Los avances en digitalización tienen que alinearse con la estabilidad financiera

Publicado en Cinco Días el 25 de mayo de 2023

El verdadero potencial de la digitalización en todas las esferas de la economía y la sociedad probablemente aún está por descubrirse. Será un proceso dinámico que llevará tiempo –y de hecho evolucionará con los años– aunque habrá momentos de fuerte aceleración y vértigo, como podría ser el actual con la aparición de la nueva inteligencia artificial, la generativa, en el que el pionero ante la opinión pública ha sido ChatGPT, pero otros están siguiendo, como Bard (Google) o AutoGPT. En todo caso, las implicaciones de la intensa digitalización para la industria de servicios financieros han sido ya abundantes, pero todavía quedan infinidad más por venir, al tratarse de una de las actividades donde la información juega un papel central. Esto afecta a personas, empresas y Gobiernos y es una cuestión geopolítica de primer nivel.

Lo digital también tiene notables riesgos, que inadecuadamente vigilados podrían generar considerables perjuicios de todo tipo y truncar un proceso –que parece imparable– que puede facilitar grandes beneficios en materia de productividad y bienestar. La supervisión de esos riesgos es crítica, particularmente en el sector financiero, donde se halla depositado gran parte del ahorro de la sociedad y donde su estabilidad es determinante para el buen funcionamiento del mercado de crédito. Todos reconocemos como objetivo primordial de estabilidad financiera evitar crisis bancarias. Sin embargo, tiene más propósitos, trascendentales también para el buen funcionamiento de la actividad económica, como es ofrecer crédito suficiente y solvente. Y, en este sentido, la digitalización debe hacer más eficiente ese proceso a la vez que no acrecienta riesgos de estabilidad financiera.

La crisis que ha sacudido a un determinado grupo de bancos medianos estadounidenses –y que no puede considerarse cerrada aún–, como Silicon Valley Bank o First Republic Bank, entre otros, no es ajena a los riesgos de la digitalización, cuando se cometen determinados errores en la gestión interna o en la supervisión externa de las entidades. En primer lugar, estos bancos han estado expuestos a un segmento de negocio que adolecía de sobrevaloración y la corrección les ha pillado sin otros sectores en los que apoyarse. No obstante, es tanto o más importante que el modelo de negocio y la gestión de liquidez y riesgos de activo de esos bancos dejaba mucho que desear. El impacto de la existencia de abundantes depósitos digitales –con gran facilidad de movilidad– y los rumores (no siempre fundamentados) de redes sociales jugó un papel significativo en los problemas que sucedieron. Tampoco ayudó ciertamente la reacción inicial del supervisor, la Reserva Federal.

Sin embargo, en el entorno digital, las exigencias de buena gestión, buena gobernanza y comunicación exterior y solvencia suficiente se hacen aún mucho mayores, por la facilidad que potencialmente existe en muchas jurisdicciones de esos trasvases rápidos de depósitos de unos bancos a otros. No significa ello que lo acontecido en Estados Unidos vaya a ocurrir necesariamente en todos los países, algo improbable a día de hoy. Sin embargo, se haría mal en considerar que este es un problema exclusivamente de ese país y no tomar las medidas oportunas, por un lado, en la gestión de las entidades y, por otro, en la supervisión de las mismas, para evitar situaciones de inestabilidad futuras, conforme la digitalización progrese y haga más eficiente y rápido el proceso financiero, pero también desafiado por nuevos riesgos. Un trabajo reciente de los economistas Naz Koont, Tano Santos y Luigi Zingales titulado Destabilizing Digital ‘Bank Walks’ muestra con datos del segundo trimestre de 2022 que las retiradas de depósitos fueron significativamente superiores en bancos digitales que en bancos tradicionales en Estados Unidos. También ponen de relieve que la retirada de depósitos fue más voluminosa en territorios donde el uso de internet (y de lo digital) es mayor. Esto nos lleva a reflexionar sobre el valor de la tangibilidad para el cliente y de qué nivel de confianza se deposita en un banco puramente virtual frente a otro con servicios online pero con relaciones presenciales.

Es en ese contexto donde el futuro digital requiere nuevos modelos de gestión de la liquidez y riesgos y nuevas perspectivas de la supervisión. Es un debate importante para los próximos años, donde la digitalización progresará, pero será necesario que produzca seguridad y estabilidad financiera. En este contexto, aparece oportuno plantear que cualquier iniciativa importante como las monedas digitales de los bancos centrales considere esos riesgos de estabilidad financiera, no solo para evitar problemas en entidades concretas, sino también para garantizar que el mercado del crédito funcione correctamente.

Un contexto en el que la moneda digital (sea el euro o dólar o cualquier otra) permita capacidades de depósitos privados en el banco central es un entorno que puede generar graves disfunciones en el sector bancario tradicional y no garantizar un adecuado funcionamiento del mercado de crédito, donde, hoy por hoy y en el futuro previsible, los bancos van a seguir jugando un papel central. Y estos precisan de una base sólida de depósitos, remunerada adecuadamente, para financiar ese crédito necesario. La existencia de una cuenta libre de riesgos que permitiera depósitos significativos en el banco central, una idea en algún momento planteada como hipótesis, podría generar disfunciones notables en el funcionamiento del mercado de crédito y en la estabilidad financiera.

El efectivo sigue teniendo un papel y tener una diversidad de opciones de pago es importante, útil y más seguro. Las monedas digitales son un gran avance, sin duda, pero hay que considerar las implicaciones en un sentido amplio para los mercados financieros y la economía, en la letra pequeña –y no tan pequeña– de esos proyectos.

