander, BBVA, Sabadell y Bankinter). Todos resistirían una recesión severa de cuatro años, aunque solamente el ratio de capital de Bankinter se quedaría por encima de la media europea en ese escenario.

En estas pruebas se aprende por el camino. Por eso, tal vez la lección más importante en 2021 es hacia dónde van y no tanto donde se está ahora mismo. Los supervisores europeos siguen permitiendo -por motivos de la pandemia- a los bancos usar sus colchones de capital para absorber pérdidas. No aprietan, de momento, con el llamado Pilar 2 de exigencias de solvencia, que se ocupa de la gestión de pérdidas esperadas. Es más, han anunciado que, a partir de octubre, se eliminarán las restricciones para repartir dividendos. Hasta finales de 2022, cuando se esperan cambios. Por ejemplo, vincular más el resultado de los test de a las exigencias de ese Pilar 2. El colchón de capital va a tener que ser algo más holgado. Tanto más cuanto más exigidos se vean los bancos en las pruebas de esfuerzo. La banca española, que por diferentes razones ha funcionado con colchones algo más estrechos, debe culminar el refuerzo de su solvencia para llegar con más holgura a 2023.

En los test del futuro se incluirán exigencias relativas al blanqueo de dinero y fraude y, progresivamente, de financiación sostenible. Otros signos de los tiempos que corren, que marcan las crisis, con empresas financieras hiperreguladas. Tal vez, en algún tiempo, haya pruebas de privacidad y exigencias de transparencia y competencia, a medida que los bancos se parezcan más a las superplataformas que dominan la economía del siglo XXI o éstas se acerquen más a lo financiero.

Nuevo léxico en Fráncfort

Publicado en El País el 23 de julio de 2021

 Este jueves se ha producido la esperada puesta de largo de la anunciada nueva estrategia de política monetaria del Banco Central Europeo. Ya se conocían algunos de los detalles, pero faltaba comprobar qué significa ahora la inflación para la orientación del banco central. Introduce un nuevo léxico en el que palabras como flexibilidad, acomodación o adaptación a las circunstancias dan margen a Christine Lagarde para enfrentarse a un entorno aún incierto tanto a corto como a medio plazo. Al mismo tiempo, no obstante, genera más ruido frente a los críticos con todo lo que sea salirse de los márgenes más ortodoxos, los halcones de la institución monetaria. Son los que interpretan que Lagarde -y el resto de miembros del Consejo más proclives a mantener estímulos aún durante un tiempo considerable- ganan poder. Para algunos, seguramente, hace (demasiado) tiempo que el mandato explícito -controlar la inflación- fue superado por el imperativo implícito de sostener la liquidez y la estabilidad financiera en la Eurozona. Con una agenda crecientemente cargada de asuntos y encargos, el banco se ha convertido en el “chico para todo” del continente.

 Los nuevos parámetros en que se mueve el BCE permiten no tener que actuar de forma inmediata cuando los precios crecen al 2%. Se puede esperar a ver si la presión inflacionista es temporal o, por el contrario, ofrece visos de crear una escalada de la inflación que fuera comprometedora. Seguramente habrá momentos en los próximos meses en que la inflación sorprenderá al alza, aunque la variante delta del virus y otras que pudieran llegar -en tanto en cuanto la resolución de la crisis sanitaria debe ser global y no regional- están enfriando algo las expectativas. También se percibe cierta comodidad con el nuevo vocabulario monetario cuando ayer se anticipó que el programa de compras de emergencia pandémica se mantendrá el tiempo que sea preciso, así como otras facilidades de expansión cuantitativa similares. El comunicado indicaba que, con la nueva formulación del objetivo de inflación los tipos de interés se mantendrían aún bajos o “incluso más” (lo que los llevaría a un terreno más negativo) para alcanzar ese objetivo. Otro cambio de cartas para el mismo juego final: mantener fuertes estímulos. No solamente se mantiene, sino que parece reforzarse la importancia que las acciones del BCE -y de otros bancos centrales- tienen en la economía y en nuestras vidas desde hace más de diez años.

