Publicado en El País el 1 de septiembre de 2020
Era la canción más popular del malogrado DJ sueco Avicii: “Wake me up when it’s all over”. Es lo que parecen decir ahora la economía y los ciudadanos. Los mensajes de los observatorios más reputados apuntan a que las dificultades se prolongan. Al afirmar el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, que «tolerará» más inflación y que habrá tipos de interés ultra-reducidos para unos cuantos años, parece que la política monetaria súperexpansiva se “cuasi eterniza”, con sus efectos positivos, pero también con las numerosas distorsiones que genera. Un sueño anestésico demasiado largo y profundo.
Powell hizo estas potentes declaraciones la semana pasada en una de las grandes citas económicas anuales, el simposio de Jackson Hole que, como cabía esperar, se celebró de forma virtual. Los mercados están aún ajustando la incidencia potencial de este redoble de tambores monetario. Por si fuera poco el somnífero que supone la pandemia, los banqueros centrales siguen anticipando la necesidad de anestesia. El anuncio de la Fed muestra a las claras que se espera una recuperación más lenta y con más problemas de los que se creían hace unos meses. La política monetaria está haciendo todo lo posible por ayudar a evitar lo peor. Sin embargo, debido a la situación estructural de incertidumbre económica desde hace 12 años, agravada y mucho por la pandemia, las distorsiones (que se han eternizado) que genera esta política monetaria pueden acabar suponiendo más componentes de pesadilla que de sueño. Se prefiere recalibrar el modelo a cambiarlo. No faltaron las voces críticas en el simposio, dentro de la pulcritud académica, pero con acidez. Con una doble interpretación, en mi opinión. La primera, que la política monetaria y estos tipos de interés tan reducidos no permiten los “ajustes empresariales dinámicos” (creación, innovación, destrucción) que en otros tiempos favorecieron el crecimiento económico. Me referí a ellos en esta tribuna la pasada semana. La segunda, que, aunque controlemos la Covid-19, es muy probable que persista en los consumidores y empresas una importante retracción porque crean que fenómenos antes considerados extremos e improbables son ahora amenazas de ocurrencia frecuente.
Parte del problema está en los mercados. Sobre todo, los de bonos, que están muy «desnaturalizados». Esta política monetaria ayuda a sobrellevar la situación y reducir el coste de la deuda y sus vaivenes, pero también revela la dificultad de revertir la situación. Se están viendo también las tensiones euro/dólar, muy relacionadas con las estrategias monetarias, pero también las incertidumbres a ambos lados del Atlántico. La debilidad del dólar -más ligada a debilidades coyunturales y temores institucionales que a un cambio en la primacía de la divisa- está siendo la comidilla del verano.
Este es el terreno macroeconómico por el que va a discurrir la lucha de la economía por superar la pandemia. Comienza septiembre con demasiada incertidumbre, con la esperanza de que la incidencia hospitalaria sea menor, pero con demasiadas incógnitas sobre la salud pública y la economía en todo el mundo. Aunque hiciéramos caso al canto de la banda Green Day (“Despiértame cuando termine septiembre”), aún faltaría mucha luz.
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