Inflación y estabilidad financiera: lo esperado y lo imprevisible

Publicado en Cinco Días el 5 de mayo de 2023

Nuevamente semana de política monetaria. Considerando fundamentalmente la inflación, en las reuniones de la Reserva Federal de EEUU y del Banco Central Europeo ha ocurrido lo que se esperaba. Subida en ambos casos un “cuartillo” (25 puntos básicos). Esto deja los respectivos tipos de interés de referencia en el 5,25 por cien y 3,75 por cien. Más presión sobre los costes financieros y los balances de todos los agentes económicos, economías domésticas, empresas, bancos y administraciones públicas. Habrá que seguir muy de cerca cómo todos ellos se enfrentan a un entorno cada vez más asentando de restricciones monetarias. Aunque la inflación ha bajado significativamente de un año a esta parte, aún no parece ni apunta a que sea un problema finiquitado en los próximos trimestres. Obliga a las autoridades monetarias a, al menos, no descartar que puedan hacer falta más subidas del precio del dinero. Parece claro en el caso del BCE, preocupado aún por los posibles “efectos de segunda ronda”, fundamentalmente en el ámbito de los salarios, que han repuntado (con subidas superiores al 5 por cien) en un contexto de resiliencia del mercado de trabajo.

            El entorno financiero es más frágil desde marzo. Condiciona notablemente las decisiones de los bancos centrales. Dejando fuera al caso de Credit Suisse, tenemos el susto en el cuerpo con lo que está pasando con la banca regional estadounidense. La lista se va ampliando: Silvergate Bank, Silicon Valley Bank, Signature Bank, First Republic Bank. Y crecientes dudas sobre PacWest Bank cuyas acciones han caído un 50 por cien. Hay caídas generalizadas en otros bancos de ese tamaño medio en aquel país. El incendio no está controlado. Muy preocupante. Se va “por detrás de la curva” del reconocimiento y resolución de esas serias dificultades. La situación es imprevisible. Aunque la gran banca estadounidense -decididamente mejor supervisada y mucho más sólida- parece alejada de estos problemas, y forma parte de la solución más que del problema (al estar ayudando en proceso de resolución de los bancos fallidos), habrá que seguir muy de cerca los acontecimientos. Es un contexto financiero que va a restringir el crédito por el encarecimiento de tipos de interés, pero también por las turbulencias. Los focos de inestabilidad, que parecen multiplicarse en Estados Unidos, pueden enfriar la concesión del nuevo crédito o agravar las condiciones financieras de prestatarios más allá de las subidas del precio del dinero.

Los problemas crecientes de la banca regional estadounidense parecen estar condicionando las decisiones de la Reserva Federal sobre los tipos de interés. Si los bancos regionales están con creciente presión, podrían reducir la cantidad de crédito disponible para las empresas y los consumidores, lo que a su vez podría desacelerar la economía en general. Esto no es trivial y menos en Estados Unidos, donde el canal del crédito es vital para la inversión. Muchos analistas en Estados Unidos creen que la caída del crédito podría ser un gran lastre para la economía. Aunque pueda ayudar en la lucha contra la inflación, puede generar otros problemas como una recesión, lo que podría justificar una pausa en las subidas de tipos parte de la Reserva Federal

Hay otro factor que se comenta poco. Todos vemos estas decisiones en tiempo real pero cada acción tiene efectos retardados. Hemos asistido a fuertes subidas desde hace diez meses que aún estamos por digerir en su totalidad. No se puede olvidar que las últimas elevaciones de tipos de la Fed antes de la crisis financiera de 2008 fueron en junio de 2006. Los primeros problemas graves empezaron a surgir un año y pico más tarde (agosto 2007 con la evaporación de la liquidez en parte del sistema) aunque lo peor viniera en 2008 (Bear Sterns, IndyMac, Freddie Mac y Fannie Mae y el desastre de Lehman Brothers en septiembre de ese último año) a pesar de que se bajaron los tipos en 2007. Además, los efectos son duraderos por lo que el riesgo para las autoridades monetarias es que se “pasen de rosca” en sus subidas de tipos hoy y no conozcan sus consecuencias hasta dentro de un tiempo.

En Europa la situación es distinta. La regulación y supervisión ha sido más estricta y la banca tiene mayores colchones de liquidez y solvencia. A pesar de estar con una base más sólida, está sufriendo “efecto contagio” en las valoraciones bursátiles de sus bancos. Los problemas de inestabilidad financiera, a día de hoy, aún se ven desde la distancia. Nadie es inmune, sobre todo ante lo imprevisible, pero hay más tranquilidad en esta orilla. El canal del crédito no está siendo muy vigoroso ni la inflación acaba de ceder. El último dato, con una ligera subida al 7 por cien de la inflación en abril en la eurozona (tras el 6,9 por cien de marzo) no deja margen al exceso de confianza.

Lo esperado es que ningún banquero central puede comprometerse firmemente a parar en su estrategia restrictiva con estas tasas de inflación, aún elevadas. Como dijo Jerome Powell, Presidente de la Fed, “habrá que considera la situación antes de reafirmar”, apuntando a que el final de la subida de tipos está cerca, debido a lo imprevisible de la situación en los frentes de posible inestabilidad financiera o, en el ámbito de la economía real, de recesión.  Qué tarea más compleja hoy para los banqueros centrales que deben apaciguar la inflación pero también evitar ser un “killer” del crecimiento económico o de la estabilidad financiera.

La solución es más vivienda

Publicado en La Voz de Galicia el 23 de abril de 2023

Se pueden discutir los tiempos o las implicaciones políticas. En lo económico, la vivienda precisa más oferta. En esa dirección, las propuestas del Gobierno en los últimos días pueden suponer un notable cambio cuantitativo allí donde el sector más lo precisa, en la oferta. Por fin se habla de aumentar el parque de inmuebles. Contextualizar estas medidas y las propuestas para una Ley de la Vivienda que tiene visos de aprobarse esta legislatura requiere definir dónde se encuentra el mercado, qué precisa y qué implicaciones puede tener. 