 También forma parte de la transformación de la comunicación y política del BCE la apuesta por la financiación verde. En lo que a la acción de banco central se refiere, la expectativa es que se apueste porque en los programas de compra de bonos se apueste por aquellos cuyos emisores tengan la consideración de respetuosos con el medio ambiente. Esto coloca al BCE en posición de liderazgo, pero también de responsabilidad porque es una transición que hay que medir bien. Lo que se haga desde Fráncfort será un referente potente para los mercados de deuda privados y muchas empresas -principalmente las que dependen de energías menos limpias- pueden encontrar un castigo que lastre su recuperación.

Los pagos en la pandemia

Publicado en El País el 17 de julio de 2021

La covid-19 ha supuesto numerosos cambios en los hábitos. El confinamiento, las restricciones a la movilidad y a la actividad económica y las dudas sobre cómo se transmitía el coronavirus han modificado conductas también en materia de medios pago. En nuestro país, la historia de éxito es Bizum, un pago instantáneo de móvil a móvil que promovió la banca española en 2016. Aunque creció notablemente los años siguientes, ha experimentado un gran impulso durante la pandemia, para transacciones entre particulares y también con comercios. “Te hago un bizum” es ya una expresión corriente para muchos españoles. Ya son más de 16 millones de usuarios. Se adelantó a aplicaciones que se podrían haber hecho para los pagos directos de mensajerías instantáneas como WhatsApp. Si estas hubieran entrado en el mercado español, habrían hecho mella en los pagos que gestionan las entidades del país. Bizum es tecnología propia bancaria -y telefónica, lógicamente-, algo de los que las entidades de crédito de nuestro país están muy orgullosas. No obstante, este sistema de pago afronta importantes retos: el uso tan intenso, que además se ha expandido a comercios, ha despertado el interés del sector bancario por comenzar a cobrar o restringir algo su uso. Habrá que hacerlo con cautela. Si ha funcionado bien es precisamente por la comodidad, nulo coste y rapidez.

            La pandemia no ha ayudado, en cambio, a otras grandes promesas en el ámbito de pagos anunciadas hace unos años, como Libra, ahora denominada Diem, promovida por Facebook y otras empresas tecnológicas. La falta de respaldo de los supervisores financieros y los propios problemas del proyecto impidieron aprovechar el terreno tan propicio que se creó en la pandemia. Será difícil que despegue en el futuro, pero tampoco se puede descartar una segunda intentona con quizás algo de mayor respaldo institucional y cierta penetración.

            Ha habido otros cambios en los pagos en nuestro país, en línea con otros, desde 2020. Según datos del Observatorio de Digitalización Financiera de Funcas el porcentaje de población que ha realizado algún pago con el móvil subió desde el 62,79% antes de la pandemia, al 65,93% durante el primer confinamiento y hasta el 75,26% en los últimos meses de 2020. Por otro lado, el uso de aplicaciones para transferir dinero -el comentado caso de Bizum, por ejemplo-, ha crecido del 55,66% al 58,22% y al 63,22% entre los tres períodos considerados. En un entorno global, poco a poco, el mundo avanza hacia nuevas formas de pagar entre las que está destacando (especialmente en Asia) el uso de códigos QR, extendidos aquí en restaurantes para consultar menús, pero aún de forma incipiente para pagar. Globalmente, según Statista, suponen ya 2,1 billones dólares. 

Finalmente, en cuanto al instrumento más tradicional, el efectivo, a pesar de una cierta caída en el uso durante la pandemia, sigue exhibiendo gran resiliencia. El coronavirus, desde luego, no ha terminado con el efectivo. Continúa teniendo elevada utilidad en muchos contextos (pagos pequeños, determinados comercios y por privacidad) y para muchos grupos sociales a los que algunas tecnologías le son más ajenas, lejanas o poco accesibles.