Publicado en Cinco Días el 8 de marzo de 2019
Parecía que el desmantelamiento de la expansión cuantitativa (QE) estaba en marcha y que con el verano comenzaríamos a prepararnos para las subidas de tipos. Sin embargo, en su esperada reunión semanal, el Banco Central Europeo ha recalibrado las expectativas en varios pasos. El primero, la motivación: en consonancia con los principales institutos de previsión, ha rebajado las expectativas de crecimiento de la eurozona para 2019.
Corrección sin drama, en todo caso. Pero es aún más relevante que se haya revisado también a la baja la expectativa de inflación. La historia de los bancos centrales con los precios en los años poscrisis es el de el que la busca y no la encuentra. Que la inflación permanezca baja ofrece la excusa perfecta para hacer que la expansión cuantitativa se vaya más lentamente.
Además, la expansión cuantitativa ha adquirido incluso aires de redención y persistencia, toda vez que se ha vuelto a lanzar un programa de financiación extraordinaria a largo plazo vinculado a la concesión de crédito. Una tercera edición del programa TLTRO que puede cubrir muchos de los vencimientos de anteriores programas que expiran en 2019 (hasta 700.000 millones). Es como si la liquidez oficial dijera: “Me voy, pero sin prisa”.
Que la inflación siga sin repuntar implica también que no habrá mucha prisa para elevar tipos de interés. Así lo ha sugerido el BCE también, que mira ya a 2020 para las primeras subidas, siempre que, en palabras de Mario Draghi, “lo permita la inflación”. Más tiempo de QE. Esto es un problema para la banca, porque va a seguir propiciando que la curva de rendimientos de mercado europea siga muy plana. Implica que los tipos de interés a corto plazo continuarán siendo parecidos a los tipos a largo plazo. Si lo que hacen los bancos es tomar liquidez a corto y prestar a largo, difícilmente puede generar rentabilidad cuando se asume un riesgo temporal sin una prima razonable por ello. De hecho, el BCE lo sabe y esa es la razón por la que el TLTRO-III se va a aplicar, para que el crédito no decaiga aún más. Pero será, de nuevo, un crédito enrarecido por un QE prolongado.
Este reto adicional del entorno monetario para el sector bancario me recuerda al lema olímpico de Pierre de Coubertin. La locución latina citius, altius, fortius encaja con el afán de las entidades financieras por moverse más rápido ( citius) en el entorno digital, aumentar su dimensión para llegar más alto ( altius) en rentabilidad y eficiencia y mejorar su solvencia para fortalecerse ( fortius). Coubertin pensó en el lema olímpico como acicate para batir récords y fomentar el espíritu de superación.
Sin embargo, para la banca el tema de las plusmarcas es mejor dejarlo atrás y pensar en una nueva época con otras metas y otra estructura más realistas. Generar rentabilidad es complicado cuando parte del sector en Europa no se desprende de un halo de incertidumbre.
A pesar de ello, en lo que va de año, los bancos europeos en el índice Stoxx 600 han conseguido elevar su valor de mercado en torno a un 10%-11%. Los españoles que cotizan en el Ibex 35 lo han hecho un 7%-8%. Los resultados de estos seis bancos de nuestro país en 2018 arrojaron un beneficio de 16.676,5 millones de euros, en comparación con los 13.623,5 millones de euros de 2017, lo que supone un crecimiento del 22,4%. Las fuentes de este importante aumento son diversas, pero se aprecia una combinación de una mejora en el negocio recurrente y, sobre todo, de una continuación del esfuerzo de reestructuración. Ya no es una reducción de infraestructura física y de personal consecuencia del ajuste entre oferta y demanda bancaria que la crisis evidenció necesario. Se trata de un cambio muy considerable en los canales de negocio y de una adecuación del capital humano más acorde con una banca digitalizada.
Llama la atención que los bancos españoles lograran un aumento importante de sus beneficios en 2018 cuando, en ese año, se dejaron 50.000 millones en capitalización bursátil. Es la gran paradoja de los resultados y el valor de mercado. La Bolsa tiene incertidumbres que proyectan mal sobre algunos aspectos definitorios del sector bancario español. Siendo algunas de las entidades financieras de nuestro país netamente internacionales, genera cierta tensión la situación del Brexit y la de algunos emergentes.
De igual modo, venimos de donde venimos y se entiende que la protección pública potencial (lo que se llama la garantía implícita en caso de problemas) es menor en España que en otros países. Ahora se habla de megafusiones en Alemania, donde los bancos disfrutan de un apoyo implícito muy considerable a pesar de que su situación financiera no pasa por su mejor momento. También sabemos que los bancos españoles han funcionado bien históricamente con colchones de capital más ajustado que sus homólogos europeos (aunque holgadamente por encima del mínimo regulatorio). Pero ahora se les pide más solvencia.
La buena noticia es que las fuentes de incertidumbre ajenas a la banca pueden reducirse. Al menos las de naturaleza política (como el Brexit), aunque esta es una ruleta en la que siempre puede haber sorpresas. La mala noticia es que el cambio en el entorno monetario se hará esperar, lo cual sigue haciendo complicado el reto de la rentabilidad del negocio. Puede traer tranquilidad a unos mercados no muy preparados para subidas de tipos, pero dificulta un apalancamiento bancario rentable.
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