Se antoja necesario repetir que en España no hay un solo mercado de vivienda sino muchos. Muchísimos. Si hablamos de promedios, 2023 va a ser un ejercicio de escaso o nulo crecimiento de los precios. La construcción y la compraventa se han retraído. En el caso de la edificación, el problema es el aumento de los costes, que ha retrasado numerosas promociones. En cuanto a las transacciones, llevamos años de parones y acelerones tras la pandemia, pero el de la vivienda no es un mercado boyante, ni mucho menos, como algunos quisieron insinuar a principios de año. La subida de tipos de interés ha enfriado el mercado y es un buen momento para pararse y reflexionar que tal vez el problema no es de demanda sino de oferta. Hay que partir, de hecho, de aquellos que más precisan de vivienda y a los que más complicado les resulta acceder. La propiedad es una aspiración legítima (muy española), pero el alquiler es una opción que debe promocionarse y hacerse asequible. En las propuestas para aumentar la vivienda social —desde la movilización de inmuebles de la Sareb hasta la colaboración público-privada, con mayor impacto potencial de esta segunda— se reactiva un mercado que estaba catatónico en España y, de ejecutarse finalmente, sería una buena noticia. De hecho, debería formar parte de un plan de largo plazo y plurianual y no ser una iniciativa aislada. Se puede estimar la demanda de vivienda anual en España y asignar un porcentaje a usos sociales. Es necesario. Cosa distinta, en la que mucha tinta hemos puesto economistas, es que las propuestas de la ley que ahora se discute vayan en esa dirección de aumentar la oferta. Puede que, más bien, la retraigan al penalizar el alquiler, toparlo y señalar al propietario. Son el toma y daca de la política económica moderna, donde una iniciativa puede pesar más que una ley. Más oferta, más vivienda, menor presión sobre los precios. Más accesibilidad para los jóvenes. Más justicia intergeneracional.

Las líneas de defensa necesarias para evitar una nueva crisis financiera

Publicado en Cinco Días el 20 de abril de 2022

Han sido oportunas las palabras del Gobernador del Banco de España –y Presidente del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea–, Pablo Hernández de Cos, hace unos días con motivos de las reuniones del FMI en Washington. Apuntaba que para evitar nuevas sacudidas financieras era necesaria una mayor implicación de gobiernos, banqueros y accionistas. Cierto es que, cada uno con su gorro (sus mandatos), son líneas de defensa. Palabras pertinentes porque siempre que hay procesos de inestabilidad económica o financiera llega el momento de repartir culpas.

En Estados Unidos, ese día de ajuste de cuentas (day of reckoning) está generando no pocas controversias. Qué menos, teniendo en cuenta que, desde la crisis financiera, se había asumido que la supervisión bancaria en tierra estadounidense había mejorado de forma notable. Algunos señalan que la culpa exclusivamente es de bancos como SVB, porque su gestión era deficiente. Parece algo simplista. Un mal gestor siempre debe ser detectado por el supervisor. Tampoco es aceptable (aunque históricamente irrebatible) la idea de que los bancos gestionan riesgo y, como tales, la incertidumbre los acompaña y, a veces, zarandea. Para evitarlo se diseña y rediseña la regulación y la supervisión bancaria. Por supuesto, hay quienes miran directamente a la Reserva Federal de Estados Unidos para preguntar cómo es posible que estos episodios de inestabilidad financiera ocurran cuando proceden de fallos de gestión y de reporte básicos. No se trata de operaciones financieras complejas de dudosa innovación, sino de errores de primer curso de banca que no deberían haberse permitido. Tampoco faltan los que miran al supervisor estadounidense que, tras grandes alharacas al comprobar las consecuencias de la crisis financiera, emprendió una reforma que se consideraba ambiciosa, la Dodd-Frank Act, con nombre Wall Street Reform and Consumer Protection Act de 2010.

Sin embargo, la Administración Trump aligeró enormemente en 2018 la carga regulatoria y de cumplimiento normativo a los bancos regionales y de dimensión mediana y pequeña, con la Economic Growth, Regulatory Relief, and Consumer Protection Act. Esto pudo haber creado una laguna en el perímetro supervisor que facilitó la crisis del SVB. Asimismo, Estados Unidos cuenta con un número demasiado amplio de agencias supervisoras a distintos niveles territoriales, que pueden haber facilitado los problemas que han tenido algunos bancos medianos. Eso sí, cuando arrecian tempestades, todos miran a la Reserva Federal pidiendo grandes ayudas. En esta ocasión, como en otras anteriores, con un gran cañón de liquidez.

Europa, afortunadamente, parece alejada de este galimatías regulatorio del otro lado del Atlántico. Ha permitido afrontar las últimas turbulencias financieras con mayores fortalezas relativas. En todo caso, hay que aprender de las lecciones de lo acontecido en otras latitudes.

Luego están los que, desde un prisma más amplio, identifican otras causas. La principal es que la acumulación de deuda y su renegociación han sido muy sencillas en épocas en las que los tipos de interés han sido nulos o negativos. Era terreno inexplorado de consecuencias imprevisibles. A nadie pilla desprevenido buena parte de lo que pasa cuando los tipos han subido. Todas aquellas empresas que no eran demasiado solventes y sobrevivían con deuda casi gratuita se las ven y las desean ahora. Aquí también hay muchas categorías de predicción dentro del mismo problema. Para algunos, esto es sólo el principio de una gran crisis de deuda en la que cada cual (familias, empresas y Gobiernos) va a tener que demostrar su viabilidad y credibilidad, pero ya sin dinero barato ni protección indefinida de los bancos centrales. Para otros, es solo una transición necesaria en la que algunos van a sufrir, pero el sistema funcionará y la normalización financiera se acabará imponiendo.

