Publicado en El País el 10 de noviembre de 2020
La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca traerá grandes cambios a la política tanto en Estados Unidos como a escala global. Seguramente a mejor. La economía también puede tomar un nuevo rumbo, aunque no cabe esperar milagros en este campo ni en el sanitario, al menos, a corto plazo. La nueva administración no va a tener una luna de miel ni el período de gracia que se da a cualquier presidente porque Estados Unidos está profundamente dividida. Asimismo, la pandemia y sus devastadores efectos sobre la actividad empresarial y social permanecerán, al menos, en 2021. El presidente electo les deberá hacer frente con realismo y decisión. No ha sido un negacionista en campaña – en mi opinión, ha sido un factor a su favor- y no cabe esperar que lo sea en su mandato.
¿Qué puede cambiar en la economía con Biden? En el terreno doméstico, el primer gran eje es recuperar ética institucional, algo que Estados Unidos ha perdido, en gran medida, con el último gobierno. Los demócratas quieren un paquete de medidas reformistas con un fuerte carácter social, planificadas para dos mandatos y que podría elevar el gasto por encima de los 7 billones de dólares. El objetivo es ampliar el acceso de la población más desfavorecida a servicios sociales, sanitarios y educativos. El problema para muchos americanos es que, al menos, la mitad de ese gasto debe financiarse con impuestos. En el escenario actual -casi ideal para el nuevo presidente-, este programa reivindicaría el papel de los gobiernos en la salida de la crisis. Ese programa eminentemente social no debe descuidar el apoyo a las empresas, que son las que garantizarán el empleo del futuro. Sin embargo, hay un posible obstáculo que ya fue una rémora de todas las iniciativas que no se culminaron en la era Obama: el bloqueo de cualquier intento de reforma desde el Senado, que podría tener mayoría republicana a partir de enero.
Hay otras preferencias de Biden en materia económica. Por ejemplo, pretende gastar hasta 2 billones de dólares en políticas de lucha contra el cambio climático -de las que Trump se había alejado totalmente-, pero también para mejorar gran parte de las infraestructuras públicas estadounidenses, bastante desfasadas. Cabe esperar que ese cambio en materia climática venga acompañado de una vuelta del diálogo, liderazgo y cooperación internacional. Es imprescindible reducir tensiones comerciales y geoestratégicas así como rifirrafes políticos estériles con otros países. En este contexto, soy algo más optimista en que se avance hacia un acuerdo internacional sobre el impuesto a empresas tecnológicas y actividad digital, elemento clave en la fiscalidad del futuro por el gran peso de las BigTech y los activos intangibles.
En suma, Biden es lo más parecido al nuevo centrismo económico que Estados Unidos podía ofrecer. Correcto para los mercados -a pesar de su énfasis en subir impuestos- y “un hombre de su tiempo” en derechos sociales y en políticas de transformación económica. Si además consigue retomar la vía del entendimiento internacional con un liderazgo americano más compartido, amable y sin unilateralismo, quedará esperanza de un nuevo renacer económico.
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