La morosidad que viene

Publicado en El País el 27 de octubre de 2022

Hemos conocido esta semana que el indicador de morosidad para el conjunto de entidades de crédito en España —que mide el porcentaje de préstamos dudosos en términos de crédito total— sigue contenido, en el 3,86% en agosto (prácticamente igual que en julio, 3,85%). Para muchos analistas sorprende que aún esté respondiendo tan bien a pesar de la gran incertidumbre, la fuerte desaceleración de la economía y la subida de tipos de interés. Quizás porque aún tengamos en nuestra mente la crisis financiera global, que llevó la morosidad en nuestro país a un máximo del 13,62% en 2013. Sin embargo, el episodio actual es distinto. La naturaleza de la crisis no es financiera ni de debacle inmobiliaria. Están siendo problemas de la economía real, energía fundamentalmente —impactada por la pandemia y la guerra—, y la inflación, los actuales quebraderos de cabeza. El sector financiero no es ni será inmune, pero la morosidad está tardando en materializarse, y además cuenta hoy con una mayor solvencia y saneamiento para afrontar futuras dificultades.

En la pandemia se reaccionó con rapidez con moratorias, créditos ICO, gran liquidez del banco central y otras medidas en materia laboral y empresarial que han permitido limitar el crecimiento de los créditos problemáticos. La resiliencia en el empleo y el ahorro de las familias acumulado en la pandemia han ayudado también mucho. Sin embargo, este último parece haberse agotado ya. Pronto se verá cómo resisten las familias más endeudadas y con tipo de interés variable hipotecario ante la notable subida del euríbor.

Una relación empírica que suele ser infalible es que con la desaceleración del PIB —y aún más, con una recesión—, la morosidad crece. Lo importante es evitar que aumente de modo preocupante y a ello se dedican autoridades supervisoras y las propias entidades financieras. Por tanto, cabe esperar, con el frenazo de la economía española de los próximos trimestres, que los prestamos problemáticos crezcan. Otros indicadores ya apuntan a ello. Según el Colegio de Registradores, los concursos de acreedores muestran “una tendencia creciente desde el fin de la moratoria concursal” este verano. En septiembre subieron un 18,8%. Por otro lado, el dinamismo empresarial se resiente. Según el INE, las sociedades creadas cayeron un 6,4% en tasa interanual en agosto y las disueltas aumentaron un 22,2%.

Un segmento que también preocupa es la cartera de los créditos ICO —concedidos a empresas con motivo de la pandemia—, que podría deteriorarse en los próximos meses, conforme se materialice el periodo de vencimiento de carencia en muchos préstamos. Aunque aún deben actualizarse los datos oficiales, la morosidad de estos créditos del ICO se estima en el 5% y uno de cada cinco estaría en vigilancia especial.

Muchas dudas sobre la futura evolución de la morosidad. Hay elementos que pueden hacer que aumente, especialmente en el sector corporativo. El alcance final de la subida de tipos será clave. En cuanto a las economías domésticas, también será determinante que se mantenga la resiliencia del empleo tal y como apuntan las previsiones de la mayoría de los organismos a pesar del escaso crecimiento económico esperado para 2023.

Oda financiera a «¡Qué bello es vivir!

Entrada en el Blog «Nada es gratis» de Fedea

Durante las vacaciones navideñas de medio mundo – en España, desde luego- es habitual cada año que se vuelva proyectar en algún canal de televisión la aclamada película del gran Frank Capra “¡Qué bello es vivir!” (1946) y protagonizada entre otros, por un tierno James Stewart que interpreta el papel de George Bailey, un atribulado banquero de Bedford Falls que se enfrenta a una cadena de impagos y a un pánico financiero. Casi todo el mundo recuerda la película por la aparición de un ángel, abundantes nevadas y buenas vibraciones humanas. Sin embargo, va más allá. Ofrece una clara explicación de cómo acontece un pánico bancario por la retirada masiva de depósitos y del papel clave de la confianza en este contexto. En esa conocida ficción, George Bailey calma a sus depositantes con una inyección de capital proveniente de sus ahorros de boda.