Para completar la lista de diagnósticos, no podemos olvidar que la economía de todo el mundo está viviendo una transición hacia un modelo más verde y digital, pero también más automatizado. El debate actual sobre el papel de la inteligencia artificial es tan apasionante como inquietante, a la vista de las enormes capacidades existentes ya, cuando esta tecnología apenas está en sus primeras fases de desarrollo.

Con este panorama, uno se imagina a un banquero central, la estrella del rock-and-roll económico de las dos últimas décadas, que comienza a sentirse cansado de ser cabeza de cartel en los conciertos. Tienen el gorro de autoridad monetaria y, a menudo, el de supervisor bancario. Algunos tienen competencias cuasi-fiscales y otros, incluso sin tenerlas, son los que suplen las cosas que no hacen los Tesoros de los países. Muchos gorros.

No sorprende, en este contexto, la comentada llamada de algunos de los responsables de estas instituciones monetarias proponiendo repartir un poco las cargas. En el fondo, se trata de líneas de defensa para evitar nuevos episodios de inestabilidad financiera. Que cada cual asuma su gorro. Las empresas y bancos en su responsabilidad corporativa y adecuado reporting, las familias aprovechado las oportunidades que existen para mejorar su cultura financiera y tomar decisiones adecuadas de gasto y ahorro. Pero también los Gobiernos, asumiendo que esto va con ellos. No solo la inflación, que parece siempre algo externo sobre lo que intentan protegernos, cuando en realidad muchas de sus políticas alimentan el fuego de los precios. También en la adecuada sintonía y pedagogía para hacer entender la solidez económica y financiera allí donde la hay y la necesidad de ser prevenidos y cautos ante un mundo que cambia muy rápido. Luces largas para todos y no solo para los banqueros centrales.

Periodo de impasse tras la tormenta financiera de marzo

Publicado en Cinco Días el 6 de abril de 2023

Estos días de Semana Santa, de descanso y para muchos de reflexión también, son un buen momento para tomar distancia con los acontecimientos financieros de marzo, para analizar con sosiego. Turbulencias financieras con las que nadie contaba hace cinco semanas pero que pudieron causar un episodio muy grave de inestabilidad financiera global. Tenemos aún el miedo en el cuerpo. Las dos últimas semanas ha habido al menos una aparente calma en los mercados financieros, aunque haya aún ruido sobre algunos bancos regionales de EE UU, y las consecuencias del acuerdo de integración de Credit Suisse en UBS aún generen alguna perplejidad y desasosiego, sobre todo, por lo acontecido con los bonos AT1 y su prelación para asumir pérdidas.Cuanto más tiempo transcurra con respecto a ese episodio, más se irá consolidando la confianza en el sector financiero, y podremos considerar que ha sido una serie de hechos aislados. Por muchos factores, como las fuertes subidas de tipos de interés de los bancos centrales para luchar contra una inflación pegajosa, que, como la experiencia histórica ha mostrado, suele dejar tocados a algunos bancos vulnerables.Este fue el caso de algunos bancos regionales americanos a los que, para más inri, no se les supervisaba con los estrictos estándares de Basilea III, gracias a una reforma de la administración Trump. Esas medidas fueron pan para hoy y hambre para mañana. No se puede jugar con la estabilidad financiera, ni en broma. En el contexto de Silicon Valley Bank, una cadena de errores de los gestores de la propia entidad y la inicial reacción de la Reserva Federal explican la mayor parte de lo ocurrido. Parece que con las más contundentes acciones posteriores de la Fed se ha podido parar la sangría en otras entidades medianas. Habrá que seguir de cerca los acontecimientos en las próximas semanas, sobre todo, si los tipos siguen subiendo significativamente y/o si la economía americana flirteara con una recesión. Parece que hay menos nervios en ese frente.En cuanto a Credit Suisse, su situación de vulnerabilidad venía de bien atrás, por lo que los mercados, en un contexto de turbulencias, olieron la sangre. Era insostenible. De no buscarse una solución –retorciendo algunos brazos el banco central suizo– el fin de semana del 18 y 19 de marzo, y de haber dejado Credit Suisse a su libre albedrío, en mi opinión, habríamos tenido un nuevo momento Lehman Brothers el lunes 20 de marzo, con consecuencias imprevisibles, pero sin duda muy graves, por las numerosas conexiones del sistémico banco suizo con el resto de la banca global y los mercados. Parece que han aprendido del fatal lunes 15 de septiembre de 2008, cuando colapsó Lehman Brothers, al no encontrarse comprador ni llegarse a un acuerdo de rescate el fin de semana anterior.Un gran pero a la solución de Credit Suisse: cambiar el orden de prelación de asunción de pérdidas de los cocos con respecto al capital ordinario, que dejan malparado ese instrumento AT1. La percepción es que la banca suiza ya no es lo que era.Aunque en la semana posterior hubo un momento de tensión con algún gran banco europeo –contagio con poco fundamento–, la cosa no pasó a mayores, lo que deja, en general, a la banca europea bastante bien parada ante las sacudidas financieras. El mercado ha comprendido, por ahora, que el modelo de banca en Europa es distinto y que Basilea III sí se está aplicando. Todo ello trajo un impasse a los mercados que se ha mantenido hasta hoy. Un respiro. Las relativamente buenas noticias económicas –inflación a la baja, datos económicos mejores de los esperado– también están ayudando.Si todo sigue así, puede que pronto podamos hablar de una transición de impasse a mayor calma. Sorprende cómo un anuncio como el de la OPEP hace unos días sobre un recorte en la producción de petróleo supuso una subida menor de la esperada a sus precios y no impidió una evolución positiva del resto de activos de la economía. El tono en el mercado continúa, claramente, siendo optimista.Las mayores incertidumbres sobre el futuro inmediato de la economía, además de la lucha contra la inflación, son geopolíticas. A la guerra en Ucrania y su posible evolución se unen los movimientos de China y las tensiones con Estados Unidos. La gran desconfianza entre los dos gigantes económicos no augura nada bueno, y podría haber efectos también en los mercados, sobre todo en activos digitales. Las narrativas de Washington y Pekín son muy diferentes en todo lo referente al entorno cripto.Hay que seguir de cerca la evolución del crédito, que según muchos analistas, puede dar lugar a un credit crunch(contracción de la concesión de nuevo crédito) que podría impactar en la economía y acercarla a una recesión, sobre todo en EE UU. Muchos apuntan que, si ese racionamiento se confirma, las entidades financieras podrían estar haciendo el trabajo sucio a los bancos centrales, ya que coadyuvarían a enfriar la economía y, también, la inflación. En este contexto, de más preguntas que respuestas, los últimos datos económicos –desempleo en España, exportaciones en Alemania– conocidos esta semana, ayudan en este impasse a creer que la economía y el mercado de trabajo pueden seguir mostrando una resiliencia mayor que en otros episodios anteriores de tensión financiera.

El nuevo marco financiero tras unos días de pesadilla

Publicado en Cinco Días el 23 de marzo de 2023

Hace dos semanas no podíamos imaginar lo que se ha venido encima del sector financiero mundial desde el viernes 10 de marzo. Existían rumores sobre Silicon Valley Bank o Signature Bank. Lo de Credit Suisse venía de más lejos, pero la entidad se encontraba en un difícil equilibrio que no hacía presagiar su rescate. Disparó el reguero de pólvora. Un episodio de inestabilidad financiera no concluido que genera nervios. Afecta a la gran batalla que se está librando contra la inflación, y que seguramente continuará, en particular a la estrategia de retirar liquidez y subir tipos de interés en los bancos centrales. Tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal estadounidense tenían dos reuniones en los días posteriores, por lo que han optado por evitar un bandazo en su estrategia, que podría haber generado más desconfianza. El BCE mantiene su hoja de ruta, una subida de 50 puntos básicos. Eso sí, dando a entender que la estabilidad financiera tiene mucho que decir en las próximas semanas. Este miércoles fue el turno de la Fed, que subió 25 puntos básicos los tipos, eso sí, apuntando además a que no será el último incremento.

En todo caso, este inoportuno episodio de estrés financiero, que está costando aplacar, dificulta notablemente la resolución del problema de la inflación. Puede obligar a pausar o atenuar un tiempo el excesivo ímpetu en la retirada de liquidez y encarecimiento financiero, y así evitar nuevas tensiones en las carteras de renta fija. Las fuertes subidas de tipos tras demasiados años en que estaban cerca de cero y en el que las carteras estaban trufadas con bonos con una rentabilidad bajísima o negativa han sido un shock para los mercados. También han causado daños estructurales en los bancos más vulnerables, por ejemplo, el Silicon Valley Bank. La banca regional estadounidense está sufriendo este contexto monetario. El tiempo dirá si el daño por la brusca subida de las rentabilidades de los bonos ya está hecho a estas instituciones medianas estadounidenses y de otros confines. Las más recientes dudas sobre First Republic Bank y PacWest Bancorp obligan a seguir en vilo

El contagio de Credit Suisse ha pillado más cerca. De nacionalidad helvética, pero con mucho negocio en la zona euro. El BCE sigue los acontecimientos de cerca. Es la primera señal de que el problema no es exclusivamente regional. Las autoridades monetarias nacionales –muchas de ellas con doble sombrero, de supervisor también– han reaccionado con bastante rapidez. Primero en Estados Unidos, con la aprobación del Fondo de liquidez BTFP (Bank Term Funding Program) y promoviendo rescates privados de los bancos en dificultades (como la compra de SVB por HSBC). El banco central de Suiza, arrastrando algo más los pies, ofreció una línea amplia de liquidez a Credit Suisse y auspició su adquisición por parte de UBS. Un acuerdo frenético y complejo el pasado fin de semana. Los grandes perjudicados han sido los tenedores de bonos del banco, lo que puede tener repercusiones futuras negativas sobre un instrumento como los cocos, como reflejan las valoraciones de mercado de esta semana. Es lo malo de los episodios de estrés, los efectos en cadena, las caras y las cruces. Aunque el acuerdo de compra todavía tiene todavía numerosas incógnitas, parece que puede permitir salvar partes de la entidad comprada y evitar, de momento, más desconfianza en los mercados. La semana hasta ahora está siendo aparentemente algo más tranquila que la anterior, pero queda demasiado por delante. Las implicaciones de las decisiones de la Fed y de otras anunciadas por Powell en materia de estabilidad financiera se verán en las próximas jornadas.

Lo que sí parece claro es que los bancos centrales pueden pausar, aunque sea temporalmente, el armamento monetario pesado contra la inflación. Toca vigilar la estabilidad financiera, al menos en las próximas semanas. Reforzar confianza y cubrir posibles huecos problemáticos en el corto plazo. En el medio y largo plazo puede que suframos una inflación elevada por más tiempo. El debilitamiento de la economía y las dudas financieras podrían convertirse, ahora sí, en recesión en algunas latitudes. Así apunta la caída de los precios de la energía, con menor demanda. No obstante, la recesión ya ha sido anunciada varias veces en el último año y no ha llegado, probablemente por la resiliencia del mercado de trabajo.

En todo caso, una economía debilitada es un terreno más peligroso para los numerosos desafíos financieros. La morosidad podría crecer. En particular, en las familias y empresas más vulnerables. Ojo a Estados Unidos. Allí puede haber más problemas, sobre todo en el ámbito corporativo. Y también cuidado con la banca en la sombra, ese segmento de vehículos financieros –fuera del perímetro de la regulación– y por donde se han canalizado innumerables recursos en los últimos años. Si hubiera una crisis de liquidez en ese segmento los problemas se multiplicarían y entonces se podría hablar de crisis financiera. Aun así, es prematuro hablar de ello. Toca a las autoridades monetarias y financieras mucha vigilancia, ser proactivas y no acercarse ni en broma a los errores de Lehman Brothers, como no buscar soluciones ordenadas para el fin de alguna entidad. Quedan meses de incertidumbre con inflación persistente, dudas financieras y una economía que puede debilitarse. Se ha puesto el listón un poco más alto para volver a desafiar esa resiliencia que hasta ahora han mostrado la economía y el mercado de trabajo a escala global.