La importancia de conocer bien las implicaciones de una crisis financiera y cómo intentar prevenirlas ha tenido su reconocimiento este año por la Academia Sueca de Ciencias con el Premio Nobel de Economía a tres estudiosos de los bancos y de las crisis financieras: Ben S. Bernanke (The Brookings Institution, y ex – Presidente de la Reserva Federal de EEUU), Douglas W. Diamond (University of Chicago) y Philip Dybvig(Washington University). La sensación de los economistas que nos dedicamos al análisis bancario es que se ha tardado mucho en reconocer el papel de los estudiosos que buscan soluciones para prevenir crisis sistémicas o que, con sus análisis, ayudan a aminorar los costes sociales que estas crisis imponen. Son eventos de baja probabilidad, pero si acontecen, conllevan devastadores impactos económicos y sociales (en términos de PIB, empleo y aumento de gasto fiscal por los rescates). Quizás esa demora (que yo mismo denominé “estigma” en un reciente artículo de prensa) se debía a la relativa cercanía de una crisis financiera tan terrible como la de 2008, con consecuencias que aún hoy seguimos sintiendo.

Bernanke fue uno de los policymakers más relevantes en aquellos días. La existencia de una infraestructura prudencial en el ámbito financiero, con el banco central como prestamista de última instancia y el fondo de garantía de depósitos (dos de los instrumentos que fundamentaron analíticamente los galardonados) no evitaron la crisis, pero aminoraron sus efectos negativos. Además, sirvieron de base (aunque fuera indirectamente) a los nuevos instrumentos y soluciones diseñados tras la crisis de 2008. La expansión cuantitativa, los voluminosos rescates de bancos y el fuerte reforzamiento de la regulación bancaria y de otras instituciones de crédito, perseguían la generación de confianza, detener la sangría de pérdidas y permitir la salida del túnel. No se puede obviar que Ben Bernanke – a la sazón, Presidente de la Fed en aquellos años- fue uno de los grandes impulsores de esas medidas. Es cierto que hoy no conocemos del todo que pasará cuando la expansión cuantitativa se reduzca hasta prácticamente cero (no sabemos tampoco si ocurrirá esa completa desaparición), pero sí es cierto que esa estrategia ha aliviado muchas de las tensiones financieras desde 2008. Aun así, hay muchos analistas críticos con el camino de retorno por tratarse de territorio inexplorado. La actual retirada de liquidez y las subidas de tipos de interés de los bancos centrales ante una alta y persistente inflación son muestra, al menos aparentemente, del lado negativo de aquella expansión cuantitativa, como reflejan los mercados de bonos y de capitales actualmente.

Las contribuciones de los galardonados datan de hace casi cuatro décadas (década de 1980). Bernanke analizó en su trabajo de 1983 la Gran Depresión de la década de 1930 e ilustró el gran coste económico y de confianza que suponen las crisis por la disrupción en los canales de información financiera, racionando excesivamente el crédito y, por extensión, lastrando la inversión. La primera de las dos contribuciones principales de los otros galardonados, Doug Diamond y Phil Dybvig data también de 1983. Describen conjuntamente de un modo simple a los bancos como intermediarios necesarios para tomar depósitos y transformarlos en crédito, que precisan de la confianza de los agentes financieros para evitar tensiones y pánicos bancarios. Proponen la existencia de un prestamista de última instancia y de sistemas de fondos de garantía de depósitos. Una segunda aportación, en este caso, de Diamond en solitario, de 1984, muestra el importante rol de los bancos en la supervisión (monitoring) de prestatarios y deudores para garantizar que pueden devolver sus préstamos, reduciendo las pérdidas potenciales de esa actividad financiera y el coste del crédito para la sociedad. Los colapsos de entidades financieras suponen la desaparición de ese acervo de información acumulado en los procesos crediticios.

Es una obviedad que el sistema financiero -la economía y la sociedad también- ha cambiado radicalmente desde “¡Qué bello es vivir!” También ha cambiado desde las primeras contribuciones de Bernanke, Diamond y Dybvig. Lo ha hecho desde un ámbito académico y teórico. Estos autores fueron pioneros -que no los únicos, también otros como James Tobin- que señalaban la importancia de los intermediarios bancarios para el crecimiento económico. El ejemplo más diáfano y doloroso para el bienestar de una sociedad es la destrucción de actividad económica tras una crisis bancaria. Sin embargo, no es hasta la evidencia obtenida en la crisis de 2008 que los principales modelos basados en el equilibro general -ante las críticas por no poder explicar lo acontecido con las herramientas existentes- comienzan a incorporar significativamente las fricciones financieras y el comportamiento de los bancos. Sin duda, un paso adelante para que el análisis económico tenga una mayor completitud para explicar el papel del fenómeno financiero en la economía. También se ha avanzado en los análisis de los efectos del reforzamiento de la regulación financiera en las entidades bancarias. Sin embargo, aún queda bastante por hacer.