La estabilidad financiera y la lucha contra la inflación están en juego

Publicado en Cinco Días el 17 de marzo de 2023

En mi película favorita, la aclamada El Caballero Oscuro de Christopher Nolan, hay un momento un tanto shakesperiano en el que Batman –interpretado por Christian Bale–, en medio de la desolación, afirma que “a veces la verdad no es suficiente. A veces la gente se merece algo más. Una recompensa por tener fe.” Desde la crisis financiera, los ciudadanos han ido poco a poco recuperando la fe en el sistema financiero. Han tenido que sufrir otros embates. La pandemia fue uno muy duro. La subida de la inflación está siendo otro muy delicado. La gran referencia, los bancos centrales, viven también su “ser o no ser” en su doble credo de autoridades monetarias y supervisores bancarios.

Los calendarios de reuniones y comparecencias de los bancos centrales se fijan con mucho tiempo (salvo grandes vaivenes que requieran de urgencia). La del BCE para esta semana era demasiado cercana a los acontecimientos de Silicon Valley Bank (SVB) o Credit Suisse como para echarse atrás. La hoja de ruta estaba marcada: subida de 50 puntos básicos. Tal y como ya ocurrió en el BCE en 2008 y 2011 –que dieron lugar a errores históricos en aquel entonces– se ha considerado que cambiarla repentinamente quizás hubiera sido contraproducente. Con más espacio de tiempo, tal vez algunos mensajes –incluso decisiones– habrían sido distintos. El momento es peliagudo por los dos sombreros del BCE, que no son incompatibles, pero hay que usarlos bien a la vez.

La política monetaria no puede ser efectiva en un sistema financiero débil –pobremente supervisado–, ya que los propios problemas del sector impiden la transmisión de los tipos de interés. Afortunadamente, parece que los colchones de capital y supervisión estricta sobre los bancos europeos –incluidos los españoles– nos otorgan un respiro ante las turbulencias. Así se indicó en la nota de prensa y la comparecencia de Lagarde. Se afirmó que “el Consejo de Gobierno está preparado para responder como resulte necesario para mantener la estabilidad de precios y la estabilidad financiera”. Es como si dijeran, “tomamos nota de que las condiciones financieras están cambiando”. Veremos cuánto y cómo. Lo que haga la Fed en unos días será determinante para próximas reuniones del BCE.

La estabilidad financiera ha ganado algo de prioridad en las próximas decisiones desde Fráncfort. Hay que confirmar si las dudas sobre algunos bancos son pasajeras o si devienen en el comienzo de una crisis más profunda. Hasta aclararlo, los bancos centrales tendrán mucho cuidado en volver a subir tipos. Su evolución tan al alza del último año ha podido romper más de una costura. Este episodio de dudas financieras, como poco, va a traer una permanencia mayor de la inflación, ya que no se va a poder luchar con la misma fuerza contra ella en un contexto de nervios.

Ahora bien ¿qué puede ocurrir? Para que una crisis bancaria se desate deben existir errores no detectados, pero también excesos de tolerancia y tardanza en la acción. En Estados Unidos se comienzan a reconocer algunos de estos errores para los bancos medianos. Pero se ha realizado una acción correctiva temprana (Prompt Corrective Action) al estilo americano. Se aprobó el BTFP (Bank Term Funding Program) que ha abre una importante ventana de liquidez a la vez que se reafirmaba la aseguración de los depósitos y se anunciaba una revisión de la solvencia de este tipo de instituciones.

Estos problemas no se deberían extender a la eurozona, pero evidencian otras cuestiones que van más allá de la supervisión bancaria y a las que sí que hay que prestar bastante atención. Una de las más importantes es que el entorno de tipos ultrarreducidos o negativos se prolongó demasiado y creó disfunciones. En algunas investigaciones anteriores hemos podido analizar (en un diagnóstico que comparte preocupaciones de un gran número de analistas e instituciones multilaterales) que en un mundo con tanta deuda corporativa y soberana, la vuelta a tipos de interés normales (positivos) podría causar problemas en aquellas actividades que vivan de un excesivo apalancamiento financiero. Fue un problema para SVB, pero se agravó porque no hizo bien ni tan siquiera la cobertura de riesgo de tipos de interés (de primer curso de banca). Es además un problema para parte del tejido productivo y para el negocio financiero que más cercano ha estado al riesgo, al apalancamiento y la deuda en aquel país (desde fintech hasta, sobre todo, criptoactivos).

Una buena pregunta es hasta qué punto no se pudo volver antes a la normalización financiera. El repunte de la inflación no permitió más dilación. El problema es que ahora, en presencia de algunos focos de inestabilidad financiera, es difícil saber hasta qué punto se puede combatir con la misma dureza la inflación. La Fed, que tiene el dilema de sus dos gorros (supervisor y banquero central) más apremiante podría levantar el pie del acelerador. El BCE puede tener algo más de margen, pero debe tener cuidado y dar todas las seguridades de cobertura en caso de que haya nuevas fuentes de inestabilidad financiera. El caso de Credit Suisse no está bajo su supervisión. Pero es una entidad sistémica con mucha actividad en el espacio europeo. Aunque sus ramificaciones se han ido reduciendo en los últimos años porque de sus problemas se sabe ya de largo, sus vaivenes levantan ciertas olas. Al BCE le gusta afirmar que sus decisiones son ahora muy contingentes. Por lo tanto, seguimos alerta porque, ahora más que nunca, la atención continuará.

Santiago Carbó Valverde es Catedrático de Análisis Económico de la Universitat de València y Director de Estudios Financieros de Funcas

Lo que podemos esperar del nuevo horizonte financiero

Publicado en Cinco Días el 9 de marzo de 2023

Desde hace más de un año las condiciones monetarias y financieras han cambiado. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra, como casi siempre, se adelantaron. Hacia finales de primavera, el mercado ya descontó que el Banco Central Europeo (BCE) endurecería pronto sus acciones monetarias retirando liquidez y, sobre todo, subiendo tipos de interés. En julio de 2022, el BCE comenzó a incrementar el precio del dinero. Desde entonces, ha realizado cinco subidas de tipos (dos de 0,75% y tres de 0,5%). Han situado el precio del dinero en el 3%. Ya se sabe que en la próxima reunión del Consejo de Gobierno –según anunció su presidenta, Christine Lagarde– la intención es una nueva subida del 0,50%. Es más, algunos miembros apuntan ya a nuevas subidas hasta junio, por lo que el umbral del 4% se superará relativamente pronto. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, también apuntó una nueva subida del 0,50%, lo que los llevaría al 5% en breve al otro lado del Atlántico. La inflación, aunque ha bajado, no termina de remitir. Preocupa la evolución de la subyacente. El coste de la energía se ha reducido, pero otros no. Cada vez hay más peso en los componentes de demanda que en los de oferta. Sobre los de demanda, los bancos centrales deben seguir actuando. Por ello, vendrán más subidas de tipos en los próximos meses.

Esta intensa subida en menos de un año se ha trasladado de manera efectiva al sistema financiero, como transmisor de la política monetaria al resto de la economía. La transmisión –en la eurozona– está siendo más intensa en los tipos de referencia (euríbor), en el stock existente de los préstamos a tipo variable –gran parte de ellos, hipotecas– y en las nuevas operaciones de crédito tanto a tipo fijo como variable. Y más lentamente a los depósitos bancarios, con diferencias entre países.

España es uno de los países donde menor incidencia ha habido hasta la fecha en los depósitos. Se apunta a numerosas razones. Casi todas giran en torno a la gran cantidad de liquidez existente en los balances bancarios, que aún no ha obligado a un aumento de la pugna competitiva por los depósitos minoristas y que de algún modo ralentiza esa transmisión al ahorro bancario. La anunciada reducción de la cartera de bonos del BCE de 15.000 millones de euros al mes, junto a las condiciones monetarias más duras, acelerarán el proceso de retirada de liquidez y ello debería facilitar una creciente competencia por los depósitos y el consiguiente incremento de las remuneraciones. No podría ser de otro modo. Sería inadecuado que la subida de tipos no terminara afectando a todos los instrumentos del sistema financiero. El ahorro debe estar remunerado adecuadamente en este nuevo entorno, si se desea que la transmisión de la política monetaria cumpla su cometido.

Familias, empresas, intermediarios financieros y Administraciones Públicas tienen que acomodarse al nuevo horizonte financiero, de años por delante, alejado de la excepcionalidad monetaria (que duró más diez años), con tipos ultrarreducidos y negativos. El nuevo entorno es mucho más normalizado. En línea con la experiencia histórica antes de 2008. Es un mundo con tipos nominales positivos y alejados de cero –aun así los reales, descontada la inflación, son aún a día de hoy negativos–, donde endeudarse tiene un coste y el ahorro hay que remunerarlo. Acabada la excepcionalidad derivada de la crisis de 2008, y la de la deuda soberana y de la pandemia, están volviendo los incentivos de los mercados financieros para asignar correctamente los recursos en la economía. Por supuesto, esa normalización de tipos, en la práctica supone un incremento de los costes financieros y podría suponer un aumento de la morosidad. Tendrá incidencia en la evolución del gasto y la inversión. Hará más difícil la vida a todos los endeudados. Para facilitar una transición más acomodaticia al nuevo entorno, en especial a sectores vulnerables, se están poniendo en práctica acuerdos como el de las hipotecas.

La contra natura de la estrategia monetaria anterior permitió la supervivencia de empresas zombi, que resistían con elevado apalancamiento gracias al bajísimo o nulo coste financiero. No era sostenible. Quizás no hubo la suficiente pedagogía pública para alertar de la excepcionalidad de aquel entorno y de que las cosas, más pronto que tarde (aunque hayan tardado bastante) volverían a tipos de interés nominales positivos y alejados de cero.

También hay elementos para el optimismo. En este ámbito normalizado, los mejores proyectos rentables recibirán la financiación que necesitan, lo que debe mejorar el desempeño de la economía. Un mercado crediticio que asigna más correctamente los recursos –y eso me temo solamente ocurre con tipos positivos– ayuda a crecer más y mejor. Facilita el desarrollo de las empresas más pujantes. Con fondos o liquidez en abundancia sin los incentivos correctos, como estamos viendo, por ejemplo, en algunos casos con los Next Generation EU, no hay siempre garantía de un impacto óptimo en actividad y empleo. Con fondos prestables suficientes e incentivos en materia de coste/rentabilidad se puede ayudar mejor a la renovación del parque empresarial. Por lo que apuntan los bancos centrales, parece que liquidez suficiente –que no excesiva– va a existir, pero con un coste. Esto mejora la eficiencia de mercados crediticios y economía. Ese nuevo entorno puede ser muy favorable para el crecimiento en años venideros.