La parte del análisis del sistema financiero y su infraestructura institucional y regulatoria, donde más necesarias se hacen nuevas contribuciones, es en el área de la “banca en la sombra” y el papel de los nuevos operadores y plataformas en los flujos crediticios y sistemas de pago. Los análisis existentes a menudo se han encorsetado al perímetro de la regulación, donde se han producido avances frecuentes y notables en las entidades financieras reguladas. Mucho menos se conoce sobre la “banca en la sombra” fuera del perímetro de la regulación, con menor información cuantitativa y cualitativa, y donde parecen residir los riesgos sistémicos que crecen a mayor velocidad. Es también donde se carece de infraestructura prudencial, sin prestamistas de última instancia ni fondos de garantía.

Con la creciente presencia e importancia relativa de grandes y no tan grandes empresas tecnológicas (BigTech y FinTech) en la actividad “en la sombra” (con claras ventajas competitivas al evitar la costosa regulación), las preocupaciones de reguladores y supervisores crecen. Son áreas donde se hacen necesarios estudios sólidos que permitan conocer mucho mejor el comportamiento de esas entidades alternativas, y desarrollar posibles soluciones regulatorias (o de otro tipo) que impidan pánicos financieros y pérdidas masivas. Avances equiparables a los que supusieron los trabajos de Bernanke, Diamond y Dybvig hace cuatro décadas en el ámbito del sector financiero regulado, y que han marcado el camino de muchos investigadores cuyos trabajos han sido clave para el progreso de nuestro conocimiento del ámbito financiero de la macroeconomía. Conocimiento que esperemos sirva para evitar -o al menos intentarlo- la eventualidad de un pánico a lo “¡Qué bello es vivir!” esta vez en segmentos no regulados, que transmiten a una gran velocidad y gracias a las tecnologías de la información, todo lo que pasa por ellos, incluido los posibles desastres que nuestro objetivo como economistas ha sido siempre tratar de evitar.

Debacle a la británica

Publicado en El País el 18 de octubre de 2021

La persistente incertidumbre monetaria y financiera ha visto aparecer una nueva fuente de inestabilidad que no todos esperaban: Reino Unido, sus finanzas y la libra esterlina. Una cadena de errores desde el Brexit de 2016 que han culminado en agudas tensiones. Los inversores han olido sangre y han huido despavoridos. El miedo no ha remitido a pesar de las extraordinarias medidas del Banco de Inglaterra comprando bonos soberanos y libras y de la reacción del gobierno de la primera ministra Liz Truss. Ni siquiera con la salida fulgurante del Ministro de Economía (el Chancellor of Exchequer), que anunció la bajada generalizada de impuestos, Kwasi Karteng, que fue reemplazado por un al menos inicialmente prudente Jeremy Hunt.

Todo recuerda a los tiempos de la crisis de la deuda soberana en la Eurozona. Hace diez años, la incompletitud institucional del euro no lograba que los anuncios gradualistas de unos y otros consiguieran convencer a los mercados. No fue hasta el “whatever it takes” (lo que haga falta) de Draghi y el inicio de la Unión Bancaria que la tormenta empezó a cesar. La situación en Reino Unido, con sucesión de anuncios y contraanuncios, no ha conseguido aún calmar a los mercados. Se precisan medidas de fondo que cambien la percepción actual de los inversores sobre su posición comercial y financiera en el mundo, la imagen populista de sus gobiernos y las vulnerabilidades estructurales. Además, han surgido dudas sobre si el país, en compensación por la pérdida de peso como centro financiero, no está siendo demasiado laxo con los riesgos de mercado de la llamada “banca en la sombra”, que también ha generado zozobra estos días. Por si fuera poco, los fondos de pensiones británicos también están sufriendo, entre otras razones, por su uso intensivo de derivados de gran riesgo como estrategia de cobertura. Poco se aprendió de 2008. Síntomas del debilitamiento de la base financiera del país.