De nuevo la ley de vivienda

Publicado en El País el 7 de febrero de 2023

Segunda vuelta de la Ley Estatal por el Derecho a la Vivienda en el Parlamento, aprobada ya hace un año por el Consejo de Ministros. Ponencia parlamentaria delicada, de gran sensibilidad social en España. La actual coyuntura política de aprobación de leyes sensibles obliga a ser cuidadoso. En vivienda, además, se ha cosechado en las últimas décadas más hiel que miel. No se han solventado los principales problemas de acceso. Persisten distorsiones inmobiliarias que impiden los incentivos correctos. Sobre todo, en materia de oferta, donde su falta —para adquisición o alquiler— no el único fallo, pero es el principal. Crear los incentivos correctos para aumentar las casas y pisos disponibles debería ser el eje de cualquier actuación pública. Se echa de menos apetito político desde hace, al menos, dos décadas por políticas de vivienda activas. Quizás el cortoplacismo explica la falta de objetivos de largo plazo en la acción pública.

Todo parte de un derecho constitucional programático, algo a lo que debemos aspirar, que desde muchas voces se convierte en un derecho absoluto. España tiene un grave problema de acceso. Hay una distribución muy desigual de la propiedad inmobiliaria, con grandes divergencias entre generaciones. Una parte de la población tiene dos o más propiedades inmobiliarias (generalmente, los tramos de mayor edad) y otra parte (los jóvenes) lo tienen muy crudo para tener una. Se une a otros problemas generacionales como las pensiones o la carga impositiva. El envejecimiento de la población puede aliviar el problema en el largo plazo, porque aumentará la oferta de casas, pero los problemas de corto y medio plazo persisten. Son los que suelen motivar la acción pública.

En el alquiler, el intervencionismo es frecuentemente la medida más mencionada. No es la respuesta adecuada. Siempre más enfocados en precios que en cantidades. Cada vez que se habla de “topar” el alquiler, el mercado empeora. Se generan los incentivos incorrectos. Desaparece oferta, lo que refuerza el desequilibrio de una demanda que crece más que las viviendas disponibles para alquiler. Cualquier iniciativa legislativa para poner bases de medio y largo plazo debe responder a la realidad del mercado. La participación pública es necesaria para crear una mayor oferta pública de vivienda y para incentivar la movilización de la privada. La primera no es suficiente, sobre todo si la demanda se desboca. Precisa estímulos adecuados. Las medidas deben ser efectivas y para ello la mayor parte del mercado de alquiler debe quedar dentro del alcance la Ley. Ahora puede que no ocurra porque hay muchas vías de escape. Privadamente, inquilinos y arrendadores pueden fijar sus propios términos. Otras cuestiones controvertidas incluyen la complejidad (innecesaria) de la distinción entre “grandes propietarios” —con más de 10 viviendas— y los propietarios particulares o el concepto de zonas tensionadas, —aquéllas el precio se haya incrementado más de un 5% por encima del IPC en los últimos cinco años—, que queda desdibujado con la actual inflación.

Los conceptos claves para un aumento de la oferta, verdadera solución a los problemas de vivienda, son incentivos correctos, seguridad jurídica y una política mucho más activa que en las dos últimas dos décadas.

El desempleo es la clave del año

Publicado en El País el 4 de enero de 2023

Los datos de paro registrado al cierre de 2022, publicados este martes, pueden dar lugar a muchas interpretaciones. Unos 44.000 desempleados menos. Algunos remarcarán que son el peor diciembre desde 2012. Otros que continúa el buen tono del mercado laboral, a pesar de la incertidumbre reinante, la aún elevada inflación y la fuerte desaceleración económica. Hace meses que se pronosticaba una recesión. Por ahora no ha llegado y las principales voces de la estadística económica del país —el Banco de España, a la cabeza— la descartan para los próximos trimestres. Pues eso puede estar reflejando el mercado de trabajo, ni sí ni no, sino todo lo contrario. La economía no se ha derrumbado y algo de eso se recoge en la resistencia del empleo hasta ahora. No obstante, existe un velo que dificulta el análisis: la controvertida figura de los fijos discontinuos. Complican —y de qué manera— poder valorar con mayor exactitud la evolución “real” del empleo y ameritar —o no— los logros de la reforma laboral.

Polémicas aparte, desde la pandemia, el mercado de trabajo parece funcionar algo mejor que la economía por dos razones. La primera es también una cuestión metodológica: la medición del PIB puede necesitar de una urgente actualización, porque quizás no está recogiendo de manera óptima las actividades de la “nueva economía”, fundamentalmente las digitales y otras intangibles. Seguramente, se crece más de lo que indica el PIB. La segunda, más importante probablemente, es que siempre ha habido mucha polémica por las reformas del mercado de trabajo. Mi impresión es que, unos tirando de un lado y otros de otro, es cada vez un mercado que se adapta mejor al entorno y con contratos más simplificados. A la vez, está garantizando mínimos salariales más dignos. Más preocupantes son las disfuncionalidades por falta de oferta de trabajo en algunos sectores. En parte es producto de estos tres últimos años tan complejos en cuanto a oportunidades de trabajo, subvenciones e incentivo. En otra parte, responde a un modelo de productividad cambiante. En todo caso, uno de los grandes desafíos para las empresas y como país de los próximos años es poder contar con suficiente talento para esa transformación a la que se aspira. Los recursos humanos de calidad —el talento, sobre todo en el campo digital— escasean. Hay una fuerte pugna por ellos. Si no se logra tenerlos, se puede estrangular el crecimiento de la actividad económica con mayor potencial. La insuficiencia de ese capital humano puede convertirse en uno de los grandes problemas del futuro.

Por último, la evolución del paro es clave para este año electoral. Las expectativas de voto de unos y otros dependen más del cómo evolucione el mercado de trabajo en 2023 que de la inflación, sin quitar un ápice de hierro a esta última. Pueden jugar en sentido contrario, de hecho, aunque la vigencia de la curva de Phillips que relaciona paro e inflación sea debatible. Si el empleo sigue resistiendo, la economía —y la demanda— tendrá una fortaleza mayor, con lo que resultará más difícil doblegar el crecimiento de precios