Reino Unido, tras el Brexit, ha debilitado sus lazos comerciales y no solamente con la UE. Se nota en sus suministros que perjudican el consumo final pero también buena parte de su actividad productiva. Además, la entrada de capital humano foráneo —muy intenso hasta 2015— se ha ralentizado considerablemente, con lo que los cuellos de botella en determinados sectores y servicios se han agravado. Una economía más vulnerable que siempre necesitó de una libra esterlina fuerte para poder financiar más cómodamente sus abundantes importaciones. La depreciación actual frente al dólar reaviva la indeseada inflación por la vía de las abundantes importaciones. El que se anunciaran medidas fiscales expansivas era la chispa que hacía falta para que todo se torciera. Mandaba al traste todos los esfuerzos por reducir la inflación del Banco de Inglaterra.

Las medidas paliativas del gobierno de Truss y la actuación del Banco de Inglaterra no evitarán que las tensiones continúen. Hay mucho más que cambiar. Alejarse de populismos y reforzar credibilidad, que lleva su tiempo. Buscar soluciones de acercamiento al mercado único de la UE —principal socio comercial y vecino— sería un buen paso para que las cosas comiencen a mejorar y los inversores vean en el horizonte una mayor competitividad británica.

Se acabó el estigma

Publicado en El País el 11 de octubre de 2022

Ha costado mucho tiempo otorgar consideración al análisis bancario en los premios de la academia sueca. La concesión del Nobel de Economía a Ben S. Bernanke (The Brookings Institution), Douglas W. Diamond (University of Chicago) y Philip Dybvig (Washington University) supone un redimensionamiento de unas contribuciones que eran, al menos en parte, de largo conocidas y con notable incidencia práctica, pero que, tal vez, habían estado afectadas por un cierto estigma. Lo bancario era antipático o generaba cierta animadversión social tras la crisis financiera de 2008. Las ramificaciones de las contribuciones de estos tres economistas son hondas y pueden haber evitado males mayores para un tipo de crisis, las financieras, que, en todo caso, han tenido una grave y negativa incidencia económica y social. Hay que tener en cuenta que las principales contribuciones de estos economistas se produjeron a principios de la década de 1980 pero han sido la base sólida de modelos de supervisión y de gestión de crisis más o menos afortunados, pero con necesidades evidentes de conocimiento.

El caso de Bernanke es particularmente paradigmático, porque aúna una combinación rara de conocimiento académico de las crisis financieras -es, tal vez, el más destacado analista de la Gran Depresión de la década de 1930 en Estados Unidos- y la práctica como banquero central. A él se debe buena parte del camino que llevó desde la resolución de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos hasta la expansión cuantitativa sin precedentes que, aun hoy, se sigue considerando tanto un mecanismo que salvó a la economía en aquellos años como un experimento con consecuencias de largo plazo que están aún por dilucidar. En todo caso, Bernanke ilustró muy a las claras el coste social y de confianza que tienen las crisis por la disrupción que suponen en los canales de información financiera, racionando excesivamente el crédito y, por extensión, lastrando la inversión productiva de forma considerable.

No puedo evitar mostrar cierta emoción por la parte del galardón que corresponde a Doug Diamond, al que conocí durante mi estancia en Chicago durante la crisis financiera y a quien pudimos invitar al Foro de Finanzas organizado en la Universidad de Granada en 2011 y en Madrid en 2017, con una recordada contribución en Papeles de Economía Española de Funcas. Sus contribuciones junto al tercer premiado, Philip Dybvig, dan cuerpo a los estudios que permiten describir a los bancos como intermediarios necesarios para tomar depósitos y transformarlos en crédito, si bien, a su vez, están sujetos a delicados equilibrios que los hacen susceptibles a situaciones de tensión financiera -pánicos bancarios- que hacen necesaria la participación del Estado como prestamista de última instancia, ofreciendo sistemas de fondos de garantía de depósitos. En todo caso, como bien es sabido, todo en finanzas tiene un poco de azúcar, pero también de sal para la economía y estos seguros de depósitos han sido también frecuentemente puente hacia los rescates bancarios. El análisis teórico de Diamond y Dybvig ha sido, en todo caso, inspirador para toda la profesión, si bien la complejidad creciente del entorno financiero requiere de nuevas soluciones para evitar estas desoladoras crisis.Comentarios